Capítulo 4: Gorras y camisetas

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Aparcamos en la explanada de una gasolinera. El lugar está vacío y oscuro, dado que solo los intermitentes de nuestro coche iluminan la sobriedad de la noche.

—El cartel de la entrada decía que abren a las seis. A esa hora repostamos y salimos de Burnham.

El castaño hace un saludo militar y murmura un "a sus órdenes". A pesar de lucir sonriente, se le ve muy cansado. Mantiene una palidez seria y sus ojeras están cada vez más pronunciadas.

¿Son estos síntomas de la enfermedad? Seguramente, pero, ¿qué significa eso? Dijo que empeoraría en cuestión de un par de semanas y solo ha pasado medio día.

—¿Estás mintiéndome?

—Ummm—Lou no llega a contestar pues se ha quedado dormido.

Paso mi mano por encima de su cara, sin llegar a tocarla. Sus párpados se cierran con más fuerza, casi forzados, y su pecho no se hincha de manera natural. Está rehuyendo de mi pregunta, lo que podría ser una afirmación. O bien, que no sabe de qué le estoy hablando y solo quiere descansar.

—Descansa—bajo su asiento tirando de una palanca oxidada y lo tapo con la manta que guardé en su mochila.

Tumbo mi asiento también y me hago una bolita. Doy una vuelta, y otra, y otra y así durante horas. El espacio es reducido e incómodo, nada comparable con mi cama. El olor empieza a ser extraño y el silencio, pese a encantarme de normal, ahora me altera. ¿Dónde ha ido el ruido? ¿Las risas? ¿Los coches? Parece que estamos en otro mundo, una realidad paralela en la que solo existimos nosotros dos y en la que, dadas las circunstancias, me encerraría de por vida.

Ojalá pudiésemos ser los dos, sin más.

***

—Hal—silencio. —Hal—alguien me clava su dedo sobre el estómago.

Abro los ojos, con intenciones de gritarle a quien me está molestando, mas, al ver los ojazos azules de mi amigo todo malestar se esfuma.

—¡Lou! Te ves mejor—comento alegre.

Ha recuperado un poco de color en sus mejillas y sus ojeras, aunque existentes, están menos pronunciadas. Sus brazos lucen un nuevo moratón y los dos que ya tenía no parecen tan acentuados.

—Estoy bien, Hal—dice con una sonrisa. —La gasolinera ya ha abierto y el encargado nos mira mal. Deberíamos repostar e irnos.

Según mi reloj son las ocho, una hora más tarde de lo que me gustaría. Ha sido mi culpa, me costó dormirme y mi reloj biológico se ha retrasado.

—Por cierto, ¿has descansado? —pregunta preocupado.

—Lo suficiente.

Pongo el asiento en su posición natural y me dispongo a salir del coche, pero Louis me detiene.

—¿Dónde vas tan rápido? Tenemos que peinarnos y arreglarnos antes, ¿no ves nuestras pintas?

Me fijo en su cabello despeinado y entiendo a lo que se refiere. El mío debe estar igual o peor al ser más largo. 

El cabello es otro detalle que nos diferencia. El suyo, ligeramente rizado, es completamente negro. El mío, pese a ser también castaño, tiene unos reflejos rubios naturales que lo hacen resaltar.

—¿Me dejas hacerte una trenza? —pide haciendo morritos.

Asiento y mientras él saca a relucir sus dotes de peluquero yo me pongo a revisar el itinerario que tengo planeado. Compruebo las carreteras que tenemos que tomar y los destinos por los que vamos a pasar. Si hay suerte, visitaremos Davenport al llegar.

Operación CaliforniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora