Sumidos en la infinita llama de la pasión se arrojaron a conocer un mundo de tinieblas. Retumbaba en su corazón un cántico sacro digno de las huestes del cielo. Adorados como Hades y Perséfone fueron por todo aquel cielo empequeñecido donde habían escuchado sus voces.
Caminando por la vasta extensión que era ese paraíso testigo de la interminable búsqueda de compañía, despojándose de sus pecado eran almas puras dispuestas a amarse en la eternidad, en el invierno interminable que asolaba sus vidas. Bajo la bóveda inmensa perjuraban recorrer la extensión del oscuro firmamento testigo de tanto Edén.
La estrella danzaba con los dominios de la oscuridad, la muerte cortejaba la luz como los serafines buscaban la gloria divina.
Sometidos el uno al otro caminaban bajo la inmensidad que sólo podía inclinarse ante tal espectáculo de divino afecto.
Los dos conocerían la muerte que trae consigo el mundo y el amor que destruye hasta al mismo portador.