11. Algo peligroso

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— ¿Qué pasó con lo de no hacer nada estúpido? —Me preguntó mi amiga a la vez que se agachaba un poco más detrás de mí.

— Shh... ¡Agáchate! —La tironeé para que casi viniera al suelo conmigo. — ¡Tú has insistido en venir! —Le recriminé, observando a nuestro alrededor.

— No fue como si tú te hayas opuesto demasiado. —Rodé los ojos ante su respuesta. Por supuesto que no me iba a oponer si eso llegaba a darme alguna clase se respuesta, pero es que tampoco le daría la razón.

Aunque tal vez en estos momentos el sentimiento de arrepentimiento comenzaba a aparecer sobre nuestra estúpida e imprudente decisión. ¿Cuál había sido esa decisión? Todo se remontaba a... esa misma mañana en la escuela.

"— ¡Kim, tengo una buena!". Cuando la vi corriendo hacia mí por el pasillo con un entusiasmo poco común para la primera hora de clases, supe a ciencia cierta de lo que se trataba. "—Brian me dijo que esta noche no podríamos vernos, le pregunté por qué y me contestó que había quedado con los chicos por el cumpleaños de uno". Claro que ese "uno" no existía y tampoco era el cumpleaños de alguien, por lo que nuestra curiosidad y las ganas de obtener respuestas alcanzaron niveles antes no conocidos por mí.

Mi resistencia obviamente había sido mínima, aún sabiendo que era una mala idea y podía resultar en algo mortal. Sin embargo, ideamos un plan para seguir a mi hermano en el momento en que sacara el auto del garaje para irse al supuesto cumpleaños. ¿El plan? Consistía en usar el auto de los abuelos de mi amiga, Brian nunca lo había visto, ella nunca se lo había mencionado y no podría reconocernos.

En el momento en que tomaron la avenida que se dirigía al lado Este de la ciudad, confirmé que todo había sido una muy mala idea, pero, con una que otra mirada de confusión que nos lanzábamos con mi amiga, no desistimos.

Por lo que, aquí nos encontrábamos. En medio de un barrio de mala muerte, escondidas detrás de un basurero y observando a nuestros sospechosos entrar a lo que parecía ser un antro a mitad de cuadra. Ni siquiera necesitaron mostrar identificación para pasar, al enorme guardia sólo le basto con verlos para moverse a un lado, mientras a su derecha había una fila de personas que llegaba a la esquina.

Lo que más logró llamar mi atención no fue el barrio, el antro, tampoco fue que los dejaran pasar sin más, sino que nadie de los que se encontraba en la larga fila expresó su disconformidad, abucheó o incluso dijo algo sobre la acción del guardia. Más bien sucedió todo lo contrario, los observaron con... ¿respeto, tal vez? Sinceramente alucinaba con lo que veía, y las preguntas no hacían más que multiplicarse.

— Dime que has visto eso. —Susurró mi amiga, tan o más sorprendida que yo.

— Realmente no estoy segura de lo que acaba de pasar. —Contesté.

— Ven, entremos —Dijo ella, haciendo el amague de ponerse de pie, pero se lo impedí tironeándola nuevamente a su posición.

— ¡¿Te has vuelto loca?! ¡Primero que nada, mira nuestra ropa! ¿Y qué demonios se supone que haremos para entrar? ¿Acaso has visto la cola que hay? Con suerte ingresaríamos cuando amanezca. —Demonios que yo también moría por entrar, pero me resultaba algo poco probable.

— ¡Tienes razón! Debe haber ropa en el auto de nuestras salidas clandestinas. —No terminó de decir la última palabra que salió disparada hacia el vehículo.

— ¿Qué? ¡Emily! —Exclamé entre dientes mientras veía como abría el baúl y revisaba casi con desesperación.

Largando un suspiro de resignación, me acerqué hasta donde mi amiga se encontraba.

El peligro acechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora