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Los sábados, Anahí llevaba a su hija a clase de baile y su madre la iba a buscar para pasar la mañana con ella mientras Anahí trabajaba. Después hacían algo juntas, cada semana el plan era elegido por una y cenaban pizza mientras jugaban al karaoke. Su madre se queda a dormir para que Mía no tuviese que madrugar los domingos porque Anahí también tenía que trabajar, durante todo el día en un supermercado. Así se ganaba la vida desde que Mía había llegado. Había dejado de lado el sueño de escribir y componer porque no podían vivir las dos de ese sueño. Pero no se arrepentía porque tenía a su lado a una niña preciosa, por fuera y por dentro, que le recordaba el amor que un día habían sentido Alfonso y ella.

— Disfruta la clase, gatita. La abuela vendrá a buscarte a las diez en punto, dile que piense lo que quiere hacer hoy, ¿si? Estaré en casa a las cuatro.
— Te quiero, mamá.

Mía se separó de ella corriendo hacia el interior del local en el que bailaba. Anahí sonrió, tiró un beso al aire y se volvió para subir a su coche.

— La última vez que la vi todavía estabais juntos, Poncho...

Esmeralda había salido con él para despedirlo en el coche ya que, como los niños se habían dormido, se iban a quedar a dormir todos allí. Pero Alfonso no quería, Alfonso quería volver a casa y pensar en qué diría a Anahí cuando la viese.

— Pero sigue viviendo aquí, Esme —suspiró— ¿nunca la has visto?
— Jamás he ido a esa cafetería, la verdad...
— Está bien —suspiró— probaré mañana de todos modos, la que se supone que es su compañera mintió.

Y eso había hecho. Había salido a correr temprano y, después de una ducha larga había salido de casa dispuesto a desayunar en la cafetería de Anahí y no se iba a mover de allí hasta que la encontrase.

Anahí no vio entrar a Alfonso en la cafetería. Ni siquiera se giró cuando la campanita sonó tras ella, anunciándole en el local. Sirvió con una sonrisa a una pareja que estaba celebrando su cincuenta aniversario y se estiró dándoles la enhorabuena.

Ojalá fuese así para ella algún día...

Los murmullos que había a su alrededor no le pararon. Camino con paso decidido hasta Anahí, aún de espaldas a él.

— Buenos días —dijo sonriendo de lado.

Anahí sintió como un escalofrío la recorría de pies a cabeza al reconocer esa voz. Se puso rígida y se giró lentamente intentando, sin éxito, mostrar una sonrisa.

— ¡Alfonso!

Alfonso la miró con detenimiento. Estaba igual que hace cinco años. Su pelo rubio estaba recogido en lo alto de la cabeza, dejando algunos mechones sueltos alrededor de la cara. Sus ojos parecían más azules que nunca, profundos como el océano y sus labios carnosos y rosados, según como los recordaba. Cuando se estaba acercando se había fijado en su figura, esbelta y fina, con alguna curva más de la que recordaba, estaba hermosa.

— Hola, Annie —sonrió— ¿me podrías poner un café?
— Cla... cla... claro... Siéntate.

Se alejó de él antes de hacer cualquier tontería. Tenerle tan cerca le había turbado los sentidos y lo único de lo que había sido capaz había sido oler su familiar aroma y admirar su atractivo rostro. No es que se hubiese olvidado de él, no habría podido aunque hubiese querido, básicamente le veía siempre en la televisión. Pero tenerlo en frente era diferente, porque era de verdad. Podía tocarlo, olerlo, besarlo... No. No y no. No podía interferir en sus sueños, estaba consiguiendo todo y era un muy buen actor. Se merecía reconocimiento y ellas lo único que harían sería entorpecerle el camino. Preparó el café y se lo llevó a la mesa.

Aún hay algoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora