Capítulo 9

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Cyara aprovechó cada maldito instante lejos de su habitual vida, se descubrió mucho a sí misma como persona y también descubrió que era muy buena en otras disciplinas como el baile y el dibujo.

Su descanso duró poco más de mes y medio. En ese tiempo pudo llenar dos cuadernos de dibujos, algunos simplemente garabateados y otros hechos con mínimos detalles. Le sorprendió ver que alguna de las hojas que ella había adornado con tinta tenían bocetos referentes a lo religioso, ¿por qué? Si ella se consideraba atea.

—Diablos...— farfulló cuando descubrió en uno de los cuadernos un increíble retrato del sacerdote que tanto le atraía, le jodía admitir que ella lo había dibujado pues estaba con trazos casi perfectos que lo hacían ver muy realista.

Tuvo que guardar ambos cuadernos al fondo de algún cajón, intentado no pensar demasiado en ello y centrándose para volver al trabajo mientras una suave melodía de una canción de Pol Granch se reproducía desde su playlist de Spotify. Su cuerpo se movía siguiendo el ritmo de esta, se mordió el labio inferior al tiempo que con mucha delicadeza se colocaba unas finas medias en las piernas, acto seguido buscó uno de esos sostenes apretados que juntaba sus pechos y los hacía ver más grandes de lo que eran, tras colocárselo se puso esos tacones de aguja que la elevaban diez centímetros más y finalmente vistió el ajustado vestido de color negro.

—Tú si que sabes cómo volver por todo lo alto.— se habló a sí misma mirándose en el reflejo del espejo, tomó un pintalabios de color rojo intenso para darle el toque a su maquillaje y sacudió su cabello para que se viera más alborotado.

Su entrada al club fue triunfante, más de lo que ya solía ser. Era una de las prostitutas más codiciadas en toda la ciudad y que hubiera faltado más de un mes se notaba. Varios hombres le silbaron nada más llegar, un gesto que ella siempre había detestado, tuvo que sonreír por cortesía y seguir caminando hasta llegar a la barra.

—¡Has vuelto, rubia!— exclamó la camarera pelinegra con la que tan buena relación tenía desde que había empezado en ese trabajo.

—¿Me has echado mucho de menos? — cuestionó con burla en la voz, haciendo reír a su compañera.

—No fui la única.— se defendió dando una mirada alrededor, haciéndole entender que todos los allí presentes también la habían echado en falta—. Han preguntado bastante por ti y hasta estaban dispuestos a pagar el doble.

—Vaya, eso es bastante.— estuvo de acuerdo.

—Hubo uno muy insistente...— chasqueó su lengua contra su paladar—. Creo que fue con el último que te acostaste aquí, ¿lo recuerdas?

Cyara permaneció en silencio, intentando olvidar el escalofrío que cruzó su cuerpo en el momento que la escuchó. Ese hombre le había hecho muchas cosas y ninguna que pudiera recordar con una sonrisa, había marcado su cuerpo más de lo establecido y la había hecho soltar lágrimas en pleno acto.

Se limitó a asentir para que su compañera de trabajo pudiera seguir hablando.

—Vino todas las noches esperando encontrarte... No me sorprendería que hoy estuviese por aquí.

—Hoy ya tengo clientes, tendrá que ser otro día.— mintió sonriente, lo que menos quería era causar problemas en su primer día después de un corto descanso.

Ambas tuvieron que volver al trabajo, no les pagaban por estar allí hablando animadamente entre ellas.

La rubia aprovechó la noche coqueteando con varios hombres, bailando sensualmente incluso con alguna que otra mujer y finalmente haciéndole una mamada a un recién divorciado. Cuando se diría a tirar el condón, pues no permitía que ninguna polla entrase en su boca sin látex de por medio, sus ojos dieron con alguien más en la barra.

—Pensé que los hombres como tú no pisaban este tipo de lugares.— se acercó juguetona.

Él la miró con desinterés, como a todas las que se le acercaban, pero al ver de quien se trataba alzó ligeramente sus cejas. Sus ojos brillaban con curiosidad, no era la primera vez que Cyara lo veía de ese modo.

—Llevo viniendo aquí desde que te despediste de mí en la iglesia.— le hizo saber—. Noche tras noche con la esperanza de que rondaras por aquí, pero por lo visto estabas en serio al decir que te tomarías un tiempo.

Sintió un pinchazo en el estómago al escuchar que había pasado allí todas las noches, no era una mujer celosa pero saber que había estado con sus compañeras durante más de un mes...

—Puedo cometer el pecado de la lujuria y quizá también el de la avaricia, pero jamás el de la mentira.

De sus labios se escapó una suave risa que hizo latir con más fuerza el corazón de la prostituta, esos pequeños gestos que la enloquecían sin sentido alguno.

—¿Por qué has vuelto ahora?— preguntó ladeando la cabeza.

—Porque no me alimento del aire, tengo un alquiler que pagar, este bonito cuerpo necesita mantenerse nutrido... No vengo de familia rica, no comparto departamento con alguien más, quiera o no tengo que trabajar para ganarme la vida.— soltó antes de tomar el vaso que él tenía en su mano derecha y llevarla a su boca, se humedeció los labios con la lengua y dio un largo trago al licor.

El sacerdote se reprimió de decir algo, era consciente de que no todos en este mundo tenían la misma suerte y de que ella había hecho un gran esfuerzo por llegar a donde estaba. Bien, para muchos no era ninguna valentía admitir que vendían su cuerpo. Cyara no tenía problema en admitirlo, no era un orgullo para nadie pero era un trabajo como cualquier otro.

—¿Con cuál de ellas te has divertido estos días, eh?— inquirió mirando a su alrededor, tenía que admitir que todas las allí presentes eran hermosas, ya fuera por su cuerpo o por su cara.

—¿Eso que huelo son celos, ángel?— respondió con diversión, ganándose una mirada burlona de la rubia.

—No, al parecer tu sentido del olfato va de mal en peor.

Christopher rió negando con la cabeza, era consciente de que no estaba celosa ni mucho menos pero solo había querido molestarla.

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