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Después de dejar un rastro de besos por todo su cuerpo, se colocó entre sus muslos y la penetró con lentitud, besándola suavemente en los labios. Anahí gimió de placer antes sentir a Alfonso por completo en su interior.

— Te amo —habían susurrado los dos cuando habían acabado abrazados y satisfechos.

Y habían vuelto a besarse.

Anahí abrió los ojos sobresaltada. Hacía meses que no soñaba con la noche en la que concibieron a Mía. A Alfonso le habían ofrecido la película y habían pasado la noche celebrando haciendo el amor constantemente, con intermitentes para comer y beber algo. Se habían quedado dormidos al amanecer, abrazados y felices. Porque a Anahí no le había importado esperarle un año, dos o toda la vida. Habían planeado visitarse y habían hecho planes para el futuro. Él sería un actor famoso y ella llegaría a ser una compositora, y si tenía mucha suerte, cantante, reconocida. Pero se había quedado embarazada y, aunque no lo había lamentando ni un solo segundo desde que se enteró, se vio obligada a dejar todo de lado y centrarse en la pequeña criatura que crecía en su interior.

Suspiró.

Había conocido a Alfonso dos años antes, cuando tenía veinte, y se habían enamorado el uno del otro casi inmediatamente. Ahora tenía veintisiete, una hija y una vida completamente distinta a la que se había imaginado.

Desechó todos esos recuerdos y se levantó de la cama suspirando. Estaba amaneciendo y tendría que salir dentro de poco si quería llegar al supermercado de la ciudad de al lado, en el que trabajaba los domingos.

Alfonso se levantó pronto el domingo para ir a correr y lo último que esperaba encontrarse era a Anahí en el coche a esas horas de la mañana. Ella ni siquiera le vio, pero se notaba que estaba cansada porque, al pasar a su lado, bostezó y luego suspiró frotándose los ojos. Él siguió corriendo, ya le preguntaría cuando la viese. Llegó a casa y se duchó. Estaba muerto de hambre.

Ya habían pasado varias horas cuando el teléfono del hotel en el que estaba sonó.

— ¿Hola?
— Señor Herrera, está aquí su hermana.
— Dígale que suba, por favor.
— Si, señor.
— Muchas gracias.

La había visto el viernes por la noche, pero habían quedado hoy para pasar algo de tiempo juntos sin niños ni distracciones. Alfonso abrió su puerta minutos después, cuando los nudillos de Esmeralda golpearon con dulzura.

— No entiendo porqué no te quedas en casa.

Alfonso se encogió de hombros.

— Supongo que por la cercanía y porque aquí me tienen más controlado, para que no me escape.

Esmeralda echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

— En realidad es por tener mayor control en general. Así saben si estamos o no, si necesitamos algo... Lo que sea. Mis compañeros empezarán a llegar mañana por la noche.
— ¿Y por qué viniste antes?
— ¿No quieres verme?
— Claro que si, no seas tonto. Pero este tiempo te podías haber quedado en casa.
— Después me daría más pena irme y los productores me tendrían que sacar de la casa con amenazas.

Esmeralda comenzó a reír de nuevo, le contó sobre sus hijos y los progresos que día a día hacía Teo, y Alfonso le habló sobre la película y su papel. Cuando se estaban despidiendo, la paró.

— Vi a Annie —suspiró.
— Poncho... ¿Cuándo nos vas a contar qué es lo que en realidad pasó?
— Ella me dejó, yo no quería —se encogió de hombros— esa es la verdad.
— Pero tuvo que pasar algo. Annie te amaba, no te dejaría simplemente por la distancia.

Aún hay algoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora