13. La Historia

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La oscuridad abrazaba mi cuerpo, aunque no estaba segura si estaba o no realmente despierta. Incluso dudaba si tenía o no mis ojos abiertos, lo único que podía llegar a ver era una total ausencia de color, sólo negro, o más bien la misma nada.

Sentía mi cuerpo cansado, mi cabeza dolía y mi estómago estaba revuelto. Intenté llevar mis manos a mi rostro, pero algo lo impidió tironeando de ellas nuevamente hacia donde habían estado, sobre mi cabeza. Hasta ese momento no había caído en la cuenta de que una especie de cadena rodeaba mis muñecas, sosteniéndolas, y comprendí que estaba tendida sobre lo que parecía ser una camilla.

La desesperación comenzó a florar en mí, y aumentó cuando sentí que mis tobillos también habían tenido el mismo destino. Sin que pudiera detenerme un momento a pensar, mis gritos se hicieron escuchar cargados de miedo. Mi garganta raspaba con cada sonido que salía de ella, pero eso no hizo que me detuviera. Aquellas cadenas que me mantenían retenida se incrustaban en mi piel con cada movimiento que hacía, provocando que la impotencia que sentía aumentara con cada segundo que transcurría.

No existía ni un antes ni un después; no sabía quién era, ni cómo había llegado allí; lo único que quería era sobrevivir, escapar con vida de ese lugar. Todos esos sentimientos crecieron cuando los primeros pasos de alguien acercándose a mí se hicieron oír. Sentí como todo se detenía a mí alrededor, sólo escuchaba el sonido agitado de mi respiración y el eco de unos zapatos chocando contra lo que suponía era cerámico del suelo de la habitación.

Intenté en vano calmar un poco mi respiración con la intención de escuchar aquellas pisadas mejor, pero no hizo falta agudizar tanto el oído, ya que cuando menos lo esperé, la venda que cubría mis ojos fue retirada tan suavemente que quedé algo sorprendida.

Quise abrir mis ojos sin más, pero fueron encandilados por lo que parecía ser una lámpara apuntando directamente hacia mi rostro. No tuve otra opción más que volverlos a cerrar, una, dos y tres veces hasta lograr acostumbrarme a la luz.

Y sólo entonces pude divisarlo. Con lo primero que me encontré fue con su cadera, llevaba un típico jean azul, su torso estaba cubierto por una remera lisa color gris; deducí rápidamente que se trataba de un hombre o al menos eso parecía a juzgar por su pecho totalmente plano y su vestimenta. Mi vista no se detuvo hasta llegar a su rosto, o más bien el lugar en donde aquél debería haber estado, porque en su lugar no había nada: ni boca, ni nariz, ni muecas o arrugas, tampoco cabello u orejas. Con lo único que llegué a toparme, fue con sus ojos, esos sí los tenían y eran de un frío gris, que me observaban cargados de odio y ganas de asesinar.

Un desgarrador grito salió de lo más profundo de mi garganta, lleno de desesperación y terror.

*

Abrí los ojos sobresaltada, buscando desesperada eso que había estado junto a mí, pero para mí fortuna no estaba allí. Observé a mí alrededor, llevando una de mis manos hacia mi pecho —la derecha específicamente— con la intención de calmar mi corazón, el cual parecía que se saldría en cualquier momento. Al realizar esa acción, sentí un molesto pinchazo en el brazo y entonces noté que tenía puesto un suero.

Lo miré detenidamente, tratando de recordar algo de lo sucedido con anterioridad, la causa de por qué me encontraba en lo que suponía era la habitación de un hospital, pero ningún recuerdo próximo me daba la respuesta.

Divisé a Emily sentada en un pequeño sillón, casi a mis pies, mientras sus brazos se enrollaban sobre el borde de la cama y servían de almohada para su cabeza. Pude ver, gracias a que su rostro giraba hacia donde yo estaba, que tenía los ojos cerrados y su espalda subía y bajaba en una suave sintonía, y di por hecho que estaba durmiendo.

El peligro acechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora