6

1.1K 104 3
                                    

Dos semanas después, seguía destrozada. Nunca pensó en decirle a Alfonso que tenía una hija. Nunca lo había hecho hasta que le había visto aparecer en la ciudad, y aún ahí tuvo dudas. Pero, si alguna vez se había imaginado que se lo iba a contar, jamás lo habría hecho de la manera en la que había pasado.

Todavía sentía un amargo sabor en su boca recordándole cómo había llegado Alfonso a la conclusión equivocada, como había comenzado a perder el control y como había soltado sin filtro que Alfonso era el padre de Mía. Había visto su cara, pasando de enfado a sorpresa, llegando a confusión y dolor. Dios. Había sido un desastre. Pero sus palabras habían obrado magia. No había visto a Alfonso de nuevo, salvo por alguna foto o comentario de los clientes. Jamás lo admitiría, pero se sentía vacía de nuevo. La misma sensación que había tenido cuando Alfonso se había alejado de ella. Soledad y tristeza mezclada con desesperanza. Por lo menos ahora tenía a Mía.

Cuando había llegado a casa, después de confesar a Alfonso que era padre, había llorado en el coche frente a su casa durante casi media hora. Después había entrado, había saludado con un beso a su madre y a su hija, y les había dicho que se daría una ducha antes de cenar algo. Mía estaba tan cansada que cuando Anahí estaba cenando se tuvo que levantar para llevarla a la cama. Ni siquiera terminó su cena. Se metió con su hija en la cama y cuando sintió que ya estaba dormida lloró en silencio otra vez.

Su madre no le preguntó hasta el sábado siguiente, cuando Mía ya estaba en la cama. Y Anahí le contó lo que había pasado. Aunque omitió la parte en la que se acostaba con él, porque su madre no tenía porque saberlo.

— Oh, cariño...

Anahí había roto a llorar poco después de empezar a hablar.

— Pero hiciste lo correcto. Alfonso tenía derecho a saber que era su padre.
— ¡Ni siquiera pensó en esa posibilidad cuando me preguntó, mamá! Prefería creer que le había engañado.
— Seguramente lo pensase porque no creería que tú se lo ocultarías si él fuera el padre...
— Yo... yo...

Alfonso no lo había pasado mucho mejor. Le tenían que maquillar todos los días las ojeras porque se pasaba las noches imaginándose como seria la pequeña Mía. Cuando se la imaginaba, perfecta, inteligente y preciosa, recordaba a la madre y su engaño. Y pensaba en cómo Anahí le había ocultado algo así, en cómo había sido capaz de hacerlo, de cómo había podido ser tan egoísta. Él tenía derecho, tenía derecho a saberlo y haber tomado decisiones a partir de ahí.

Esas dos semanas no había hablado con nadie sobre el tema. Aún tenía que pensar lo que hacer y cómo hacerlo, para después compartir su recién adquirida paternidad. Pero a los poco días de la segunda semana su hermana volvió a hacerle una visita, esta vez con sus dos hijos. Teo dormido en su carro y Luca frotándose los ojos con sueño. Esmeralda rió.

— Les he traido porque Luca quería verte, pero nos dejará tranquilos en unos diez minutos, cuando se muera de sueño.

Y así había sido. Como si se tratase de un juguete, había estado sobre las rodillas de su tío mientras jugaban diez minutos y, cuando estos habían pasado, se había desplomado sobre su pecho, dormido profundamente.

Alfonso había mirado a su hermano divertida y había preguntado por una cama para dejarle. Él se había levantado y había dejado a su sobrino en mitad de su cama, rodeado de almohadas.

— ¿Siempre se duerme así?

Esmeralda soltó una carcajada.

— Ojalá, qué va. Solo ha pasado en contadas ocasiones, principalmente cuando se niega a dormir cuando le toca. En la siguiente cae como un muñeco. Una vez se cayó directamente al suelo, ¡qué susto!

Aún hay algoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora