Capítulo 7: Mapaches, pandas y desencuentros

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Nuestro baile termina al compás del último verso, el cual repetimos para alargar el momento. Como con la muerte, el tiempo está fuera de nuestro alcance y por eso, aun sin tener nuestro permiso, los segundos siguen avanzando, recordándonos que somos nosotros quienes se adaptan y no ellos.

Nos separamos lentamente, disfrutando del íntimo momento que acabamos de vivir. Al alzar la vista me encuentro con sus ojos. Unos que han adquirido un verde acuoso y me miran profundamente, desvistiéndome el alma. Y no me incomoda, en absoluto. Creo que, de cierta manera, el instante que hemos experimentado ha supuesto un antes y un después en nuestra relación. Un acercamiento difícil de olvidar.

—Deberíamos volver al coche—murmuro notando que me faltan las fuerzas.

—Tengo una última propuesta—susurra.

—¿Otra más?

Su expresión se vuelve seria, arrasando con el reducto de sutileza que quedó de nuestro baile.

—Otra más—confirma.

Se acerca al coche sin prisas, disfrutando de la lentitud de sus pasos y mis nervios, que amenazan con descaro a mi agitado corazón.

Coge un objeto alargado del interior y lo esconde detrás de su espalda.

—Es peligroso en realidad, Hal. Una acción ilícita por la que nos podrían detener—explica con gran teatralidad, como buen aspirante a actor.

¿Ha dicho ilícito? ¿Hay algo menos lícito que "secuestrarlo" y colarnos en un cine? ¿Por qué esta fantasía de quebrantar la ley repetidamente?

—No, Lou. Ya hemos tenido suficiente por hoy—mi voz se va quebrando a medida que hablo.

—¿Segura?—su tono se mantiene igual de dramático que antes, sin embargo, en el momento que me muestra el objeto su sonrisa se hace presente.

—¿Un spray? ¿Dónde lo has comprado?

—El tatuador me los ha dado. Sé que dije que hoy era tu día, pero da la casualidad de que tenemos un precioso muro blanco que suplica ser pintado, ¿quién se puede resistir?

Yo. Definitivamente puedo resistirme, pero, debo admitirlo, suena divertido.

—Vaale.

—¡Así me gusta!—exclama mientras me lanza un bote de pintura negra.

Él saca otro del coche antes de dirigirse hacia el muro. No está tan cerca como sugería, pues tenemos que caminar hasta la entrada del pueblo. Allí damos con la pared a la que ahora que caigo le ha estado haciendo ojitos desde que pasamos por aquí después de haber plantado a Fred.

—¿No molestaremos al dueño?—inquiero echándole un vistazo a nuestro alrededor para comprobar que no haya nadie al acecho.

—No es un negocio. Es un edificio en ruinas, no lo echan en falta.

Me temo que tengo que darle la razón. A la estructura le falta la pared horizontal de la derecha, en cuyo hueco han crecido arbustos y unas hormigas han instalado su hogar.

—¿Qué pintamos?

—Que nuestra inspiración decida por nosotros—dice al mismo tiempo que empieza a trazar una línea diagonal desde la esquina izquierda.

Invierto unos minutos en decidir qué dibujar, a diferencia de Lou que por haberlo hecho sin pensar crea un garabato sinsentido.

—¿Me dejas el blanco?—pido luego de haber pintado el contorno de mi dibujo.

—¡Pues claro!—exclama elevando el tono.

Relleno los huecos necesarios de negro y el resto va en blanco. Una vez que termino el primer dibujo, trazo las líneas del segundo, el cual sitúo justo al lado. Este requiere bastante más cuidado y concentración, por lo que durante casi veinte minutos me mantengo en silencio, apretando mis labios y de puntillas para poder pintar la figura entera.

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