xxii. f a t h e r z e u s

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xii. Padre Zeus

           Desde lo alto de las nubes se alzaba el pico truncado de una montaña, con la cumbre cubierta de nieve

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           Desde lo alto de las nubes se alzaba el pico truncado de una montaña, con la cumbre cubierta de nieve. Colgados de una ladera de la montaña había docenas de palacios en varios niveles. Una ciudad de mansiones: todas con pórticos de columnas, terrazas doradas y braseros de bronce en los que ardían mil fuegos.

Los caminos subían enroscándose hasta el pico, donde el palacio más grande de todos refulgía recortado contra la nieve. En los precarios jardines colgantes  florecían olivos y rosales. Vislumbré un mercadillo al aire libre lleno de tenderetes de colores, un anfiteatro de piedra en una ladera de la montaña, un hipódromo y un coliseo en la otra. Era una antigua ciudad griega, pero no estaba en ruinas. Era nueva, limpia y llena de colorido, como debía de haber sido Atenas dos mil quinientos años atrás.

«Este lugar no puede estar aquí», me dije. ¿La cumbre de una montaña colgada encima de Nueva York como un asteroide de mil millones de toneladas?

¿Cómo algo así podía estar anclado encima del Empire State, a la vista de
millones de personas, y que nadie lo viera?

Pero allí estaba. Y allí estaba yo.

Mi viaje a través del Olimpo discurrió en una neblina.

Pasé al lado de unas
ninfas del bosque que se veían confundidas. Los
vendedores del mercado me ofrecieron ambrosía, un nuevo escudo y una réplica
genuina del Vellocino de Oro, en lana de purpurina, como anunciaba la Hefesto Televisión. Las nueve musas afinaban sus instrumentos para dar un concierto en
el parque mientras se congregaba una pequeña multitud: sátiros, náyades y un puñado de adolescentes guapos que debían de ser dioses y diosas menores.

Nadie parecía preocupado por una guerra civil inminente. De hecho, todo el
mundo parecía estar de fiesta. Varios se volvieron para verme pasar y susurraron algo que no pude oír.

Subí por la calle principal, hacia el gran palacio de la cumbre. 

Unos escalones conducían a un patio central. Tras él, la sala del trono. «Sala» no es exactamente la palabra adecuada. Aquel lugar hacía que la estación Grand Central de Nueva York pareciera un armario para escobas.

Columnas descomunales se alzaban hasta un techo abovedado, en el que se
desplazaban las constelaciones de oro  Aquel lugar hacía que la estación Grand Central de Nueva York pareciera un armario para escobas.

Columnas descomunales se alzaban hasta un techo abovedado, en el que se
desplazaban las constelaciones de oro. Doce tronos, construidos para seres del tamaño de un gigante, estaban dispuestos en forma de U invertida, como las cabañas en el Campamento Mestizo. Una hoguera enorme ardía en el brasero central.

Todos los tronos estaban vacíos salvo dos: el trono principal a la derecha, y el
contiguo a su izquierda. No hacía falta que me dijeran quiénes eran los dos
dioses que estaban allí sentados, esperando que me acercara. Avancé decidida.

Goddes Of Heroes And The Lightning Thief¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora