Capítulo 9: Saltar

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—¿Cuánto falta?

—Menos que hace cinco segundos—respondo harta del comportamiento infantil del pelinegro.

Él juguetea con el cuello de su camiseta y recuesta la cabeza sobre el cristal de la ventana.

La calma dura otros cinco segundos.

—¿Cuánto falta?

—Menos que hace cinco segundos—repito, temiendo que el límite de mi paciencia está cerca.

Mi tono debe ponerlo en alerta puesto que me regala una sonrisa y se calla. Tamborilea los dedos sobre el salpicadero, distrayéndome nuevamente.

Entiendo que esté emocionado, de verdad, mas, la distancia y el tiempo no dependen de su entusiasmo. Su ansia no va a hacernos llegar antes, puede incluso ralentizarnos.

—¿Qué vamos a hacer en Des Moines?—pregunta inocentemente.

—Te lo he dicho, Lou, es sorpresa.

—No es justo.

—La justicia no funciona a nuestro gusto—comento mientras tomo el desvío que indica el mapa.

—No te pongas condescendiente, Hal. Dame una pista, pequeña—insiste.

Suspiro, rendida. Lo quiero mucho, pero, si sigue así, lo voy a terminar tirando en marcha. 

—Te va  a gustar—admito.

—¡Eso ya lo imaginaba! Dime algo que no sepa.

—Estar en silencio—contesto de inmediato.

Al analizar mis palabras me doy cuenta de que quizás me haya pasado, sin embargo, él no parece verse afectado.

—Otra pista—sin tenerlo en frente sé que tiene su mirada completamente volcada en mí y seamos sinceros, es difícil resistirse a sus preciosos ojos verdes—, que tenga que ver con la sorpresa—añade antes de que yo pueda quejarme.

—No hemos hecho nada similar nunca. Es más, nunca habría pensado que sería capaz de hacer algo así—explico.—Y ya está, tú sacas las conclusiones que quieras. Lo descubrirás esta noche.

—¿Esta noche?—grita excesivamente exaltado.

Maldición, se me ha escapado. En cuanto vea un cártel del concierto o cualquier anuncio atará cabos... Esto me pasa por bocazas.

—Sí, esta noche.

Él vuelve a hablar, pero no lo estoy escuchando. La señal que anuncia la llegada a Des Moines  capta toda mi atención. Aleluya.

Hermes, amigo mío, gracias por tener compasión y dejarnos llegar. Una hora más y lo lanzo al tártaro.

—¿Me estás escuchando?

—¿Um-hum?

Louis me regala su dulce sonrisa, a cambio de mi simple y desafortunado desinterés. Siempre ha sido así y aun ahora no entiendo cómo es que sigue a mi lado. Resiste por los dos, aguanta mi temperamento y desplantes y... ¿por qué? Mi compañía es agridulce y aunque lo quiero más que a mí misma, le hago daño. A veces sin darme cuenta, otras como mecanismo de defensa. 

Él aguanta, soportando las heridas y mis arranques. Yo avanzo a trompicones, arrasando a mi paso y perdiéndome en sus locuras.

—Te decía que nos vamos a pasar de carretera si no tomas el carril de la izquierda—dice con una tranquilidad pasmante.

¿Carril de la izquierda? ¡Casi me equivoco! Giro bruscamente el volante y cambio de carril.

—¡Qué pasada!—grita eufórico por mi maniobra temeraria.

Operación CaliforniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora