La sala de espera me inspira a todo menos a parar. El tiempo no se detiene, avanza traicionero. En esta ocasión, las agujas del reloj rotan agonizantemente lento, relamiéndose con mis nervios. El tiempo es cruel, desigual, injusto a fin de cuentas. Hoy, que es cuando más efímero necesito que sea, más tortuosamente lento pasa. Cronos, amigo, apiádate de esta mortal desesperada.
La situación tampoco ayuda. Odio los cambios bruscos, me cuesta adaptarme a ellos. Tengo una rutina y la cumplo a raja tabla. Desde con qué pie me levanto de la cama hasta las vueltas que doy antes de quedarme dormida. Necesito estos hábitos para no desquiciarme, cosa que me está pasando justo ahora. Mis uñas, completamente carcomidas, son la muestra más visible.
—Halsey, relájate, por favor. No es lugar donde montar un espectáculo—me pide la señora Davis, la directora del orfanato donde vivo.
—No es hora de montar un espectáculo. No es hora de montar un espectáculo. No es hora de montar un espectáculo—repito en voz baja.
Miro por el rabillo del ojo a la pareja que se sienta en los asientos contiguos. No han reparado en mis nervios, hecho que agradezco. Les calculo unos treinta años, pero por la desesperación de sus rostros aparentan muchos más. En medio de los dos y arropado por el brazo del hombre, hay un niño pequeño. Su cabeza está rapada y su cara es huesuda y pálida. La ropa le queda demasiado holgada por su delgadez enfermiza y, sin embargo, tiene una sonrisa. Ríe mientras que le cuenta a sus padres alguna anécdota, o invención. Quién sabe.
Siento una punzada en el estómago. Unas mariposas que nunca admitiría en voz alta. ¿Son celos? No exactamente. Al menos no por el pequeño en sí, el cáncer no es envidiable, pero quizás por sus padres. Tal vez, solo me gustaría saber por una vez qué se siente al tener unos padres a mi lado, unos que me quieran y apoyen en todo. Pero eso es un imposible. Mis progenitores me abandonaron con cinco años y a esa edad nadie adopta. Mucho menos a un "bicho raro", apodo que me han gritado alguna vez que otra. Normalmente agradezco que mi vida sea tal y como es, porque de no haber sido así nunca habría conocido a Louis. No obstante, en momentos como este me gustaría haber tenido una infancia aburrida y convencional.
—¿Familiares de Louis Johansson?
—Soy la tutora legal—informa la señora Davis.
—Deberían sentarse—sugiere el doctor.
Ninguna buena noticia empezaría así.
—Baker, ¿cuál es el resultado del ejercicio b?
Tardo unos segundos en comprender que es el señor Hubbert quien ha llamado y que no estoy en una sala de hospital, sino en la última clase del lunes: matemáticas. El recuerdo es de ayer.
Según lo que me ha contado la directora, Louis se desmayó de repente. Lo llevaron al hospital y debieron de notar algo que nosotros no porque lo internaron de inmediato. Sospechan de una leucemia, pero no saben si está muy avanzada o todavía hay margen de reacción.
—Baker, ¿se ha enterado? —la insistencia del profesor ataca mi paciencia.
Otra cosa que no soporto es que me griten. Dispara mis nervios y me incomoda puesto que me convierte en el centro de atención. El profesor lo sabe, por eso sus chillidos son comunes a la hora de dirigirse a mí. Parece que le molesta mi presencia en sus clases.
Nunca he sentido tantas ganas de decir una barbaridad, montar un escándalo que le obligue a echarme de la clase o incluso mejor, expulsarme. Me gustaría gritarle que la probabilidad me importa un cuerno, que no uso logaritmos en mi día a día o que me tiraría por un puente si tuviese que aguantarlo un año más. Por suerte para los dos no soy ni lo suficiente valiente ni imprudente para decirle lo que realmente pienso. Así que, una vez más, me limito a la opción más fácil: seguir la corriente.
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Operación California
Teen FictionAsperger, futbolista, "bicho raro"... Halsey Baker ha estado etiquetada desde que tiene uso de razón, ¿el problema? Es más de lo que parece. Es más incluso de lo que piensa de sí misma. La valentía corre por sus venas, aunque a veces no sea capaz d...