La claridad gris del día se reflejaba en las blancas paredes de su habitación.
Eran las 8:00 de la mañana de un lunes 8 de septiembre, los pájaros cantaban en aquel ambiente de otoño, mientras, William solo se miraba en el espejo, siguiendo su rutina diaria.
Observó su cuerpo de pies a cabeza. Llevaba sus zapatillas desgastadas de deporte, un pantalón vaquero roto, su camisa verde y, a pesar de la cálida temperatura, su chaqueta larga de color marrón. La funda de sus gafas redondas todavía yacía sobre la mesita de noche junto a su teléfono móvil y lámpara.
El chico agarró su gafas y teléfono y echó un último vistazo a su habitación, ¿Quién sabe si podría ser su último día viéndola?
Las ventanas estaban cerradas, el escritorio recogido, el armario ordenado y el suelo limpio. Llevaba la mochila a su espalda así que no se le podría haber olvidado nada.
Salió de la habitación cerrando la puerta tras él y se adentró en el pasillo que comunicaba con la cocina y la puerta de salida. Como la mayoría de las mañanas la casa se encontraba vacía y el frigorífico tenía una nota de parte de su madre en la que se podía leer:
"William, probablemente no llegue hasta tarde en la noche de hoy, tienes el desayuno del instituto en la nevera y podrás encontrar comida para el almuerzo y la cena en el congelador"
"- Mamá"
Su madre trabajaba en una oficina a tiempo completo, por lo que no estaba mucho por casa. Con los años la relación con ella se fue deteriorando y como su padre los abandonó se había criado prácticamente solo.
El sonido de un grifo goteando lo devolvió a la realidad, todavía atontado se acercó al fregadero de la cocina y abrió el grifo dejando que corriera el agua, recogió un poco de ella con sus manos y se limpió la cara para así poder despertarse del todo y prepararse para un día más.
Tomó las llaves de la casa antes de salir y echó la cerradura en la puerta. Metió la mano en el bolsillo de su larga chaqueta mientras tomaba un gran suspiro, saco la funda de las gafas y se las puso en un instante. Sin tiempo que perder se encaminó al instituto.
Parecía haber algo extraño en aquel día, la gente paseaba normalmente por la calle llevando tan solo una camiseta fina, no parecían tener frío, sin embargo, William que llevaba más ropa que todos ellos, notaba el frío atravesando esta y congelando le.
Sin darle demasiada importancia siguió caminando hasta toparse con un reloj de bolsillo tirado en mitad de la acera. Parecía ser antiguo y tenía unas letras grabadas W.D.G. La aguja del reloj estaba cerca de las 12 y la de los segundos avanzaba más lento de lo normal, probablemente estuviera roto o la pila estuviera a punto de gastarse, por el motivo que fuera no le interesaba, suspiro una vez más y un poco molesto le pregunto a unas cuantas personas si se le había caído, todos ellos respondieron que nunca habían visto ese reloj, así que con rapidez lo guardó en su bolsillo y salió corriendo. Con suerte llegaría a la hora en la que sonaba el timbre de entrada.
Llegó hiperventilando unos minutos antes de lo que pensaba, el atletismo nunca había sido su gran pasión, él era más de tazas de chocolate caliente, libros de poesía y música clásica. Subió las escaleras de granito con paso lento y al llegar arriba atravesó la puerta abierta que daba paso a un largo pasillo lleno de gente.
Como hacía todos los días se dirigió a su esquina favorita y sacó su cuaderno y su lápiz y de nuevo se quedó observando la página en blanco sin saber que escribir. Pensó que algún día podría terminar esta historia, pero aquel cuaderno tenia más garabatos que palabras. Hacía años que no escribía una sola frase en él, y la última que recordaba era "Mi última sinfonía, mi gran despedida, mi amada inacabada." Y como si de una predicción se tratara ese fue el fin de su imaginación.
Tras unos minutos que parecieron horas llegó el momento de entrar en clase, William se sentaba en la parte de atrás, era alto y callado así que no había motivo por el que ponerlo en las filas de delante. Tomó sitio en su silla y sacó sus cosas.
Para él las clases eran interminables, los segundos se convertían en horas y estos en días, sin embargo, ese día estaba más distraído de lo normal, en ciertos momentos parecía que estaba en otro planeta.
La sirena se hizo presencia interrumpiendo la clase y avisando de que la hora del almuerzo había llegado, todos agarraron su comida y salieron al patio sin prestar atención a nadie más, mientras, William rebuscaba por todos los bolsillos de su mochila, el almuerzo no estaba, probablemente lo hubiera dejado en casa cuando se lavó la cara. Por suerte siempre llevaba dinero de emergencia y aunque los precios de la cafetería estuvieran por los aires, no tenía otra opción.
Se volvió a pasear por los pasillos del instituto en dirección de la cafetería y, esperando que las puertas estuvieran abiertas, las atravesó con seguridad, o eso fue lo que pensó. La gente que trabajaba en la cafetería estaba de huelga así que no habían acudido al centro y por consecuencia las puertas de la cafetería estaban cerradas.
El chico chocó de bruces contra las puertas y cayó al suelo junto con sus gafas las cuales cayeron un poco más lejos de él. Las recogió y miro a todos lados para saber si alguien lo había visto, afortunadamente todos estaban en el patio así que se pudo salvar de ser el hazmerreír.
Todavía un poco avergonzado se puso en pie, se había quedado sin plan b y pronto acabaría el recreo. Solo le quedaba aguantar las tres últimas horas con el estómago vacío.
Sin nada más que hacer volvió a clase y se sentó en su silla, se quedó allí mirando a la pizarra y repasando los ejercicios de geometría avanzada mientras pensaba en mil cosas a la vez, hasta que recordó el reloj de bolsillo, con curiosidad lo abrió para comprobar si realmente estaba roto. Las manillas no avanzaban y no sonaba ninguno de los engranajes de su interior "parece que le ha llegado la hora a la pila" susurró para si mismo.
- No es la pila a la que le ha llegado la hora.- Una voz retumbó en el salón de clases.
- ¡¿Quién hay ahí?!- William se levantó corriendo de su asiento y miro a todos lados. Una risa se burló de él.
- Aquí arriba.- Esa voz otra vez con su tono burlón, parecía tener eco propio. Un poco asustado miro hacia arriba, pero lo único que pudo ver fue el techo.
- No es gracioso, sea quien sea, pa-. William sintió una mano congelada tocando su hombro. Y al girarse pudo ver una enorme guadaña acechando sobre su cabeza.
- Ha llegado tu hora, William Graves. ¿Te espera el cielo o el infierno?- El chico cayó desplomado al suelo
- Po-por favor n-no me hagas nada.- Aterrado se cubrió los ojos con sus brazos, mientras que aquel ser se acercaba a él lentamente. Sin ningún tipo de compasión dejo caer la guadaña sobre él.
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Mi Última Sinfonía (Antiguo borrador)
General FictionMi ultima sinfonía, mi gran despedida, mi amada inacabada. Es lo único que logró recordar haber escrito. La tinta se escapó entre las páginas de aquel cuaderno y las palabras se fueron volando como pájaros junto a mi imaginación. Perdí las esperanz...