Capítulo 20

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Abuela

Lunes, tercer y último día en la nieve.

Sienta bien despertarse a las diez, y no a las siete y media como cada tal - mentira, yo me acabo levantando a las ocho con los gritos de Emily metiendo prisa - pero igualmente era una satisfacción dormir unas horas más.

Esta vez no teníamos ninguna bulla en ser los primeros en desayunar, aparte de que estábamos cansados por la noche anterior - Si supieran porque me acabé durmiendo a las tres de la mañana... - también porque desayunariamos y nos iríamos, hoy no había tiempo para ski ni snowboard.

Mientras Emily se ducha, aprovecho para levantarme y revisar los rastros que pudo dejar Alec anoche, aunque admito que él tendrá muchos más,
específicamente en forma de arañazos.

Ups, culpable.

Me fijo en un ligero círculo rojizo en mi cuello.

Genial, un chupetón.

Lo malo de mantener lo nuestro en secreto era que también teníamos que ocultar las marcas que dejábamos sin pensar.

Por lo menos por mi parte, porque Alec podía poner la excusa de que había sido cualquiera, ¿pero yo? ¿Con quién coño habría estado un "virgen" como yo?

Por suerte el outfit que tenía preparado para hoy era una sudadera con un polo debajo, y el cuello de este me tapaba el chupetón, no tenía que robarle maquillaje a Emily ni ponerme una bufanda.

Aunque la segunda opción daría perfectamente el pego.

...

- ¿Ahora se llevan los cuellos cubiertos o qué? - Me pregunta Cris colocandome mejor el mío, haciendo que mi cuerpo se ponga nervioso por lo que puede llegar a ver...

- Supongo... ¿Por qué?

- Alec me ha pedido una bufanda que le había echado, pero no pensaba que la fuese a usar - Responde con una sonrisa divertida.

Cris es demasiado ingenua, ha tenido que llegar a percatarse.

Por lo que me limito a sonreír porque ya ninguna excusa me sirve.

- No se lo cuentes a nadie, porfa - Le pido serio, mirandola a sus grandes ojos verdes.

- Venga Zein, que no nací ayer... Guardaré vuestro secreto - Me guiña un ojo y me siento algo aliviado.

¿Tan descarados somos? Si Cris nos había pillado... ¿Quién sería el siguiente?

Todas las preguntas se esfuman cuando veo al recién nombrado con su chaqueta de basketball y la bufanda hablada negra alrededor de su cuello.

Que guapo se ve con todo, coño.

Me muestra su mítica sonrisa, divertida como la de su madre, y me guiña un ojo como saludo. 

...

En el largo viaje de vuelta veo que nos desviamos, sin pasar por la calle por donde se llega a casa.

- ¿Dónde vamos? - Pregunto extrañado.

- A ver a la abuela, tiene muchas ganas de verte desde tu cumpleaños - Responde mamá y asiento lentamente.

Marc me mira de reojo sin decir nada, al contrario que yo, él suele ir a visitar a la abuela. La última vez que lo hizo fue por navidades, la semana pasada.

Yo me negué a ir y le acabó acompañando Emily para que no fuese solo.

Nuestra abuela se estaba muriendo, y lo siento por ser tan cruel y duro, pero esas palabras por mucho que las cambiemos por otras más suaves, que suenen mejor... Sigue siendo la misma realidad.

Le habían detectado cáncer de mama, ya hace unos meses. Cuando lo hicieron ya estaba su cuerpo consumido por él casi al completo, y las operaciones que le ofrecían eran incluso más peligrosas que no hacerlas, por lo que solo quedaba esperar, y como bien sabíamos ella y todos, disfrutar de los últimos momentos.

Ella vive en un piso enorme, en el centro de la ciudad, sola, pues nuestro abuelo murió antes de que yo naciera; su única compañía diaria es la de Carol, la muchacha que tienen mis padres contratada para que la cuide.

Verle tan débil me hacía sentir fatal, por ser un "buen actor" pero no saber mostrar una sonrisa verdadera durante el rato que estaba con ella.

En su lugar, el nudo de mi garganta se apoderaba de mí, impidiendome hablar, y sin ser capaz de mirarle a los ojos sin tener los míos rojos y llorosos.

¿De qué te puede servir una compañía de alguien que te mira con pena? Que con su mirada solo te recuerda lo mal que estás, que joder, te estás muriendo.

Mi madre siempre me intentaba animar diciendo que llorar era sano y bueno, que demostraba lo mucho que me importaba, y que la abuela solo quería verme en persona.

Pero yo no era tan fuerte como Marc, el cual le visitaba cada fin de semana y al volver a casa era cuando se derrumbaba.

Le había podido escuchar llorar en su habitación, o verle con ojos vidriosos por haberlo soltado todo durante el camino de vuelta... pero por lo menos él era capaz de ir a verla, hablar con ella, divertirle y darle una verdadera sonrisa, cosa que yo no podía, me era imposible.

...

- ¡Mis niños! - Exclama una voz sin fuerzas pero alegre al vernos. Papá y mamá se han quedado en el coche.

Mi hermano le saluda alegre y le da dos besos, yo agacho la cabeza y me siento a su lado, cogiendole la mano.

Era el gesto que me había acostumbrado a hacer las últimas veces que le había visto. El que comenzó en las salas de los hospitales.

- Zein que guapo y mayor estas - Me halaga sonriendo con ojos achinados.

No me piensa reprochar que no haya ido a verla en meses, y tampoco me guarda ningún rencor, al contrario, mi madre y mi hermano siempre me dicen que pregunta por mí cuando ellos han ido a visitarla.

Me atrevo a levantar la mirada y a darle una pequeña sonrisa, ella me acaricia la mejilla.

- Eres idéntico a tu padre.

Yo suelto un intento de risita, me lo solían decir. Yo era como papá, sobretodo por mis ojos celestes, y Marc como mamá con los suyos castaños.

- Como Raquel me dijo que vendríais, mandé a Carol a compraros los chocolates que tanto os gustan - Dice con pausas para pensar las palabras, mirándonos a ambos, y parándose a toser - Marc cariño, ve a por ellos, tienen que estar en una bolsa encima de la mesa de la cocina.

Mi hermano se dirige y vuelve con una amplia sonrisa, mostrandome unas chocolatinas con lacasitos muy conocidas por nosotros.

- Gracias abuela - Le agradece dándole un abrazo.

De pequeño nos encantaban esas chocolatinas, cada vez que las veía en alguna tienda, o a algún niño, me acordaba de la abuela. Siempre nos la comíamos para merendar cuando veníamos a visitarla, cuando estaba totalmente sana.

Nos pasábamos la tarde entera viendo dibujos animados en la tele, sentados junto a ella, o jugando por el salón con los mini-coches que dejábamos aquí.

Pero como veis, todo ha cambiado.

Marc, aunque no se lo admita y finja ilusión, apenas come ningún tipo de chocolate para mantenerse en forma.

Nosotros ya no somos esos niños pequeños y felices que deseaban no irse de su maravilloso lugar de diversión.

Y la abuela ya no está sana, ni tenemos la seguridad de que seguirá con nosotros cualquier tarde que volvamos a visitarla.

Pasión, y otros amoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora