El deseo de Quimey

Capítulo 10: Última cena

  Todos me miran, está claro lo que trata de insinuar el anciano. Dudo mucho que aquello pueda ser cierto.

—Apenas unos días—le respondo.

  El anciano deja ver una mirada de sospechas y algo de esperanza pero, al notar la vista de todos centrándose en mi e incomodándome, da una señal con una de sus patas delanteras como dándoles a entender que no necesitan prestar tanta atención a su pregunta. De inmediato todos comienzan a charlar entre ellos de temas diversos mientras cenan. Terminados los alimentos tomamos un tiempo para distendernos antes de dormir.

  Akane me llamó para conocer a su padre aprovechando el momento. Aquel hombre de barba prominente aparentaba unos treinta años, me sorprendí al saber que ya estaba pasando los cincuenta, pues no tenía siquiera arrugas. Se presentó como Tahiel, un nexo entre humanos y Cambiaformas. Sin embargo nada más que eso me dio a conocer sobre su pasado.

— ¿Sucede algo Alhue? —me preguntaba mi compañera mientras me dirigía a mi caballo.

—No, nada. ¿Por qué preguntas?

— Es que te vi alejarte solo del grupo, y hacia tu montura.

— Oh, eso. Pensé que quizás Lihuel sabría algo sobre este bastón—dije sacando aquella pieza de madera que había dejado junto a los animales.

— Ya veo, quizás sepa algo, vivió mucho tiempo.

— Me pregunto que serán estas esferas— comento mirando detenidamente el bastón, luego me doy cuenta de algo extraño. Ahora solo tiene una esfera en el centro.

— ¿No eran dos?

— Si, estaba seguro que eran dos…

  Centrado en la esfera comienzo a ver dentro suyo como si esta se volviese de cristal. En su interior se podía apreciar montones de pequeños puntos brillantes como estrellas en el firmamento, quizás más, que se movían todas en una misma dirección yendo hacia el centro de a poco como si se formara un remolino. En el centro comenzó a formarse una luz entre verde y azul que iba ganando intensidad. Era un espectáculo muy bello, pero fue interrumpido por Akane.

— ¡Alhue! —gritó

— No me grites así de repente por favor —realmente me había dado un susto.

— No es de repente, te estaba hablando cuando noté que te quedaste paralizado mirando la madera, creí que te había pasado algo

— Lo siento. Es que el cristal—me detuve al ver nuevamente la esfera, comprobé que era madera, como si lo que vi nunca hubiera pasado, fue algo extraño.

— ¿Qué cristal?

— No es nada, no importa. Mejor lo dejamos para mañana.

— Creo que es lo mejor, ya todos se están yendo a dormir—determinó la pelinegra bostezando, a lo cual asentí.

  Un golpe muy fuerte seguido del temblor de la tierra hizo que me despertara, y a algunos alrededor mío también. Lihuén entre ellos. Nos miramos extrañados antes de sentir el temblor nuevamente, ante ello dirigimos nuestros ojos al centro, donde estaba la fogata, y pudimos ver a dos gigantescas tortugas luchando,  una era del doble del tamaño de la otra. Al acercarnos pudimos comprobar como la mayor terminaba de cortar el cuello de la otra con un mordisco, y reconocimos a la ganadora como Lihuel.

— ¡Despierten todos! —grito el anciano— ¡Nos están atacando!

 Fue entonces que vimos con más atención a nuestro alrededor y nos encontramos cerca de diez animales más grandes de lo normal muertos. El gigante había estado luchando bastante, se lo notaba exhausto además, para ser una tortuga.

  Repentinamente una figura diminuta se alcanzó a ver parado frente a Lihuel, diminuta y parda, con pelaje denso y esponjoso. Era el Pomerania, que en su hocico llevaba mi bastón como si no pesara nada, recordé lo mucho que le había costado a Akane levantarlo y se me dibujó una sonrisa al ver ahora a ese pequeño sosteniéndolo como si nada. Al verme vino hacia mí corriendo para dejarme mi arma y luego volvió a su posición frente al líder de la aldea.

— ¿Qué te sucede pequeño? — preguntó con voz gentil el anciano.

— Tu cabeza—respondió con una voz tan femenina y joven como divertido el tono en que habló. Todos reímos y suspiramos con alivio por oír lo que en ese momento parecía una broma.

  Pero no lo era…