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Anahí estuvo tomando café entre cliente y cliente durante toda la mañana. La noche anterior no había podido dormir más de dos horas seguidas incluso estando en la habitación con su hija, pensando que, en cualquier momento, Alfonso podría llegar a la ciudad y entrar por la puerta de la cafetería en la que trabajaba. Y ella sabía que no estaba preparada para que eso pasase, principalmente porque había estado toda la mañana temblando cada vez que la campanita de la puerta sonaba, avisando de un nuevo cliente.

— Anahí, no vas a pegar ojo esta noche como sigas tomando café.
— Ya estuve despierta anoche, es por eso que lo necesito.

Mindy la miró, con los ojos muy abiertos.

— ¿Quién te ha tenido despierta? —sonrió de forma pícara— ¿por fin has vuelto a salir con hombres? Ya era hora de verdad, porque...

Anahí la interrumpió.

— No estoy saliendo con hombres y no lo voy a volver a hacer. Eso se acabo.
— Anahí, aunque tengas una hija, no puedes estar toda tu vida así, ¿de verdad te ves dentro de cincuenta años igual de sola? ¡Sin sexo! Yo no puedo aguantar ni dos semanas...

Anahí no respondió.

— ¡Por cierto!¿Lo has oído?
— ¿Qué?
— ¡Poncho Herrera vuelve a la ciudad! Dios, es guapísimo. ¿No te parece guapo? —sonrió enamorada— nos vamos a casar, ¿sabes? Vendrá cualquier día y dirá: —carraspeó y comenzó a poner voz grave— «Mindy, te amo, hagamos aquí mismo el amor y después vente conmigo».
— La verdad es que yo espero que no aparezca por aquí.

Sonrió tímida. Había conseguido esquivar a todos los Herrera durante estos años y no estaba dispuesta a encontrarse con Alfonso por mucho tiempo que volviese.

Estaba tranquila porque se había mudado cuando Mía había nacido y nadie, excepto sus amigos y su madre, sabía dónde vivían. Y como no tenía muchos amigos, por no decir ninguno, muy poca gente sabía donde estaba.

Mindy la miró con ojos muy abiertos.

— Pues vas a tener que esconderte —susurró— porque acaba de entrar por la puerta.

El corazón de Anahí dio un vuelco y después se paró durante unas milésimas de segundo para comenzar a golpear su pecho con fuerza. Solo le quedaba media hora para salir y ya estaba casi convencida de que se había librado de él, al menos ese día. Parecía no haberla visto, así que se agachó tras la barra y dijo a su amiga que la imitase.

— Lo de esconderte era una broma Anahí, ¿qué estamos habiendo?
— Tú puedes salir cuando quieras pero, por favor, Alfonso no se puede enterar que estoy aquí. ¿Vale?
— Vale —asintió sin preguntar.
— Gracias.

Alfonso se acercó a la barra sonriente, apoyó los codos en ella y miró fijamente a Mindy, que sintió como le temblaban las piernas.

— Hola —sonrió.
— Ho... la —contestó tímida.
— ¿Me pones un café?
— Claro, guapo.

Anahí se puso una mano en la boca para impedirse reír alto. A Mindy se le daba bien coquetear con clientes para hacerles sentir especiales pero, con el único con el que lo quería intentar de verdad, le sonaba falso y lleno de altibajos. Y le estaba pasando con Alfonso. Además, veía como sus piernas temblaban al igual que sus manos.

— Gracias, oye...
— Mindy —sonrió.
— Mindy —asintió él— estoy buscando a una mujer...
— Oh, bien. Eso es muy bueno porque yo soy una mujer.

Aún hay algoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora