Capitulo 5

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Terror. Era lo que sentía en el trayecto de Milán a Como, aproximadamente una hora es lo que duraba el viaje. En el coche había puesto mi playlist favorita para calmarme, pero ni aun así logré bajar mi estado de nervios.

Aparqué cerca del restaurante en el que se habían citado Carlotta y Dayene. Era sábado y el lugar parecía abarrotado de gente, me pregunté si era buena idea seguir con el plan. Me daba pánico que Dayanne me dejase plantada nada más verme o lo que sería aún peor, que alguna persona se diera cuenta de quienes éramos y nos hicieran alguna que otra foto desafortunada en alguna discusión o situación, las paranoias surgieron en mi cabeza. Empezaba a imaginarme mil y un escenarios posibles hasta que me di cuenta de la hora, llegaba diez minutos tarde. Respiré profundo, agarré del asiento del copiloto el ramo de orquídeas blancas que compré cerca de mi casa y salí del coche. Dicen que regalar este tipo de flores es la mejor forma de expresar el amor puro e incondicional hacia una persona. No sabía si iba a servirme de mucho, pero era un poco supersticiosa y quería dar mi mejor versión.

Hacía demasiado calor. Mi cuerpo comenzaba a fallarme, cada vez que daba un paso más hacia el restaurante sudaba más. Me armé de valor y entré con mi ramo de flores bajo el brazo.

La vi a lo lejos. Estaba de espaldas hacia mí, sabía que era ella, aunque no pudiese verle la cara. Su pelo castaño y ondulado le caía sobre la espalda y parecía que estuviese mandando algún mensaje por teléfono. Me acerqué a ella por detrás y le toqué el hombro con suavidad. La asusté porque pegó un pequeño bote en la silla. Cuando giró la cara, su sonrisa se congeló.

- Hola Dayane. 

Fue lo único que se me ocurrió decir.  Me quedé de pie tras ella y cuando me di cuenta de que ninguna de las dos iba a dar el paso para hablar, me coloqué a su lado y le entregué el ramo de flores torpemente. 

- Esto es para ti. Son flores.

Son flores. Vaya frase de mierda salió disparada de mis labios. Dayane hizo el amago de levantarse de la silla, pero rápidamente me senté en frente suyo. Nada más sentarme el camarero se presentó y nos preguntó que queríamos para beber. Le di las gracias internamente por cortar el ambiente tan tenso que se había formado. Dayane volvió a tomar asiento.

- Una botella de vino estaría bien. 

Fue la corta respuesta que salió de sus labios. Me miró a los ojos para saber si estaba de acuerdo con su petición y asentí con la cabeza.

- Sé que esperabas a otra persona. 

Comencé a mover la pierna derecha de lo nerviosa que me sentía. Muchos meses habían pasado desde la última vez que habíamos estado cara a cara. Estaba guapísima. Sus ojos, su nariz, su boca, todo. No pude evitar fijarme en sus manos. Las tenía juntas y no paraba de mirárselas y de tocar sus anillos, en su dorso se podía distinguir cómo se le marcaban las venas. Tragué saliva. El ramo de flores había pasado a un segundo plano, lo había dejado encima de la mesa.

- Siento esta encerrona. Ha sido mi culpa. Carlotta me ayudó porque yo quería quedar contigo... No te enfades con ella. – Sentía que solo hablaba yo. Todavía Dayane no me había dirigido la palabra, pero primero quería explicarle por qué nuestra amiga no iba aparecer por el restaurante. – Quiero hablar contigo sobre lo que ha pasado estos meses y también quería pedirte disculpas por todo.

Dayane seguía jugando con sus manos y no parecía estar atenta a lo que le estaba diciendo. Tras unos segundos incómodos en los que las dos nos quedamos calladas, pude notar el suspiro que salió de sus labios.

- Te escucho. 

Solo dos palabras. Su frialdad me chocó, aunque ya me lo temía. Tendría que hacer un esfuerzo para intentar que me perdonase.

El camarero llegó con la botella de vino y con algo más para Dayane. Era una nota, seguro que le había dejado su número escrito. Me pareció el colmo de la irresponsabilidad y del poco profesionalismo. Me incomodó que intentase ligar con ella delante de mí, no sabía el por qué, pero me empezaron a entrar ganas de gritarle. ¿No veía que estábamos ocupadas? Se marchó después de anotar el pedido de la comida con un giño de ojo hacia Dayane y ésta le respondió con una media sonrisa. No quería dar importancia a lo que acababa de ocurrir así que continué con mis disculpas.

- No sé cómo empezar. Normalmente la gente diría que por el principio, pero voy a comenzar por el final. – Allá iba. Rosalinda ten coraje me dije a mi misma. - Te echo de menos. Te echo de menos todos los días, cada vez que me levanto y sobre todo cada vez que me acuesto. Pienso mucho en nosotras cuando estábamos dentro de la casa. - Dayane me miró y creo que vi en sus ojos un atisbo de duda. Aun así, no paré de hablar. – Siento todo lo que ocurrió en las últimas semanas del concurso, siento haberme comportado como una idiota y sobre todo siento haberte echo daño. Lo siento tanto.

Dayane se había quedado muda y yo no sabía qué hacer. Lo había soltado todo y ella no me había respondido. Mis ojos empezaron a empañarse, tuve que parpadear un par de veces para que no notase que estaba a punto de llorar. Giré la cabeza y contemplé el precioso lago que había al otro lado de las cristaleras del restaurante. Sentí que Dayane cubría mis manos con las suyas y empezó a acariciar mi dorso con el dedo pulgar de su mano derecha. La miré a los ojos esperando una respuesta de su parte.

- Te quiero Rosa. Mi afecto no ha cambiado por ti durante estos meses. Sigo estando enfadada y cabreada con toda esta situación, pero sé el esfuerzo que has hecho viniendo hasta aquí para sincerarte. – No me podía creer lo que me estaba diciendo. Mi cuerpo se había quitado un peso de encima. - No me considero una persona rencorosa, creo que podemos intentar reconducir nuestra relación y quizás intentar ser amigas.

Me miró y me dedicó una pequeña sonrisa triste. Este día se había convertido en uno de los más importantes de mis últimos meses. Por fin Dayane había aceptado mis disculpas, estábamos teniendo una conversación formal después de tanto tiempo y no nos habíamos echado nada en cara.

- Dayane, perdóname. – Sentía que debía disculparme de nuevo. Todavía mi angustia no había desaparecido de mi cuerpo. - Lo que dije en la entrevista en Verissimo era verdad, quiero recuperarte y tener una amistad contigo. Eres una de las personas más importantes de mi vida. - Todo lo que le estaba diciendo era verdad y así lo sentía. Quería que todo fuese como antes y para ello tendría que esforzarme al máximo en la relación.

- No hace falta que me pidas más perdón. – Dayane me secó una lágrima que no pude retener y me miró con aquellos ojos tan profundos que asustaban. – Te quiero conmigo, a mi lado.

Esas últimas palabras fueron el detonante para que me levantase y la abrazase con fuerza. Me daba igual que la gente nos viera de esta manera, era la primera vez en mucho tiempo que no me sentía así, a salvo en sus brazos. Giré la cara y respiré su olor. Usaba el mismo perfume que en la casa de Grande Fratello, un toque afrutado. Dayane me dio un beso en la sien y cuando el momento se tornaba un poco incómodo apareció el camarero con los platos que habíamos pedido.

Estuvimos toda la comida hablando de los proyectos que habíamos hecho durante estos meses y me sorprendió que no preguntase por Andrea. Yo tampoco quise sacar el tema, no quería estropear la conversación. Al terminar y salir del restaurante, caminamos hacia el aparcamiento donde se encontraba mi coche, entonces Dayane paró en seco.

- Rosalinda... - Parecía que quería decirme algo, su voz sonaba dudosa - ¿Qué planes tienes ahora? -Pude observar como no paraba de morderse el labio. - Ya que has venido desde Milán, no lo sé... podríamos pasar la tarde por aquí.

Su pregunta me descolocó un poco, no pensaba que quisiera pasar más tiempo conmigo. Sin lugar a duda hoy era mi día de suerte.

- No tengo mucha prisa en llegar a mi casa. – No le había comentado que tenía una maleta con ropa en el interior del coche. - Podríamos dar un paseo y así me enseñas algo de este lugar, ¿Qué te parece?

Se alegró al escuchar mi respuesta porque de sus labios se formó una sonrisa de oreja a oreja, parecía que todo volvía a ser como antes. Comenzó a andar delante de mi y yo no pude evitar seguirla metiendo mis manos en los bolsillos de mi pantalón dando gracias a Dios internamente.

Rosmello - La última oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora