10. Teorías

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Sentí que aquellos diez minutos de camino a la casa de mi amiga se volvieron una eternidad. Al parecer mi cuerpo iba abandonando poco a poco toda la tensión y adrenalina que había estado acumulando desde el día anterior, por lo que el cansancio físico y mental comenzaban a hacer estragos en mí.

Una vez que por fin estacioné el auto en la entrada de la casa de Emily, un profundo suspiro de alivio salió entre mis labios. Por primera vez en el día, sentí que aquí estaba segura, que nada podría pasarme.

Bajé justo en el momento en que la castaña abría la puerta de entrada y chocaba mirada conmigo, dedicándome una sonrisa.

— ¡Amiga! —Exclamó, viniendo a mi encuentro con los brazos abiertos. — ¿Qué te pasó? —Preguntó cuando estuvo frente a mí.

Arrugué el ceño y la miré confundida.

— ¿Por qué lo dices?

Ella me escaneó desde mi cabeza hasta mis pies y luego subió nuevamente su vista a mis ojos.

— Tienes cara de demacrada total. —Contestó negando con su cabeza, en modo de desaprobación. —Ven, vamos adentro. —Me hizo seña de que entráramos, para luego subir las escaleras hacia su habitación.

La casa de Emily era linda y acogedora, realmente en estos momentos se sentía todo lo contrario a lo que era la mía, inmensa y fría. No era ni demasiado grande, ni muy chica, era simplemente perfecta y su familia la llenaba del amor y el cariño necesario.

— Espérame aquí, iré a buscar algo para comer porque muero de hambre. —Me dijo una vez que ya nos encontrábamos en su cuarto.

— Está bien. —Le contesté, a la vez que me dejaba caer en su cama.

Claro que en ningún momento me imaginé que esa sola acción iba a provocar que mis ojos no resistieran ni un segundo más abiertos y sentí como la oscuridad me consumía por completo.

*

— Kim... —Logré distinguir la silueta de mi madre entre toda la oscuridad de aquella escalofriante habitación. Su voz parecía salir ahogada, como si algo estuviera cubriendo su boca, y su tono estaba cargado de angustia.

— ¿Mamá? —Pregunté en un susurro. Bien sabía que era ella, mi desconcierto caía sobre la situación en la que nos encontrábamos.

Sus ojos, que alguna vez los había visto cargados de alegría, en aquél momento los invadía una tristeza enorme. Lágrimas bajaban una tras otra por sus mejillas, sus manos a los costados de su delicado cuerpo temblaban como no creí que fuera posible y su respiración estaba agitada.

Si bien el lugar donde nos encontrábamos estaba sumergido en la total oscuridad, parecía haber una especie de luz tenue por encima de su cabeza, que iluminaba solo donde ella estaba de pie, creando un circulo a su alrededor.

— Lo siento, hija. —Dijo con la voz cortada, seguido de un tortuoso llanto que inundó la habitación.

— ¿De qué hablas, mamá? —Pregunté, cargada de confusión y dando un paso en su dirección, fue en vano.

En ese mismo instante, un escandaloso sonido retumbó, provocando que llevara mis manos a mis orejas, cubriéndolas, a la vez que observaba como el cuerpo de mi madre se desplomaba en el suelo y la camisa blanca que llevaba puesta se tenía de carmesí por sobre su pecho.

No pude hacer nada, más que quedarme allí de pie, mirando su cuerpo sin vida. No pude hacer nada, más que comenzar a llorar.

— ¡NO! —Me desperté, sentándome rápidamente en la cama y llevándome mi mano hacía mi corazón.

El peligro acechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora