17. Elena

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Sus palabras retumbaban una y otra vez en mi mente, no estaba segura de si realmente comprendía cuál era su objetivo final. Pero en algún punto, creía que podía llegar a entender y eso me causaba un poco de miedo.

Acostada en mi cama, aún le daba vueltas a la charla un tanto larga que habíamos tenido momentos antes. Repasaba constantemente en mi cabeza lo que había salido de su boca, las cosas que había dicho, como si estuviera leyendo la misma línea de un libro repetidamente. Y lo cierto era que sentía que no importaba cuántas veces más la leyera, no terminaría de comprenderla hasta llegar al final. Y, probablemente, lo mismo pasaría en la vida real.

Tomé una profunda bocanada de aire y, tras retenerlo unos segundos, lo solté. Recordé la forma en la que había tomado mi mano, tan suave, tan tiernamente; la forma en la que nuestros ojos se cruzaron y el tiempo pareció eterno, pero que tan solo había sido un momento.

También recordé la manera en la que nuestros labios se habían encontrado, en un choque lleno de emociones. Y sin poder evitarlo pasé mi dedo índice por mi labio inferior, recorriéndolo y dando un paseo por los sentimientos que ese beso había despertado en mí.

¿Su propuesta? La aceptaría con todo gusto.

No pude evitar que una sonrisa irónica apareciera en mi cara al pensarlo. Ya no tenía nada que perder, así que al menos lo intentaría.

Suspiré con la vista pegada al techo, la ansiedad estaba creciendo cada vez más dentro de mí y dudaba que pudiera pegar un ojo en lo que quedaba de la noche.

Aunque, contra todo pronóstico, el sueño logró vencerme y mis pestañas se terminaron pegando a mis mejillas.

*

Mis ojos se abrieron y observé a mí alrededor. Me sentía perdida, desorientada, y mi cuerpo entero dolía como si hubiera estado en una mala posición todo el tiempo. Me llevó un tiempo lograr acomodar mis pensamientos y entender que sólo estaba en mi habitación, en mi cama y no había nada que temer.

Lentamente, fui doblando mi cuerpo hasta llegar a sentarme e, inevitablemente, llevé una de mis manos a mi frente, frotándola en un inútil intento de calmar el dolor de cabeza y el malestar que tenía.

Un largo bostezo salió de mí, aún tenía sueño y eso indicaba claramente que no había descansado en lo más mínimo. Hasta creía que había estado soñando durante todo el tiempo que había mantenido los ojos cerrados, o al menos así lo sentía.

No tenía ni idea de la hora que era, pero sabía que ya había amanecido por los rayos de sol que se colaban por las persianas de mi ventana. Por suerte era fin de semana, por lo que no me importó la hora. Volví a acostarme y, largando un suspiro, cerré mis ojos con la intención de seguir durmiendo y descansar.

Escuché la puerta de mi habitación azotarse al abrirse, no estaba segura cuánto tiempo había pasado pero sabía que no habían sido más que unos pocos minutos. Abrí rápidamente mis ojos, asustada por el ruido, y observé al culpable de mi sobresalto.

— ¿Qué? —Espeté molesta, ya casi conseguía dormirme.

Pero la cara que llevaba mi hermano despejó todo enojo, dejando lugar a la preocupación. Observé como tomaba aire e intentaba decir algo, pero al final nada salía.

— Cámbiate. Debemos irnos. —Fue todo lo que terminó saliendo de su boca, para luego desaparecer nuevamente, dejándome con un millón de preguntas.

Intrigada por saber qué era lo que ocurría, comencé a cambiarme con más o menos lo primero que encontraba. Y eso era una sudadera, una babucha y zapatillas deportivas. Teniendo en cuenta lo que era mi vida últimamente, pensé que lo mejor era llevar ropa deportiva por si debía correr por mi vida.

El peligro acechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora