Capítulo 6: Antorchas y espadas.

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Pero… ¿Qué fue lo que pasó?

Daimo, el cabecilla de uno de los grupos más agresivos de aldeanos, le pagó a unos bandidos para asesinar a los viajantes y atraparme. Los emboscaron en la plaza cuando se preparaban para irse. —me respondió Akane apresurada mientras sacaba unos sacos de tela del baúl que estaba junto a la puerta—Lo mejor es irnos cuanto antes, ellos saben dónde vivo, el lobo puede convertirse en algo grande y detener a algunos o quizás a todos los bandidos pero las personas del pueblo también vendrán y no podremos hacer nada contra tantos.

¿Convertirme…?—preguntaba Lihuén.

¡Eso es! Conviértete en algo veloz que nos pueda llevar—decía ella tomando al can por la cabeza y mirándolo a los ojos como si lo hipnotizara.

Ya cálmate un poco un poco y pensemos como convencerlos—le dije— No te dejaremos sola pero  tampoco podemos arriesgarnos como si nada.

  Akane soltó el cráneo peludo que tenía en manos y, mirándome a los ojos con el ceño fruncido, abrió la puerta completamente dejando ver una nube de tierra donde se distinguían varios caballos con jinetes y fuego. Antes no lo había notado, dormimos tanto que ya era de tarde y el sol estaba cerca del horizonte.

¿Te parece que tengamos tiempo para pensar? Quizás a ustedes no pero a mi seguro me van a matar —sentenció.

  Lihuén me miró con las orejas hacia delante y luego agachó la cara mirando ligeramente a Akane con las orejas gachas.

Yo… no me puedo transformar…

¿Cómo qué no? ¡Este no es momento para bromas! ¡Eres un Cambiaformas!

Yo no sé lo que eso significa… nunca oí esa palabra. No recuerdo nada de antes de ser capturado junto a esa manada de lobos, solo sé que soy el nahual de Alhue. Lo siento…

  La joven pareció estar a punto de decir algo pero solo el silencio quedó junto con un gesto de resignación de su parte acentuado por esos azulinos ojos húmedos. La nube de polvo ya nos permitía ver las siluetas de los cinco jinetes que se aceraban y los brillos de sus armas y antorchas.

Ya es tarde. Solo nos queda luchar. —interrumpí—Akane, de verdad no recordamos nada más que eso pero sabemos que sin ti no llegaremos lejos, te protegeremos.

  Ambos me vieron con sorpresa en sus rostros, sinceramente, sin ella no podríamos llegar a su pueblo ni saber nada. La necesitábamos viva.

  Examiné a mí alrededor buscando algo útil, la casa era pequeña, de una sola habitación, en los baúles quizás habría algo útil. Los bandidos no podrán entrar pero con sus antorchas pueden quemar el techo de paja sobre nuestras cabezas. Akane sacó una vara larga de debajo del camastro y pude ver una camisa suya rota que le pedi me diera un trozo, con eso y algunas tiras de cuero de las que había guardado cuando rescaté a Lihuén hice una honda para tratar de bajar a los jinetes de sus monturas antes que lleguen. Pequeño error al terminarla, no había rocas dentro de la casa.

Akane, necesito rocas rápido, saldré fuera.

¿Dónde crees que estamos, en un peñasco? Aquí no hay muchas rocas, ¿no ves las casas de barro?

—….

  No iba a darme por vencido, debía ser útil ¿no? Decidí salir, de todas formas no podríamos quedarnos dentro. Lihuén salió detrás mio con paso firme y su posición de combate mostrando sus afiladas fauces, gruñendo como una bestia salvaje. Fue entonces que recordé lo que me dijo mi compañero al despertar sobre los leños detrás para cocinar y corrí hacia atrás de la casa con la esperanza de encontrar un hacha.

El deseo de QuimeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora