Las bombillas dejaron de explotar, pero Alicia no dejó de hablar sola. El misterio de las luces y el temblor de la casa pasó a un segundo plano; ahora, lo que más preocupaba a Alessia era la salud de su madre, que se deterioraba día a día. Su piel estaba más pálida, sus movimientos más lentos, y su mirada, antes llena de vida, ahora parecía perdida en un horizonte que Alessia no podía ver.
Aunque deseaba quedarse con su madre a tiempo completo, no podía. Esa mañana, Alessia tenía turno de urgencias en el hospital del pueblo. Le gustaba su trabajo, a pesar de los pequeños percances que enfrentaba a diario. Muchos de sus compañeros sabían de su especialización en oncología y de su trayectoria en una clínica prestigiosa, y eso, junto con su cercanía al Dr. Cole, no era bien visto por el resto del personal. Alessia no creía que su actitud fuera altiva, pero Cole tenía la costumbre de provocar a sus colegas y enfermeras, lo que no ayudaba. En resumen, Alessia no caía bien entre el personal femenino ni entre sus colegas masculinos, que la veían como una forastera privilegiada.
—Buenos días —dijo al entrar al hospital, ajustándose la mochila en el hombro.
Solo los guardias de seguridad le respondieron con un saludo amable. Los demás —médicos y enfermeras— la miraron con curiosidad o fastidio. Alessia suspiró y caminó hacia los casilleros, un pasillo estrecho con paredes de azulejos blancos y un leve olor a desinfectante. Introdujo su clave, abrió su casillero y comenzó a cambiarse.
A sus 28 años, Alessia medía 1,74 cm. Su cabello, de un tono trigo maduro, caía en ondas sueltas sobre sus hombros, y sus ojos eran de un color peculiar, ni azules ni grises, sino una mezcla que cambiaba con la luz. Era esbelta y atlética; desde adolescente había sido activa, jugando voleibol en la escuela y fútbol en la universidad. Tras terminar sus estudios y su doctorado, mantuvo su rutina de ejercicio en el gimnasio. Ahora, entre el trabajo en el hospital y las labores en el campo, se mantenía ocupada. A veces, incluso trotaba de regreso a casa y dejaba su camioneta en el pueblo.
Nunca llegaba con el uniforme puesto. Siempre vestía pantalones deportivos, camisetas y zapatillas, y se cambiaba en el hospital. No era de las que se pavoneaban por el pueblo con el uniforme médico, como algunos de sus colegas, que parecían disfrutar de la admiración que eso les generaba. En eso, ella y Cole se parecían mucho.
—Buen día, Alessia —dijo una voz familiar detrás de ella. Era el Dr. Cole, el oncólogo que trataba a su madre y, en parte, el motivo del rechazo que Alessia recibía del personal femenino.
Ella se quitó la camiseta, quedando en sujetador, y la dobló de cualquier manera. Al arrojarla al casillero, vio una carta que había recibido días atrás: una oferta de trabajo de la clínica donde había trabajado antes de mudarse al pueblo. La empujó al fondo con rabia, junto con la propuesta, y cerró la puerta con fuerza.
—No pasó muy bien, Cole —respondió, mientras se sentaba en una banca en el centro de la habitación para ponerse el uniforme.
—¿La dejaste sola? —preguntó él, alzando una ceja mientras se cambiaba al otro lado del cuarto.
—La señora Clitbot la acompañará... Creo que voy a pedir unos días —dijo Alessia, quitándose los zapatos para ponerse la ropa inferior del uniforme.
No había muchas probabilidades de que le dieran ese permiso, pero valía la pena intentarlo. Cole no hizo comentarios y continuó vistiéndose. A sus 40 años, era un hombre atractivo, con el cuerpo firme y una presencia que no pasaba desapercibida.
—¿Por qué nunca aceptaste el puesto de gerencia? —preguntó Cole tras una pausa, caminando hacia ella—. Tendrías más beneficios, y es para lo que estudiaste.
Alessia negó con la cabeza. Siendo médica, ya enfrentaba suficientes conflictos. No imaginaba los problemas que causaría tomar un puesto de gerencia, quitándole la oportunidad a alguien local.
—Dos personas del pueblo estaban en la terna, y ya tengo suficientes 'fans' gratis —respondió con sarcasmo.

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Mundos Paralelos
DiversosAlessia vive con su anciana madre a las afueras de la ciudad en un terreno extenso, alejadas del mundo y la contaminación. Tienen una huerta orgánica, cultivan sus propios alimentos, son muy conocidas en todo el lugar y sus alrededores. El fallecimi...