• - C A T O R C E - •

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Juliana contaba la plata a mi lado, deseando llegar a los veinte pesos, mientras que yo, rezaba para que no se largara a llover antes de que el recreo termine.

Si hay algo que siempre odié, fue la fila del kiosko de la escuela. Entre que la vieja era una rata con los precios de las galletitas, y que las pibas de primero se hacían las boludas para colarse, yo perdía todo el recreo y me terminaba cagando de hambre.

— ¿Cuánto salen las Pitusas? — Me preguntó, aún contando las monedas entre sus manos. — No me alcanza para los bizcochos.

Yo me quedé pensando algunos segundos, tratando de recordar los precios afano de la kioskera. — Las Pitusas ni idea, creo que-

— Treinta pesos. — Terminó por contestar el Depa, haciéndonos sobresaltar al aparecer detrás nuestro para sumarse a la fila.

Me giré para putearlo por el susto, pero me quedé con la palabra en la boca cuando noté que no se encontraba solo. Valentín estaba con él, sin prestarnos tanta atención, moviendo la tela de su buzo para tratar de airearse ante el calor que aumentaba en el ambiente, por el fuerte sol de la mañana.

— Gracias, Tadeo. — Contestó Juliana con una leve sonrisa y se adelantó un poco más en la cola de alumnos.

— De nada. — Dijo y se quedó en silencio por un momento para luego volver a hablar. — ¿Vienen a mi joda mañana?

— Van a ir todos, ni en pedo me la pierdo. — Mi mejor amiga sonrió entusiasmada. — Además, no decoré la mitad de tu casa para no ir, flaco.

El Depa soltó un carcajada y sonreí de lado levemente, notando como el castaño a su lado también lo hacía. — ¿Y vos, Eve?

Me quedé dudando algunos segundos antes de responder, ya que no podía confirmar nada hasta hablar con mi señora mamá. — Obvio que quiero ir, pero todo depende de lo que me diga mi vieja hoy.

Tadeo asintió sonriente. De pronto, mi respiración comenzó a acelerarse cuando sentí sus claros ojos azules puestos sobre mí, por primera vez desde que había llegado a la fila.

— Ojalá te deje. — Contestó Depa sin darse cuenta del nerviosismo que comenzaba a aparecerme. — Va a estar divertido para que vayas.

Yo tragué grueso y asentí, para luego darme vuelta bruscamente y mirar hacia adelante otra vez. El hecho de estar en una situación incómoda me ponía nerviosa, y más si Valentin, a quien venía ignorando hacia semanas, estaba involucrado. Además, no quería que él notara mi tristeza por no poder hablarle, o abrazarlo como antes.

Juliana me miró algo extrañada, pero al darse cuenta de mi seriedad, no dijo ni una sola palabra. Era nuestro turno, y terminamos por comprar el paquete de pitusas para poder largarnos de ahí lo antes posible, escapando de aquella situación incómoda. Faltaban pocos segundos antes de que el timbre sonara y el recreo terminase, así que los aprovechamos bien, comiendo desaforadamente las galletitas de chocolate.

Obviamente no nos terminamos el paquete cuando tuvimos que subir a las aulas, pero eso nos ponía de un buen humor para seguir comiendo en la clase, sin que el profesor se enterara.

— ¿Estás bien, Eve? — Me preguntó Juliana, de repente, mientras salíamos del patio.

— ¿Otra vez, Juli? — La miré fastidiosa al escuchar nuevamente esa pregunta viniendo de ella. — Te aviso que me curé de la gripe hace como dos semanas, ya no tengo fiebre.

Comenzamos a subir las escaleras y escuché, entre el barullo de alumnos, como soltaba un bufido.

— Sabes que no me refiero a eso, Evelyn. — Rodó los ojos ante mi, y elevé una ceja. Sabía que ella solamente se preocupaba por mi, pero ya no quería hablar del tema y me ponía de mal humor que siguiera insistiendo en que algo me ocurría.

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