12. Adiós, dulces sueños pt. 1

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María: Su brazo es delgado pero suave, su piel es clara y bien cuidada, sus ropas son como de una princesa, también camina como una, con su espalda en una postura que me resulta incomoda pero que ella luce naturalmente. Es casi el tipo de chica con la que soñaba ser. 

Cuando la vi hoy en el mercado me pareció casi irreal, como si estuviera soñando, era una hermosa mujer, ella estaba observando unas telas, y mientras las acariciaba con sus manos pude notar como la tristeza en sus ojos desaparecía.

Sentí gran curiosidad por aquella persona. Vi como miraba perdidamente en todas direcciones mientras hablaba con una anciana. Y entonces creo que ella me vió.

Traté de disimular y corrí a perderme en la parte del mercado que solo frecuentamos quienes no podemos pagar tanto. Jamás creí que se atreviera a seguirme, o ella era muy insistente o muy torpe, pensé. Talvez a esas personas de supuesta "clase alta" no les gusta que los miren. ¿Por qué otra razón alguien de su clase, de esas que tienen criadas y visten de telas carísimas, se interesaría en mí? 

Tampoco sé porqué tuve un interés por ella en primer lugar, al igual que todos los demás en esta parte de la ciudad, aborrecemos a esos burgueses, que creen que hacen generosidades al pagarnos lo apenas necesario para comer.

¿Nueva nación? Si, claro. Yo veo la misma miseria sin importar que bandera ondee sobre el asta. Acostumbramos a sacar provecho de los burgueses menos astutos, y escupimos ante los más despreciables. Pero ninguno de esos sentimientos me surgió cuando vi a esa pelinegra vestida de azul.

Pero ahí estaba yo, escondiéndome ¿De ella o de mis sentimientos? De cualquier forma todo dejó de importar cuando la escuché gritar, vi al hombre que señalaba e intenté detenerlo, pero era más rápido que yo, y estos estúpidos zapatos no nos permiten a "las damas" hacer mucho. Vi al sujeto llevándose algo de plata, yo ni siquiera había distinguido lo que ella tenía sobre su cuello.

Ella estaba en el suelo y nadie la estaba ayudando, entonces decidí ser yo quien ayudara a una hermana en apuros. Sin importar cómo me me juzgarían "los míos" me acerqué a la desdichada rica, y le ofrecí mi mano.

La seda de su vestido y lo complicado de su encaje hablaba de gran riqueza, pero sus ojos mostraban humildad. Más aún, su sonrisa era real, no de la realeza sino de una persona autentica, más allá del maquillaje que resaltaba sus pómulos.

Ahora que converso con ella mientras caminamos, me doy cuenta de que mi corazonada era cierta, ella no era como las demás. Tenía una sencillez que no era modesta sino sincera. Creo que no le importó mucho saber a que me dedicaba o quien era mi marido, o ni siquiera mi estatus.

Siento que hablo con una persona única, y de algún modo eso también me hace sentir única a mi.  Como si juntas camináramos en un pueblo fantasma, vació, solo nosotras. 

Nosotros estamos acostumbrados a no ser vistos, nunca me ha importado la atención que reciba o no, pero se que en este momento no me miran a mi sino a ella ¿Quién es? Y si es tan importante ¿Por qué no le molesta que la vean conmigo?

En el fondo, quiero creer que piensa igual que yo, que el habernos conocido está más allá de lo que los demás puedan pensar, no hay fronteras cuando se encuentra a la persona indicada. 

Aún así debo saber, que probablemente solo se encuentre aturdida por el robo, mi misión será borrarle aquel temor con algo de licor, acompañarla a su casa y quizá despedirme de este dulce sueño. Es solo una mujer a la que ayudo, eso es lo que hacemos, nos cuidamos entre nosotras no porque los hombres no puedan, sino porque de ellos hay que cuidarnos. 

Ella camina demasiado lento, pero es mejor así, de ese modo puedo disfrutar más de esto. Lo que sea que esté ocurriendo. Debo recordar, fue pura casualidad, esto no significa nada. 

Me detengo para indicarle que hemos llegado, separo mi brazo del de ella, sé que extrañaré eso. Veo por su forma de mirar que nunca había entrado a un pub. En realidad no es un lugar para una dama de su clase, sobre todo porque está lleno de hombres idiotas, pero este pub tiene al otro lado un lugar donde se reúnen mujeres, es a esa parte donde nos dirigimos. 

Si ella es tan popular en Nueva York parece entendible que aquí dentro nadie crea que es ella, ¿Por qué alguien tan famosa vendría a este bar?

Nos sentamos del otro lado de una cortina, nosotras, las que frecuentamos aquí, nos encargamos de que los hombres no crucen esa linea, en ocasiones los más ebrios se aventuran pero solo reciben golpes en la cabeza, insultos, y taconazos. Es nuestro espacio, un respiro. Y he decidido compartir este espacio con Eliza.

Dos tarros servidos en nuestra mesa. Y Eliza tiene los ojos demasiado abiertos que yo casi no pude contener la risa, es muy simpática.

-¿Nunca habías bebido cerveza?-
-No, mi padre decía que la cerveza es solo para...-
-¿Los hombres?-
-...Los obreros- dice con cierta pena.

Creo que piensa que eso puede ofenderme, lo hace un poco, pero así son esas niñas ricas malcriadas, ella al menos procura no sonar grosera.

-Es verdad en cierto punto- le respondo -talvez solo es para quienes tenemos una vida difícil. Si alguien es feliz ¿Por qué se embriagaría?-
-Para celebrar-
-Ósea que si bebes alcohol ¿O solo té?-

Ahora creo que soy yo quien podría estarla molestando a ella.

-He bebido whiskey- dice.
-Algunos gastan más por el mismo vicio- digo mientras doy un trago.
-No- dijo riendo -Hace mucho que no bebo whiskey-
-¿Cuando fue la última vez que bebiste?-
-En mi boda- 

Alejo el tarro de mi boca. De algún modo eso ha provocado una situación incomoda, tengo mi cerveza suspendida en el aire y no se si bajarla o dar otro sorbo.

De pronto ella toma con ambas manos su tarro y le da un buen trago, como si fuera agua.

-Sabe horrible- dice sacando la lengua como una niña.

No puedo evitar reír.

-Ya te acostumbrarás- le digo -"El primer trago te mata, el segundo te revive"-

Le da un sorbo pequeño mientras fija su mirada en la espuma.

-Trata de saborearlo, es fuerte porque tu lengua no está acostumbrada-

Así continuó dando ligeros tragos mientras hablábamos de cosas sin importancia, ¿A quien engaño? Me importaba muchísimo lo que decía, así fuera sobre su hermana, su padre, su hijo, y hasta su pareja. Me di cuenta de que no hablaba mucho de ella misma. Talvez no cree que tenga algo valioso que decir.

Le hago preguntas sobre ella pero se las arregla para hablar de otras cosas fuera de si, puede ser que en realidad sea humilde.

A través de la cortina veo entrar a un hombre y sin querer exclamo "Míralo". Eliza se da la vuelta y me pregunta quién es. ¿Cómo no se da cuenta? ¿Acaso no vio al hombre que le robó? Creo que puede no reconocerlo, o de hacerlo le tiene miedo, de cualquier modo esto no se puede quedar así. Le digo que no es nadie importante, y me excuso para ir al baño. 

Ella no se ha terminado su primera cerveza, pero aun así le pido que no intente pararse.

-Promesa- dice levantando el meñique, y con un rubor por el alcohol.

Se ve muy feliz, y quisiera continuar viendo su sonrisa ebria toda la tarde, pero debo atender un asunto con aquel ladrón. Así que cierro la cortina y dejo atrás a Eliza.

HAMILBLOOD (Hamilton: La revolución de los vampiros)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora