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Capítulo 6 - La maldición de Elio.

Su madre, Sasil, siempre supo que iba a morir joven.

Elio tiene la sospecha que ella siempre tenía presente que no tendría mucho tiempo en este mundo a su lado. Era una mujer extraña, con su cabello negro suelto y largo hasta su cintura, una sonrisa cálida y siempre descalza para complacer a su hija menor. Su vestimenta iba todo el tiempo de faldas largas y sueltas, y unas blusas delgadas con bordados singulares (a veces eran manos con runas incrustadas en las palmas, otras era un hombre con raíces envolviéndolo como si las pudiera manipular) que ella misma hacía a mano. Una vez le preguntó qué significaban sus dibujos y ella solo se encogió de hombros y dijo: "El futuro".

Era extremadamente bella, pero extraña.

Y, de todos modos, con la certeza que su tiempo era limitado.

Sus comentarios iban de "si es que dejo esta vida antes de tiempo" a "no sé si pueda verte crecer, no se sabe mucho del futuro". Elio creía —en su momento— que era porque se sentía cómoda pensando en la muerte, no porque en unos pocos años ya no estaría viva.

Sasil sonreía, lloraba y se enojaba como cualquier ser humano, hacía locuras y después lo regañaba a él por sus travesuras. Se sentaba al lado de Elio cuando tocaba el piano, pidiéndole la canción más feliz para bailar.

Su padre la amaba. La adoraba tanto que sus ojos resplandecían como faroles en una noche sin luna. Sasil le dedicaba una sonrisa y su padre, Juan, parecido a un adolescente enamorado, se sonrojaba hasta las orejas, sacándola a bailar con la melodía feliz que Elio tocaba, con su hermana menor a un lado cantando a todo pulmón, aunque inventara la mitad de la letra.

Su recuerdo más feliz es ese: él tocando el piano, sus padres bailando y Soleil cantando.

Ahora no puede estar cerca del piano, y su familia está muerta.

¿Qué sentido tiene seguir viviendo?

Se pregunta si en algún punto su madre se arrepintió; de él, de su hermana enferma y del esposo que no tenía suficiente para darle, más que historias que nunca fueron relevantes. Después de todo, es en parte por qué sus abuelos maternos odian a Elio, además de los rumores de su homosexualidad y de su "psicopatía". Su madre tuvo la oportunidad de salir del pueblo a la ciudad y quedarse ahí para vivir con comodidad, pero regresó embarazada y de la mano de un hombre que se proclamaba escritor.

Elio se abraza a sí mismo contando los segundos para tragarse el nudo que se ha formado en su garganta, porque es doloroso recordarlos. Saber que vivieron y ahora sus fantasmas son lo único que quedan. La memoria que poco a poco se desvanece con el pasar del tiempo, mientras teme acercarse más y más a la edad que sus padres se conocieron y se casaron.

Es insoportable.

¿Qué pensarían de Elio? ¿Estarían orgullosos del cascarón que queda de él? ¿Se sentirían decepcionados al observar cómo su único hijo vivo apenas respira? ¿Qué dirían? ¿Qué pasaría por sus rostros? ¿Habría odio? ¿Dolor? ¿Tristeza? ¿Decepción? ¿Lo apedrearían y lo echarían ahora que está sucio?

Su mente da vueltas, mientras camina hacia la oficina de su tío. Un suspiro tembloroso abandona su boca, tratando de dejar de pensar en su familia y en ser valiente para contarle a su tío sobre... Mierda. No puede ni pensar en ello sin sentir una arcada amenazándolo.

¿Qué hará ahora? Es un prófugo, seguramente lo meterán a la cárcel y la gente lo señalará a pesar de que ellos... lo obligaron.

La puerta se siente tan lejana, a pesar de estar a menos de un metro de ella. Hay una tenue luz que se cuela al estar entreabierta, escuchándose el murmullo de la cansada voz de su tío Arian dándole órdenes al secretario Torres, que suena igual de exhausto que su jefe.

Reyes de Oro y Plata | Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora