Capítulo 4: Fiesta de Bienvenida

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Una turba con antorchas nos sorprendió en la entrada de la aldea, era cerca de una veintena de personas corriendo de un lado al otro, se veían enfurecidos, perecían estar buscando algo... o alguien.

Por sus vestimentas deduje que no eran campesinos comunes, casi todos calzaban botas con puntas largas curvadas hacia arriba que se sujetaban al mismo calzado con una cadena pequeña, esto les hacía moverse de un modo algo extraño al trotar; uno de los hombres, que llevaba un jubón rojo con tachas, parecía darles indicaciones al resto señalando con un estoque.

Junto con mi compañero nos escondimos detrás de pequeña empalizada que en su interior parecía resguardar unas gallinas. Observamos a través de las estacas el movimiento que se producía, afortunadamente Lihuen sí comprendía lo que hablaban las personas.

-No nos buscan a nosotros -comentó-, están tras la adivina; dicen que es una bruja de Gloria que hechiza a los viajante y atrae a los niños para robarles su energía. Además ha destruido varios iconos de su señor quemándolos.

-Aun así no parece muy seguro estar por aquí, se ven demasiado enojados como para razonar -agregué.

Decidimos rodear el pueblo escondiéndonos detrás de las casas ya que al centro se podía ver a más personas, tanto hombres como mujeres, incluso algunos no parecían pasar los diez años, armadas con palas, espadas, bastones y antorchas. Algunos estaban luchando entre sí mientras otros seguían aquella búsqueda.

Las casas eran de barro por fuera pero llegue a ver el interior de algunas a través de las ventanas, en el interior eran de madera; no tenían lujos pero la mayoría se veían bastante cómodas, o al menos eso parecía a pesar de tener las luces apagadas. Timbó solo estaba iluminada por las antorchas que mecían con furia los pueblerinos, desconocía si en otro momento se viera así. No podía distinguir que color tenían las fachadas, todo se veía de color naranja rojizo por las llamas, salvo por varios charcos negros que nos encontramos en el camino, era sangre de la batalla campal que se llevaba a cabo.

No era un poblado excesivamente grande pero había bastante espacio entre una casa y otra, había empalizadas por doquier, algunas sin sentido alguno puesto que protegían ni cubrían nada. De a poco pudimos pasar el centro, donde estaba el mayor foco de la disputa, notable por la gran plaza que allí había y los gritos de dolor y furia que se dejaban oír con más fuerza que en la entrada; donde antes habría habido fiestas y reuniones ahora estaba lleno de cuerpos desmembrados, charcos de sangre, gritos y llantos. Incluso donde nosotros estábamos nos encontrábamos partes de cuerpos, en el peor de los casos una cabeza con los ojos abiertos y una expresión que me hizo temblar entero, pero eso solo me daba una razón más para largarnos de allí.

En un callejón pudimos divisar a una joven, de cabellera negra y vestida con una saya de color claro, que huía de cuatro hombres de edad cercana a los treinta años, dos de ellos eran bastante corpulentos. Tres iban armados con antorchas que usaban como tratando de golpear la tela para prenderla fuego. Cuando la joven llegó al final del callejón se dio cuenta que huir se había vuelto imposible, tomó una vara que había contra la pared y temblorosa se preparó para luchar.

Los hombres, al ver su ventaja, rieron mirándose entre ellos, antes de decidir quien la atacaría. Uno dio un paso al frente, no era de gran musculatura, ni siquiera atlético, pero era alto, quizás la joven le llegaría al pecho como mucho. El muchacho se sacó la almilla que llevaba puesta y la lanzo al rostro de la pelinegra pero, cuando dio un segundo paso hacia ella, recibió un fuerte golpe en el centro de la garganta, una estocada que la joven realizo avanzando cinco pies que los separaban en un instante.

Todos quedaron boquiabiertos, incluso Lihuén, era inesperado que ella pudiera abatir siquiera a uno. Por mi parte, sin saber por qué, me fui acercando; realmente lo último que queríamos era estar involucrados en la extraña situación de este pueblo, pero algo dentro de mí exigía ayudarla.

Los dos hombres más fornidos enviaron de un empujón al tercero para luchar, este tomó con fuerza la antorcha que llevaba usándola como un mazo, arremetió contra la chica, quien lo esquivó agachándose a un lado y dejando una pierna estirada contra la que su agresor tropezó, cayendo al suelo. Ella, en un rápido giro, comenzó a golpearlo en la cabeza descuidadamente, olvidando a los dos que estaban detrás suyo. Lo cual ellos aprovecharon sin dudar un instante.

Llegué a tiempo para desviar con mi sable un hachazo que se dirigía a la muchacha, la vibración de ambas armas al chocar me desconcentró un breve momento que el otro malhechor aprovechaba para pasar a mi lado dirigiendose a ella. Bloquee un golpe que iba dirigido a mis costillas con un codo, mi agresor dio un paso hacia atrás solo para dar otro golpe con el hacha que había sacado quien sabe de dónde. Llegue a reaccionar a tiempo previendo la trayectoria vertical que hacía su arma al caer, entonces, dando un paso a mi derecha, tome mi sable con ambas manos y golpee su cuello del cual no tardó nada en brotar el rojo líquido que tiñó sus ropajes.

Me di la vuelta para enfrentar a su compañero, que había tomado del cabello a la pelinegra quien nada pudo hacer más que gritar del dolor. Estiré mi brazo hacia atrás, dando un paso adelante, preparándome para golpearlo en la espalda cuando me di cuenta que solo tenía la empuñadura del sable y casi nada de la hoja; el resto se entraba clavada en el cuello del fortachón que se desangraba en el suelo. Por suerte Lihuén, que paso dando un salto junto a mí, atacó al ultimo agresor tirándolo al suelo, liberando así a la joven. Ni bien el lobo toco tierra, arrancó un trozo de carne del cuello de aquel sujeto.

- ¿Estas bien? -pregunté a mi compañero.

El cual me miró a los ojos antes de lamerse la mano para limpiar la sangre ajena.

- ¿Cómo podría no estarlo? No soy yo el débil del grupo que llora porque no quiere caminar.

Su respuesta no fue de mi agrado, ese lobo era realmente irritante a veces.

-¡¿Cambiaformas?! -gritó la joven mirando a Lihuén con una expresión de asombro en su rostro-¿Puedes entenderme?

-Lihuén... creo que está loca.

-¡Yo no estoy loca! - gritó ella frente a mi comentario, lo cual hizo que en ese momento seamos nosotros los asombrados. Ella podía entendernos.

-¿Tú puedes entendernos? -preguntaba el lobo con asombro.

-Claro que puedo, hablan una lengua extraña, pero cuando era pequeña conocí a varios cambiaformas y me enseñaron su lenguaje. Es realmente raro ver uno cerca de un poblado, mas aún en uno.

Nos miramos con alegría el lobo y yo, si alguien podía entendernos significaba que podríamos saber donde estábamos, podríamos buscar información, podíamos tener un rumbo. Si bien no entendíamos de que iba eso de "cambiaformas", no nos importaba, ya lo podríamos averiguar mas adelante. Por lo pronto necesitábamos salir de allí, ella nos dijo que la acompañaramos.

-Por cierto-le hablé a la joven- yo soy Alhue y él es Lihuén. ¿Cómo te llamas?

-Soy Akane. Bien, aquí estaremos a salvo. Cuando los viajantes llegan todo se calma porque ellos tienen buenas armas y, además, saben usarlas- dijo la joven mostrándonos una casa pequeña, las paredes eran una empalizada, bien hecha sin embargo, el techo de paja seca nos daba cierta seguridad teniendo en cuenta que no estaba nada quemada después de una noche llena de antorchas por doquier.

-¿Por qué se desató la batalla? -preguntó mi compañero, sin tacto alguno, como siempre.

-Porque los pueblerino querían matar a una bruja que controla el clima según ellos -respondió abriendo la puerta, luego giró la cabeza mirándonos con el rostro ladeado y prosiguió - Pero no se preocupen, mientras los viajantes estén aquí me protegerán, asique nadie nos atacará.

Lihuén y yo abrimos los ojos tras ese comentario, ante nosotros estaba la pista que buscábamos.

El deseo de QuimeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora