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Cuando despertó, sintió aún los brazos de Alfonso a su alrededor. Sonrió, aun con los ojos cerrados, y se acercó más a su cuerpo, disfrutando de su contacto. Lo había echado de menos durante las últimas semanas y ahora que sabía que estaba embarazada de nuevo, estaba tan sensible que solo quería estar entre sus brazos y olvidar todo lo malo.

— Hola —susurró Alfonso con voz ronca— ¿descansaste?
— Si —sonrió, girándose para mirarlo— gracias.
— ¿Por qué?
— Por quedarte conmigo. Lo necesitaba.
— Claro.

Se acercó lentamente a su boca y la besó castamente.

— Perdón.
— Está bien.

Rió ella antes de chocar sus labios con los suyos de nuevo.

— Te he echado de menos.
— Yo también —suspiró— cada vez que llamaba... me moría por verte o decirte hola.
— No te fue bien ayer cuando lo hiciste.
— Ya... —rascó su cabeza— veía tanta complicidad entre vosotros... estaba muy celoso.

Que lo confirmara la tomó por sorpresa, pero simplemente sonrió y asintió.

Se levantó de la cama, mucho mejor que antes, y desapareció en el baño mientras Alfonso se levantaba sonriente.

— Iré a cambiarme, te vengo a buscar en un rato —anunció.
— Vale —canturreó ella con el agua de la ducha ya encendida.

Alfonso tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no abrir la puerta del baño, desnudarse y entrar en la ducha con ella. Pero tenía que ir poco a poco, se dijo. Habían dormido un rato juntos y eso era un gran avance. Además, le había dicho que le había echado de menos. Y eso le había hecho más feliz que si hubiese conseguido el papel de sus sueños.

Cuando bajó al salón, Marta ya estaba allí, sonriente y hablando con Mía y Kate, sobre algo de Santa Claus y lo bien que se había portado. Saludó fugazmente a las tres mujeres y volvió a salir al coche, ahora a por sus cosas.

— ¿Dónde estabas? —le había preguntado su padre al entrar.
— Me eché la siesta —su padre alzó una ceja— Annie estaba cansada y me pidió que durmiese con ella...
— Ay esa mujer —rió— no la dejes escapar, te tiene loco.
— Eso intento —rió el también— subiré a cambiarme.

Anahí estaba guapísima, pensó Alfonso al verla salir de la habitación. Soltó una pequeña exclamación y le comentó lo guapa que estaba.

— Te ves radiante.
— Gracias, es por... —no podía decírselo todavía— la época. Supongo.
— Puede ser —asintió él— ¿bajamos?

Alfonso le tendió el brazo y ella colocó su mano ahí antes de comenzar a bajar las escaleras. Al final de ellas, Mía jugaba con Luca mientras los adultos hablaban alrededor de la isla de la cocina.

— Hija, estás guapísima —sonrió Marta.

La cena fue agradable y divertida. Los niños estaban entusiasmados y los adultos no dejaban de reír al verlos. Todos brindaron con champán, pero Anahí tuvo cuidado de no beber y después se excusó en que el champán, y el alcohol en general, no le gustaba mucho. Gracias a Dios su madre lo corroboró, sacando a la luz una historieta de cuando ella tenía apenas dieciocho años y se había pillado una buena borrachera con la bebida más infantil que tenían en el bar cerca de su casa.

— Teníais que haberla visto —comenzó a reír— cada vez que me acuerdo me entra la risa floja.
— Mamá... —dijo, sonrojada.
— Es que estabas graciosísima —la miró— y tan inocente, intentando hablar normal conmigo diciéndome que algo en la cena te había sentado mal...

Todos se carcajearon, incluso Anahí, que reconoció que no fue su mejor técnica de despiste.

— Kate —dijo Anahí cuando se quedaron solas en la cocina— ¿tendrás un poco de papel de regalo?
— Oh, claro —sonrió— ¿cuánto necesitas?
— En realidad poco, es algo pequeño. No me dio tiempo a envolverlo hoy y bueno...
— Claro, claro —sonrió— te lo subiré ahora a la habitación, cuando termines simplemente déjalo en el armario, no queremos que los niños se enteren quien tiene el papel —le guiñó el ojo.

Aún hay algoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora