En los días melancólicos, cuando los dioses creaban y eran adorados, nació ella. Como un mar turbulento emergió del caos, con la fuerza de una estrella y con la rapidez de un corcel, los astros admiraban al sol neonato.
Ella viraba sin destino, él destruía mundos con su mirada. Los dos soportaban la levedad del orden y el placer de lo desconocido.
Ambos tendrían su encuentro y en ese mismo lugar cavarían su sepulcro.
Ella, abrasando el alma del corrompido dios. Él, aguardando la llegada de su amada en el silencio.