Herida

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Lo estaba contemplando irse en aquella sala de hospital vacía, y sin embargo no podía hacer nada para evitar que se fuera de mi lado. La calidez que me transmitían sus ojos empezó desvanecerse junto a todos los recuerdos que vivimos. Su mano se volvía cada vez más fría y poco a poco dejaba de ejercer fuerza sobre la mía. Mientras que él se abría paso a otra vida, su presencia comenzó a escapárseme de los dedos.

Escuché un pitido, mi cuerpo se estremeció y volví a la realidad. Su cuerpo estaba allí, sin vida; fue entonces cuando comprendí que me había dejado. Tenía el rostro relajado y su alma por fin había podido irse en paz. Mis lágrimas empezaron a caer por mis mejillas, dejando un rastro de dolor y soledad. Todo estaba tranquilo, había un silencio desgarrador que me consolaba pero que al mismo tiempo clavaba un puñal en mi interior, abriendo a su paso una herida incurable. Nadie acudió a la sala, nadie se acordó de él, nadie se preocupó por su ida.

Me enjugué las lágrimas con el cuello de la camisa y esbocé una leve sonrisa que le decía que nunca podría olvidarme de su tacto, de su olor, de su esencia, de su forma de amar y sobre todo de la historia que juntos escribimos, la cual había llegado a su final. Lo miré por última vez en busca de alguna señal que me indicase que todavía seguía allí y que no se había ido,

pero él nunca me devolvió la sonrisa.

Esencia RojaWhere stories live. Discover now