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Habían pasado los días, convirtiéndose en semanas y pronto en meses, hasta que un año completo había pasado desde el incidente. JeNo había estado acostumbrandose a ser el nuevo rey del territorio. Los pobladores se habían tomado el testimonio del pelinegro sobre los abusos algo mal, pues se dieron cuenta de el engaño que habían estado viviendo por décadas, pero pronto las acciones de JeNo y su reputación les hicieron olvidar a cualquier otro rey que haya estado en su puesto antes.

Por el lado de RenJun, había estado acostumbrandose a no tener que esconderse al visitar a JeNo. El menor estaba repleto de trabajo todo el día, pero aún así, siempre tenía un espacio para su novio.

El rey Huang no estaba completamente de acuerdo con la relación que mantenían éstos, pero al ver a su tan preciado hijo más feliz de lo que alguna vez había estado, decidió retroceder y dejar que el tiempo hiciera su trabajo.

Una tarde en la que JeNo convocó una reunión entre los cuatro reinos para finalizar la rivalidad entre los dos reinos, se sorprendió increíblemente por la madurez y formalidad.

Sinceramente, aceptar la relación de su hijo con el menor ya no se veía tan difícil.

— ¡3

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— ¡3... 2... 1! — Gritaron todos al unísono, y un gran bullicio se escuchó al ver la gran muralla que mantenía a los pueblos separados, caer. Todos miraron con atención como las columnas se tumbaban como dominós, derrumbando todo a su paso.

JeNo sintió un peso sobre su hombros, y a consecuencia volteó a ver, encontrándose con la delgada figura de su madre. Sonrió al ver su corona sobre su cabello totalmente blanco.

A diferencia de otros días, su madre no llevaba vestidos caros ni zapatos de diseñador, ni siquiera joyas (a excepción de su corona), sino ropa en la cual el menor nunca pensó que la vería. Su madre era una persona totalmente a la moda, por lo tanto siempre vestía ropa muy fina, pero hoy que la miraba, llevaba puesta una camiseta, un pantalón de tela y zapatos bajos, sin olvidar el bolsón que colgaba de su hombro. JeNo frunció el ceño.

— ¿Me acompañas? — Preguntó su madre, extendiendo su mano hacia él.

Algo extrañado, la tomó y la siguió hasta que salieron de la agrupación de personas que se había formado, todos con curiosidad y ansias de ver como la muralla se caía, incluyendo a RenJun y su familia, más la familia Zhong.

Caminaron tranquilamente hasta que llegaron a un punto bastante alejado de el castillo, ya casi saliendo de los límites del territorio del norte.

Y ahí, la Reina Lee paró en seco y se volteó para ver a su hijo. Acarició su rostro con cuidado, mientras le veía sonreír. — Te dije que algún día todo esto sería tuyo, y así fue. Mis deseos son los mejores para ti, para tu reinado, para tu familia, tu futuro y tus decisiones; pero mi trabajo aquí ha culminado, y me parece lo mejor que huya a algún lado en donde no me reconozcan. — Dijo la Reina, mientras quitaba su corona y se la entregaba a JeNo, mientras éste no podía comprender lo que su primogenitora le estaba diciendo.

— ¿P...Porqué? — Preguntó JeNo al borde de las lágrimas. — Mamá, no puedo hacer esto solo. No sé qué hacer, por favor no te vayas. — Rogó, tratando de colocar la corona nuevamente en la cabeza de su madre, en un desesperado intento de que no se fuera.

— Claro que lo sabes, amor. Está en tu sangre, de todos modos. — Dijo la Reina, de una manera en la cuál JeNo comprendió a lo que se refería.

— Pero, ¿porqué? — Preguntó JeNo nuevamente, abrazando a su madre y aferrándose a ella como si de un niño pequeño se tratara.

— Verás, JeNo. — La mayor suspiró, acariciando la espalda de el pelinegro mientras intentaba calmarlo. — Una buena madre hará lo que tenga que hacer por sus hijos, sin importar las consecuencias.

El pelinegro levantó su mirada, mientras se alejaba un poco de el cuerpo de la mayor para así poder verla mejor. Pestañeó varias veces, algo confundido. Levantó su vista y solo la miró mientras sonreía. Allí, cayó en cuenta. — ¿T...Tú lo hiciste?

Silencio...

— ¿Tú lo mataste? — Preguntó JeNo lentamente, aún inseguro de sus conclusiones.

Escuchó a su madre suspirar por segunda vez. Ella bajó la mirada, tomando una de las manos de el menor y acariciándola. — Una madre hará lo que tenga que hacer. Sin importar las consecuencias. — Repitió, haciendo que el corazón de JeNo se saltara un latido.

Todo este tiempo, toda esta duda, todo este misterio. Siempre fue ella.

Se echó a llorar como un niño en el hombro de su madre, mientras ella acariciaba su cabello. Y así pasaron los minutos, hasta que JeNo hipó, alejándose de la reina. Ésta le sonrió, y soltó sus manos para buscar algo en su bolsón. De él, sacó un pequeño anillo, el cuál colgaba de una hermosa cadena fina y plateada.

Como era de esperar, se la dio y mostró el suyo, algunas tallas más pequeño pero igual en el diseño. Cliché, si, pero para el menor significó todo.

— Nunca te avergüences por ser la persona que eres, ni por ser de donde eres, ni por ser hijo de tus padres, ¿Si? No estás solo, y eso lo aprenderás en tu camino.

JeNo sonrió una vez más, haciendo que sus ojos formaran unas lindas medias lunas. Abrazó por última vez a su madre, lo más fuerte que pudo, hasta que ésta le pidió que la soltara.

Ambos se despidieron uno del otro, y JeNo observó como la reina se alejaba del reino a un paso lento, mientras el cielo comenzaba a hacerse cada vez más oscuro, dejando ver ya algunas estrellas. Sus ojos picaban, pues sabía que ésta era tal vez la última vez que vería a la mayor. Se quedó en su posición por algunos minutos, hasta que perdió a su madre de vista, y lo único que podía ver era un cielo oscuro y estrellas que lo decoraban. Sonrió al recordar lo que su madre le había dicho antes de irse, y se dio la vuelta para caminar nuevamente en dirección del castillo que ahora era suyo. Completamente suyo.

#2: KINGDOMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora