UNO

3.8K 148 63
                                    

Esa noche, el océano estaba algo turbulento. El navío se balanceaba constantemente de un lado a otro. De vez en cuando, alguna ola de gran tamaño atravesaba la cubierta, arrasando con cualquier elemento que no estuviera bien amarrado en su lugar. 

La agente pelirroja se movió con sigilo entre los camarotes. Pasaban de las siete de la noche. El mal tiempo había ayudado a que pareciera que era mucho más tarde. Una vez en cubierta, observó a los oficiales que estaban cerca y se puso manos a la obra. Se acercó a cada uno y los noqueó dejándolos en una posición que luego los haría pensar que se habían quedado dormidos en sus puestos. 

El siguiente paso fue subir hasta la máquina con brazo hidráulico que estaba en un extremo de la popa. En la pequeña pantalla en medio de los controles, ingresó el comando necesario para que el brazo se moviera hasta quedar frente a su primer objetivo. 

El sonido de las olas y de la lluvia ayudó a encubrir el sonido del metal del contenedor deslizándose hasta caer en el agua. Natasha Romanoff no se detuvo hasta que todos los contenedores que había marcado estuvieran fuera del navío. 

Después, esperó a que un quinjet se acercara y alguien le lanzara una escalera colgante. Saltó del barco y se aferró a lo único que impedía que las olas la golpearan contra el barco. 

En el quinjet, Steve comenzó a subir la escalera para ayudar a su compañera. Cuando ella estuvo a la vista, la tomó de los brazos y la subió como si no pesara nada. Natasha cayó sentada en el suelo. 

Al ver esto, Barton cerró la compuerta trasera y pilotó el quinjet de vuelta hasta el helicarrier que estaba sobrevolando por encima de las nubes de tormenta. 

―¿Estás bien? ―preguntó Steve, acercando una toalla a la rusa.

Natasha se secó el rostro. 

―Tengo algo de frío ―contestó. 

Barton giró la cabeza. 

―Deberías sacarte el traje ―recomendó al verla empapada. 

―Puedo esperar hasta llegar... 

―No tienes que hacerlo, Natasha ―hizo un ademán indicando que podía irse a la zona dividida por una mampara. 

―De acuerdo ―se levantó envuelta en la toalla―. Cap, encárgate de que él no me espíe ―bromeó la mujer. 

―¡No tienes nada que no haya visto ya! ―exclamó el piloto. 

Natasha encontró una camiseta blanca y una calza negra. Se secó lo mejor que pudo, sacó el comunicador de su oreja y se cambió de ropa. Una vez lista, regresó hasta uno de los asientos laterales. 

Steve estaba en la silla del copiloto, pendiente de lo que sucedía con el resto de la misión. 

―No es tan divertido ser el refuerzo, ¿cierto? ―La rusa le dijo al supersoldado.

―¿Me ves quejándome? ―inquirió alzando una ceja. 

―No lo has hecho lo suficiente como para quejarte. 

―De cualquier manera, me alegra que todo haya salido sin inconvenientes ―declaró el capitán. 

―Estamos hablando de la mejor espía del mundo ―alardeó la pelirroja. 

Clint carraspeó. 

―Segunda mejor ―corrigió el arquero―. Yo te recluté, así que cada victoria suya se suma a las mías. Eso me pone en primer lugar. 

―No funciona así ―discutió―, pero como eres el padre de los niños más adorables del mundo, dejaré que les sigas diciendo que eres el mejor sin decir una palabra que te contradiga. 

Healing Romanoff Donde viven las historias. Descúbrelo ahora