[Canto IV]

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En algún lugar abandonado por los creadores, cuyo único testigo era el solitario joven que ascendió a ser divino, ella se posó sobre la nieve. El sitio donde encontraría su condena se reducía a lo más efímero de los sentidos: una vieja acacia cubierta por el agua congelada. Tierra infértil que vio nacer imperios, y así mismo escuchó los ecos de su declive.

Con el fuego del sol, la núbil y virginal joven, purificó el suelo con un gesto grácil. El melancólico y apesadumbrado dios, oculto en la oscuridad, fue quien presenció tal acto, bañado por la luz de ese astro naciente. Admirábase de la estrella creadora que invadía el lugar destinado a su sepulcro.

Ella, asolando con su segadora luz. Él, buscando llegar al lugar de reposo. Ambos, llorosos de una promesa futura.

Sonata de un InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora