Capítulo 11

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Cyara le sostuvo la mirada todo el tiempo, incluso cuando su mano rodeó su polla y acarició su piel con pasión. Había hecho esa acción con los genitales de muchos hombres, no entendía por qué ahora se sentía tan bien. No debería de sentirse tan bien.

Un jadeo escapó también de sus labios cuando la mano del sacerdote se perdió entre sus piernas e hizo fricción con su pulgar en su clítoris. Bien, no era el hombre que mejor usaba los dedos debido a la falta de práctica, pero la acción era tan, pero que tan excitante, que a la rubia no le importó lo más mínimo. Ya tendrían tiempo para cometer más pecados, para enseñarle que esos largos dedos serían muy útiles para ciertas cosas que no se podían decir en voz alta.

—Christopher, no puedo... No puedo más —gimoteó, tratando de centrarse en su tarea, pero las palpitaciones se sentían cada vez más dolorosas.

—Te entiendo, rubia descarada —murmuró por lo bajo, se impulsó y la penetró con una fuerte embestida. Tal y como ella quería. Siguieron largas y profundas acometidas que la hacían chocar una y otra vez—. ¿Te gusta?

La dificultad en la que pronunció esas palabras fue suficiente para que Cyara lo mirara a los ojos y asintiera, al parecer ambos estaban en una situación similar, dejándose llevar por el loco deseo que los atormentaba.

—Si, me gusta, me gusta... —contuvo las ganas de decirle "me gustas" porque tampoco era del todo cierto, a veces la lujuria podía llevar a situaciones en donde las palabras salían sin siquiera haberlas pensado antes.

Esa noche se entregó a él con todo su ser, olvidándose incluso de que ese era su trabajo. Le clavó las uñas en los hombros y arañó su pecho, sabiendo que el inofensivo gesto no dejaría marca en su piel. Su orgasmo, cuando llegó, la dejó tonta. Él la siguió poco después, murmurando su nombre entre jadeos. Entonces Cyara se dio cuenta de que había gemido bastante algo; sin importarle que alguien más que él la pudiera escuchar o si resultaba demasiado lasciva. En ese momento, con él bajo su cuerpo, la pasión la consumía y no podía centrarse en otra cosa.

Él la llevó a su departamento, en donde ella tuvo la genial idea de invitarlo a pasar. No dudaron en tener su segundo encuentro esa noche, esta vez en la cómoda cama de la rubia.

—Por Dios —dejó escapar una bocanada de aire, todavía con los espasmos del segundo orgasmo.

—No creo que a Dios le agrade que lo cites en un momento de pecado.—Cyara se burló.

Christopher acarició con sus labios el cuello de la chica. Ella cambió de posición para entregarse a su contacto.

—Entonces tendré que rezar lo suficiente para que me perdone —susurró todavía sobre su piel.

—Tengo mas practica que tú en eso de ponerme de rodillas, si quieres te pido echar una mano —la diversión brilló en sus ojos cuando se miraron.

—No creo que sea necesario —rió entre dientes.

Envuelto entre las finas sábanas de su cama, encajado a las curvas de la rubia, a las que se adaptaba como un guante, se sentía bienaventurado. Nunca se había sentido tan excitado con una mujer, ella sabía muy bien qué hacer para prenderlo. Le hacía sentir como nunca antes se había sentido, temerario y prudente a la vez. Lo excitaba y lo saciaba. Con ella a su lado se sentía omnipotente.

—¿Te has dormido? —preguntó en voz baja al notar su calmada respiración, al no obtener una respuesta supo que estaba en lo cierto—. Descansa.

Y tras besar su piel con suavidad y con temor a que se pudiera despertar, cerró sus ojos para dormirse también.

El despertar de la mañana siguiente no era para nada lo que Cyara esperaba, estaba sola y el lado de la cama en donde había dormido Christopher estaba frío.

Se levantó, quitándose las sábanas de encima con rabia, y sus ojos fueron directos a la mesita de noche. Había un post it pegado a su teléfono, a su lado un fajo de billetes que en cualquier otra situación le habrían alegrado el día. No era el caso. Arrancó la dichosa nota de su teléfono para poder leerla y maldijo en voz alta al saber que el sacerdote la había dejado plantada por ir a su trabajo.

Quiso reírse de lo estúpida que se veía esperando algo más. ¿Un desayuno en la cama? ¿Una ducha juntos? Quizá algo que nunca había tenido con nadie y que creyó que podría tener con él.

Pero no. La situación no había sido diferente a las otras veces. No debería de sentirse usada, al fin y al cabo solo había hecho su trabajo.

—Esto es lo que eres, esto es lo que hay.—Se dijo a sí misma, con lágrimas en los ojos, mientras hacía una bola con la nota y la tiraba a la papelera.

Se llamó ridícula un par de veces en la mañana, había cometido un error que no estaba dispuesta a volver a cometer. Había estado bien mientras que duró pero eso no podría seguir repitiéndose. No cuando era consciente de que saldría más afectada que nadie.

Miró el dinero casi asqueada y después de cambiarse de ropa se lo guardó en el sujetador, iba a devolvérselo. Ya había tomado la decisión de que lo de anoche no lo había hecho por dinero, lo había hecho porque así lo había querido. Por un momento pensaba que él también pero que equivocada estaba.

Ni siquiera le importó verse decente para ir a una iglesia, las miradas en esos momentos no le importaban lo más mínimo. Que Dios la perdonase.

Amén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora