Capítulo 6

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Los días siguientes fueron paradisíacos. Alessia y Harry se sentían felices y plenos, como si el mundo entero conspirara para su felicidad. Harry se adaptaba rápidamente a la vida moderna, aunque con ciertas peculiaridades. Prefería leer libros en lugar de ver televisión, odiaba las noticias porque lo deprimían, y solo toleraba la música clásica. Sin embargo, aprender a conducir se le daba cada vez mejor, aunque se negaba a acercarse al hospital.

Un problema persistía: su identificación. Harry fue quien lo señaló, demostrando que su intención de quedarse era seria. Alessia habló con Cole, un amigo que tenía contactos con el secretario de estado del condado donde vivía su padre. Les contó una verdad a medias: que Harry no tenía documentos, que se habían conocido por correspondencia, se enamoraron y querían casarse. No sabía si Cole le creyó, pero él solo puso una condición: conocer a Harry en persona.

Harry aceptó el trato como algo justo, pero hubo un pequeño inconveniente. Cole llegó por Harry un viernes por la tarde, alegando que no quería a Alessia cerca y que hablarían de "cosas de hombres". Pasó todo el fin de semana fuera: viernes, sábado y domingo. Alessia, que fue la primera en llegar al hospital el lunes, estaba aterrorizada. Temía que Harry fuera detenido por la policía y deportado a su supuesto país natal. Si eso ocurría, estaría perdido... y ella también.

A las ocho y media de la mañana, Harry apareció en el hospital con una sonrisa radiante, vestido con un traje a medida. Lo acompañaba Cole, quien, a partir de ese día, se convertiría en su mejor amigo.

—¡Harry! — exclamó Alessia, corriendo hacia él y arrojándose a sus brazos—. ¡Pensé lo peor! ¿Por qué no contestaste, Cole?

—Porque papá ordena apagar los móviles en su presencia —respondió Cole, encogiéndose de hombros—. Además, tu prometido es una biblioteca viviente, no solo de América, sino también de Inglaterra. Papá, que es de ascendencia inglesa, lo acaparó todo el fin de semana.

Harry sonrió, nostálgico.

—Fue divertido. El señor Coleman tiene una sabiduría inmensa. Me recuerda a mi padre —dijo, y un dejo de tristeza cruzó su voz.

Alessia guardó silencio, sin saber qué decir. Siempre que Harry mencionaba a su familia, su ánimo decaía, y ella no sabía cómo consolarlo.

—Logramos lo que queríamos —intervino Cole, sacando un documento y entregándoselo a Alessia—. Guárdalo tú. El resto de los papeles llegarán en un mes.

De mala gana, Alessia se alejó del abrazo de Harry y tomó el documento. Era una identificación que acreditaba a Harry como ciudadano norteamericano.

—Cole! — exclamó, sorprendida—. ¿Cómo lo conseguiste?

—Harry respondió preguntas de cultura general y mucho más —explicó Cole, dando un golpe amistoso en el hombro de Harry—. Conoce tanto sobre este país entre 1700 y 1850 que impresionó a todos. El secretario y papá estuvieron de acuerdo: sabe más que cualquier americano. Ni siquiera alguien que hubiera vivido en esa época sería tan preciso.

Harry y Alessia intercambiaron una mirada cómplice. Ella guardó el documento en su bolso, y Cole se ofreció a llevar a Harry a casa. Alessia nunca había trabajado con tanta diligencia como ese día. La felicidad de saber que Harry finalmente sería legal, y que esa había sido su decisión, la llenaba de energía.

Esa tarde, tras un turno de doce horas, Alessia llegó a casa. Normalmente llegaba exhausta, pero ese día se sentía llena de vida. Encontró a Harry limpiando el baúl de madera que habían encontrado en el sótano. El espejo, que también venía del sótano, ahora estaba colgado en la pared de la sala, en el mismo lugar donde Alessia lo había visto en una foto de la biblioteca.

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