Cuatro años, ocho meses

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-Yount.- musité mirándolo a los ojos lleno de sentimientos, lleno de recuerdos.- Luc Yount.

Pareció que el contrario se perdió en sí mismo por unos instantes, sorprendido de que sea yo el que estaba sentado en la barra y no sus habituales clientes.
No dijo nada, solamente elevó sus cejas y comenzó a preparar la malteada de chocolate que hace poco yo le había pedido. Todo esto era muy extraño, como si ambos estuviéramos atrapados en un lapso del tiempo antiguo y no cinco años después.

-Extra jalea, lacasitos y trozos de oreo, como te gusta.- colocó la bebida mencionada en frente mío y solo atisbé a mirarla curioso. Una parte de mi mente me decía una y otra vez que no entablara una conversación con él, que no era la mejor idea, pero la otra tenía una enorme curiosidad en saber qué había sido de él, de todos estos meses y años en los que había perdido su contacto.

Una pequeña plática no iba a matarnos.

-¿Lo recuerdas?- pregunté, haciendo referencia a la malteada. Un tanto serio, Lavi me miró y no despegó sus ojos de los míos, justamente cómo lo hacía antes; logrando como siempre ponerme nervioso, ansioso.

-Recuerdo todo.- musitó en respuesta, sorprendiéndome un poco y sin dejarme oportunidad de tomar el tema nuevamente.- no has cambiado para nada.

Me concentré en sus facciones. El si había cambiado, pero supongo que en el interior, porque por fuera solamente tenía el cabello un poco más largo.

-Tú tampoco.- seguí la conversación y tomé la malteada entre mis manos decidido a darle un sorbo.

Esto no era como me imaginaba mi reencuentro con Lavi hace años. Cuando apenas había pasado un corto lapso de nuestra separación, todavía lo esperaba, esperaba que fuera a buscarme y me dijera cuánto me había extrañado; no que fuera yo el que lo terminaría encontrando.

-Lo sé, tu madre me lo dice siempre.

Dejé de beber.
¿Mi madre?

-¿Hablas con mi madre?- sin quererlo eso me molestó un poco, ya que aunque sabía que jamás había metido a mi madre en lo nuestro, no tenía razones algunas para seguir en contacto con ella, ¿o si?

El pelinegro me miró sin expresión alguna, solo que arrugó la nariz, y el arrugaba la nariz cuando tenía algo que decir y no lo hacía.

-Sabes que tu madre fue una igual para mí.- respondió.- y tú solo te fuiste.

Y ya estuvo. La tensión apareció en el aire de un segundo a otro, tomé el popote intentando mantener la cordura entre nosotros, porque lo que menos quería hacer era comenzar una pelea. Había venido aquí a limpiar todo mi pasado, a intentarlo de nuevo.

No a revivir amores que no valieron la pena.

-Lamento el haberme ido cinco años.- dije finalmente. Pero no podía culparme, una mejor oportunidad de estudios se me ofreció al otro extremo del país y no dudé en usarla.

-Cinco años, un mes, y tres días.- susurró, logrando que mi pecho doliera , y me hiciera sentir que yo había tenido la culpa de todo.

No, no era así, nunca fue así.

-Te pedí que no me dejaras.- respondí, frío, triste, y molesto.- no fue mi culpa que no me hayas elegido, ¿ahora debo disculparme por no ser lo suficientemente bueno?

Un vaso sonó al caer. Lavi sin quererlo había soltado el que estaba secando, sacándonos a ambos de nuestro trance y dejando a su paso un aura extraña. Suspiré y me sentí culpable por eso, no había sido mi culpa, pero en parte lo era.

-Ven, déjame ayudarte.- el contrario no dijo una palabra cuando rodeé la barra y me arrodillé a su lado, tomando varios cristales grandes con la mano para los restantes recogerlos con el recogedor. Atisbé uno grande algo lejos y estiré mi mano para tomarlo; claro que no me esperé que Lavi iba a hacer lo mismo y nuestras manos terminarían empalmadas.
Cuando hicimos contacto, sentí esos mismos escalofríos que sentí hace cinco años. Algo que nunca había vuelto a experimentar hasta ahora.

Ninguno de los dos se movió y el momento de poder decir que esto había sido un accidente pasó, para estos momentos ambos sabíamos lo que estaba sucediendo. Levanté mi mirada hasta Lavi, el también me miraba, y estábamos demasiado cerca. Una maraña de sentimientos encontrados me golpeó al conectar sus ojos con los míos, todo daba vueltas y ahora era un niño de quince años confundido y temeroso del mundo.
Lavi siempre me había dado tranquilidad, el había sido mi lugar seguro en toda esta mierda de vida.

-Luc.- susurró y se acercó peligrosamente a mí. Tragué duro, podía retroceder, ¿entonces porqué no lo hacía? ¿Porqué mi cuerpo no se movía?- te extrañé.- mi corazón me golpeó cuando al fin nuestros labios se juntaron. Fue como si en todo este tiempo de no vernos ambos hubiéramos estado buscando lo mismo, ambos nos hubiéramos estado llamando. Retiré mi mano del cristal y envolví su cuello delicadamente; sentí como él me apretaba igualmente de la cintura y me sentí feliz; aunque en el fondo sabía que no era lo correcto, que esto nos iba a ocasionar problemas como hace cinco años, me traté de hacer la idea de que solo era un beso, un simple beso.

De un momento a otro, el más alto me levantó del suelo y me sentó delicadamente sobre la barra, nuestro contacto fue intensificándose a medida que pasaba el tiempo, y para cuando me di cuenta el chico estaba quitando mi playera.
No podía decirle que no, no a él, al que alguna vez fue mi primer amor y ahora solo un vago recuerdo en mi memoria.

Lavi apretó mi cintura y me acercó aún más hasta él, el contacto caliente de nuestros cuerpos me hizo estremecer en todos lados, especialmente ahí abajo. Sentir su respiración me llenaba, y no sabía bien el porqué.
El pelinegro dejó mis labios para después comenzar a llenar de besos mi cuello. En un acto involuntario dejé caer mi cabeza hacia atrás y gemí.
Sí, había gemido. Oh Dios.

Nos encontrábamos tan sumergidos en nuestro mundo, dejándonos ser, que el repentino sonido de la campanilla en la puerta del establecimiento casi me hace gritar.
En un acto involuntario me tiré al suelo buscando mi playera y poniéndomela en cuestión de segundos, mientras que Lavi se acomodaba el cabello y carraspeaba la garganta.

-Buenos días.- escuché como dijo una chica y comenzaba a ordenar lo que parecía ser una pizza, al mismo tiempo que yo, agachado debajo de la barra me sentía mal conmigo mismo. Pensaba en Ana, pensaba en mi madre, y pensaba en mi estabilidad mental; me había tardado más de un año en poder seguir adelante después de todo lo qué pasó, y el verlo tan solo cinco minutos hizo que terminara de esta manera.

Está bien, tranquilízate Luc, no es para tanto. Fue solo un beso, un simple beso nostálgico. No volverá a pasar.

-Que tenga un buen día.- volvió a hablar el chico, y cuando la campana de la puerta sonó, al fin pude respirar. Me paré lo más rápido que pude del suelo (ya con la camisa puesta, quiero aclarar), y un tanto nervioso miré al ojiverde.

-Ya me iba.- musité antes de salir casi corriendo hacia la salida del recinto.
Quise gritar cuando un tirón en mi mano me detuvo y giré la vista conteniendo el aire, su presencia me hacía alguien vulnerable, alguien débil.

-¿Te quedas donde tu madre?

Lo pensé unos segundos, el decirle dónde dormía ponía en peligro mi estancia aquí, además que podría darle una razón para volver a buscarme, cosa que no me favorecía si quería continuar como habíamos dejado esto.
Él te lastimó Luc, el te lastimó Luc, el te lastimó Luc.

-Sí, ahí mismo.- sonrió.

-Bien.

Cinco años.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora