Capítulo 1

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La Misa termina, como de costumbre, a su misma hora y con las mismas palabras.

El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: El Señor esté con vosotros; a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu.

«En seguida el sacerdote añade: "la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros". Y todos responden "Amén"».

–«Podéis ir en paz».–«Demos gracias a Dios».

Entonces el sacerdote, como al principio de la Misa, venera el altar con un beso y una profunda reverencia, y se retira. La misa ha terminado.

Las personas empiezan a retirarse con paciencia, tal parecía que ninguno de ellos tenía prisa por volver a casa y eso que ya pasaba de las dice del mediodía, la mayoría debería de preparar la comida nada más llegar a su hogar.

—Padre Vélez, hay una jovencita que quiere confesarse.— informó el sacristán al sacerdote mientras entraba a la sacristía.

El recién nombrado lo miró mientras se deshacía de la ropa de sacerdote y dejaba esta en unas perchas antes de meterla en el armario.

—Lo lamento, tengo más parroquias por atender y, aunque me gustaría, no puedo.— dijo tomando las llaves de su coche y guardándolas en el bolsillo de su pantalón.

—Pero es importante atender al pueblo, además... Solo se trata de una chica joven, no creo que tenga demasiados pecados por confesar.

Soltó un suspiro dándole una rápida visual al reloj que tenía en su muñeca izquierda, tenía diez minutos, ni uno más ni uno menos.

—Bien, ¿está ya en el confesionario?— preguntó alzando una ceja, el sacristán asintió rápidamente con la cabeza—. Voy con ella, no te preocupes.

—Dios se lo pague.— respondió con una sonrisa de agradecimiento en los labios.

Christopher Vélez había terminado hace tan solo meses de estudiar, era increíble como de pronto había sucedido todo y ahora era el sacerdote de varias parroquias cercanas. Era un hombre muy querido por la gente, ya no solo porque la Misa era bastante agradable, sino porque fuera de la Iglesia era una excelente persona. Además, al ser joven y guapo había atraído la atención de muchas adolescentes y chicas jóvenes que ni siquiera creían en Dios pero que iban para verlo aunque fuera media hora.

Caminó hasta el confesionario y tomó asiento en su lugar, sabía que al otro lado había alguien más pero desconocía completamente su identidad.

—Ave María Purísima.— recitó él tras santiguarse.

—Disculpe, ¿que debo de contestar?— cuestionó la chica totalmente confusa al ver que el sacerdote esperaba una respuesta.

—Descuide, los nervios pueden jugar una mala pasada, te recomiendo que no tengas vergüenza de confesar tus pecados, nadie va a juzgarte.— dijo con la voz calmada antes de añadir—. La respuesta era "sin pecado concebida".

—Sin pecado concebida.— respondió con una sonrisa en los labios que estaba casi segura de que el sacerdote no vería—. Mi nombre es Cyara, ¿usted es el sacerdote... Christopher?

Él abrió los ojos sorprendido, importaban los pecados y no los pecadores, la mayor parte de ellos solían ser anónimos. Intentó disimular la sorpresa, era más que obvio que la joven no se había confesado muchas veces en su vida.

—Si.— respondió breve—. ¿Cuánto tiempo hace que no se confiesa?

—En realidad, esta es la primera vez que lo hago.— se sinceró—. Y, honestamente, solo lo hago porque usted ha sido el único cura que me ha llegado a mojar las bragas. Creo que eso se puede considerar pecado.

—La lujuria es un pecado, supongo que podría tratarse de eso.

—Oh, entonces soy una pecadora en todos los sentidos de la palabra.— dijo soltando una pequeña risa—. No me arrepiento de que usted me ponga caliente, padre Vélez,  confesarme solo era una excusa para hacerle saber de mi excitación.

Christopher abrió la boca dispuesto a hablar pero de allí no salió ninguna palabra, esa chica acababa de dejarlo sin habla.

¿Lo peor del asunto?

Que su cuerpo no reaccionó de la forma en la que le gustaría, era humano y sus hormonas podían alborotarse fácilmente con propuestas de ese estilo.

—Nos vemos en la Misa del próximo domingo.— susurró ella—. Tal vez para ese entonces le enseñe que de rodillas se pueden hacer cosas más útiles que rezar.

Sin más, se levantó de donde estaba sentada y salió de la Iglesia con pasos firmes, su rubio cabello se movía con cada movimiento dándole unos aires de superioridad. Al fin y al cabo, no había mentido en nada de lo que había dicho allí dentro.

Por su parte, Christopher salió de la Iglesia minutos más tarde, mojó sus dedos en agua bendita y se santiguó. No estaba seguro de cómo tenía que reaccionar, si es cierto que varias mujeres y también hombres habían intentado coquetear con él pero no de una forma tan explícita como lo había hecho esa tal Cyara.

—Señor, líbrenos de todos los... pecados.— susurró volteando su rostro para mirar en dirección al altar—. Amén.

Amén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora