• - D I E C I N U E V E - •

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POV EVELYN GARCÍA

Ya quedaba muy poco para llegar a mi casa, y comenzaba a dejar de sentir el peso de las bolsas entre mis manos.

El sol del mediodía estaba más fuerte de lo normal, haciendo que apenas pudiera abrir mis ojos por su luz, y generando un calor sobre mi piel gracias al abrigo que llevaba encima.

Sentía una pequeña satisfacción al caminar ante ese clima cálido. Me recordaba lo poco que faltaba para que llegaran las vacaciones, y me ponía de un muy buen humor.

A diferencia de otros adolescentes, me gustaba mucho salir a hacer los mandados para mi familia. Era un momento del día en donde tomaba aire fresco, y caminaba solitaria bajo el sol, pensando boludeces que se cruzaban por mi cabeza. Una forma de distracción bastante efectiva y relajante que solía cambiar mi energía. Pero, últimamente, en mi mente no habían solo boludeces. No podía dejar de pensar en Valentín, ni en lo que me dijo la última vez que nos vimos. Me preocupaba el hecho de que las clases llegaran a su fin, y nosotros siguiéramos en la misma situación de no hablarnos, e incluso ignorarnos mutuamente. Tenía una chiquita pero fuerte esperanza de poder arreglar las cosas con él, aunque aún no supiera cómo hacerlo.

Lo único bueno que podía rescatar, era que Juliana y yo ya estábamos perfectamente bien, como antes. Una gran parte de mi tristeza también era por ella, y por nuestra amistad, la cual estaba en juego con todo lo que habíamos pasado. Me alegraba mucho que, al menos, todo terminara bien entre nosotras. Lo único extraño que no me dejaba tranquila, era el "favor" que me había nombrado un día atrás. Aún no lograba descifrar a qué se refería con eso, ni con "devolvermelo" a mi, pero tenía jurado que se lo volvería a preguntar cuando la viera.

En conclusión, no todo estaba tan mal. Tenía el leve presentimiento de que el fin de mi año no iba a ser tan malo, y esperaba estar en lo correcto.

Apoyé las bolsas en el suelo sintiendo un gran alivio en mis brazos, y golpeé la puerta de mi casa con el puño. El rostro sonriente de mi abuela no tardó en recibirme, y entramos las compras entre las dos.

Mi mamá se había ido a una reunión importante del trabajo, por lo que nos había dejado, desde la madrugada, al cuidado de mi abuela. Yo no me quejaba para nada, las tardes con esa mujer eran increíblemente divertidas, y podíamos charlar durante mil horas sin cansarnos. Amaba tener esa confianza con ella, y sus visitas me alegraban totalmente.

— ¿Trajiste el aceite? — Me pregunta, escarbando en las bolsas ya puestas en la mesa. — Ah, si, ahí lo vi.

Solté una pequeña risita y me acomodé en el sillón, sacándome por fin la campera por la cual me venía cagando de calor todo el camino.

— Compré galletitas para Dante. — Le dije, y mi ceño se frunció por un momento. — ¿Dónde está Dante?

Mi abuela elevó una ceja, dudando la respuesta en modo de broma, y solté una carcajada.

— Está cambiándose arriba, de mal humor. — Terminó por responder. — Los golpes de la puerta lo despertaron.

— ¡Pero tampoco toqué tan fuerte! — Me quejé y la mujer negó con la cabeza.

— Los tuyos no, Eve, los de ese chico. — Dijo y me quedé atónita.

— ¿Qué chico?

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