04: Alerta de pánico

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Hoy también hacía un clima fresco.

Tomioka se encontraba en casa de Sabito. O mejor dicho, en la casa del señor Urokodaki. Su amigo le había dicho que, hacia varios años, el señor Urokodaki lo había adoptado cuando era más pequeño. No era un hombre amoroso, sino más bien, estricto, pero Sabito solía decirle ❝abuelo ❞ de cariño.

A veces solían recibir visitas de Makomo, una chica que también era amiga suya, pero por diferencia de horario en sus clases, solían verla solo los fines de semana.

—¿No tienes hambre? —preguntó Sabito mientras rebuscaba en la cocina algún bocadillo.

—Un poco —Tomioka se recostó en sus brazos apoyados en la mesa del comedor—. Podemos pedir una pizza, hay promoción.

Los ojos de su contrario brillaron.

—¿En serio? —preguntó tomando su móvil.

—Parece que es una pizza mediana con dos ingredientes... —no dijo nada más, su amigo ya estaba marcando al número del establecimiento.

El chico de melena azabache cerró los ojos. A veces, cuando todo estaba en silencio, le gustaba imaginar cosas que nunca le iban a suceder. Fantasías, dirían algunas personas. No, no era nada sexual (por el momento) pero sí lo hacían sonreír cuando escenarios utópicos invadían su mente.

Se quedó en esa misma posición varios minutos más, y de Sabito no escuchaba nada más que sus pisadas en el vestíbulo.

Giyuu no se dio cuenta, pero se quedó dormido en cuestión de segundos.

Sabito salió para recibir la comida

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Sabito salió para recibir la comida. Desde media hora atrás que su estómago no dejaba de rugir por alimento. Le pagó al repartidor y le deseó una bonita noche, luego entró a su casa con una sonrisa y gritó a todo pulmón que la cena ya estaba lista.

Cruzó el umbral de la cocina y vio la silueta de su amigo descansando sobre la mesa. El muchacho de cabello claro dejó la pizza sobre la superficie y se quedó viendo a su contrario.

—No voy a comerla toda yo solo —rezongó Sabito.

El chico posó una mano sobre la cabeza del azabache y le quitó los mechones de cabello negro que cubrían su frente. Su plan era despertarlo.

Lo miró fijamente.

Tomioka abrió los ojos. Sabito nunca le había prestado la suficiente atención a sus orbes, de un azul magnífico que se asemejaba al color del mar. «Son preciosos», pensó.

—¿Qué? —preguntó Giyuu—. ¿Ya vino la pizza? —musitó después de dar un sonoro bostezo.

—¡Ah, sí!

El de melena clara se alejó rápidamente. Tomioka no se dio cuenta, pero las orejas de Sabito se habían puesto coloradas por la vergüenza.

❝ 𝟏𝟎 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐫𝐭𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐦𝐞 𝐠𝐮𝐬𝐭𝐚𝐬 ❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora