Capítulo 23

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Santa.
Mierda.

Algo en él cambió el día que conoció a la pecadora que no se arrodillaba para rezar, algo que se dio cuenta de que fue el cambio por un tiempo. Era como la mejor sensación del mundo, una sensación liberadora, de sentirse él mismo, sin necesidad de reprimir un comentario o una acción. ¿Y si pudiera intercambiar lujuria por amor? Eso fue lo que los cristianos fueron llamados a hacer, después de todo, elegir el amor por encima de todo. ¿Seguiría considerándose pecado si decidía escoger el amor de esa mujer sobre todas las demás cosas?

Quizá no era el mejor momento para cuestionárselo. Estaba sudando en frío, con un rosario entre las manos mientras una señora le daba explicaciones de vida después de habérselo encontrado besando a la rubia en la sacristía. Al menos ya los dos estaban vestidos. Pero aún así fue un incómodo momento que le estaba trayendo problemas y que todavía le traería más en un futuro. En algún momento iba a pasar, lo que no esperaba era que fuera tan temprano, le hubiera gustado seguir disfrutando de su pecado al menos un poquito más. Pero al parecer el mundo estaba en su contra y la señora no estaba demasiado contenta con lo que había visto, tanto que ya había empezado a amenazar.

—Ya era raro que hubiera un sacerdote tan joven y tan perfecto, por algún lado tenías que pecar, preferíamos que lo hicieras como ambicioso, que robaras dinero como todos los de tu profesión. Pero no, tienes que ser como todos los jóvenes que en lugar de pensar con la cabeza lo hacéis con lo que tenéis entre las piernas.

No dio palabra, ¿qué iba a decirle? Si ella tenía razón, no tenía argumentos para defenderse aunque quisiera hacerlo. Estaba en blanco, le dolía el pecho por el nudo que se estaba formando allí y cada vez le palpitaba más la sien.

—Viniste aquí para corromper a las jovencitas, ¿eh? —Se llevó las manos a la cabeza—. Esto es denunciable, tendrán que cambiarte de parroquias... ¡O mejor! Que no te vuelvan a dejar trabajar más, para que aprendas la lección.

Levantó la cabeza para mirarla con incredulidad.

Si esa mujer hablaba estaba literalmente perdido, no se jugaría su trabajo así sin más. No había dedicado años de su vida a ello para que esa señora lo tirara todo por la borda por hacer un escándalo al verlo besarse con la rubia.

—Señora, soy eficiente en mi trabajo —Se defendió, tragando saliva para evitar decir algo que pudiese cagarla por completo—. Lo que usted ha visto no fue un error, no se lo venderé de esa manera. Amo a esa chica sobre todas las cosas y si eso implica perder mi trabajo, entonces no se moleste que yo mismo haré lo necesario para alejarme de este pueblo y no volver jamás. Háblelo con el obispo si quiere, porque si hablo yo antes me sonreirá y me dará el perdón tras confesarme, así funciona este mundo. Créame que esto no es nada en comparación a los más grandes, esos que tienen el poder son los que más se aprovechan de él para taparse a sí mismos y a sus pecados, pecados que deberían de ser delitos. La chica que usted vio estaba aquí porque ella quería, nos conocemos fuera de la Iglesia, es mayor de edad y si nos besamos es porque es consensuado. Ningún obispo podrá jurarte que lo que hacen a puertas cerradas cumple lo mismo, quizá ninguna de las cosas que he mencionado. Sé que es impactante oírlo cuando se es fiel creyente de la religión católica, yo también me siento fatal cada vez que el tema se pasea por mi mente... Pero yo no puedo cambiar eso.

—Son todos iguales, son todos iguales —repitió como una oración mientras se persignaba—. En el infierno habrá sitio para todos.

Sin darle tiempo a volver a hablar, salió de allí casi corriendo, como si el suelo de la iglesia le quemara los pies. El sacerdote dejó escapar un largo suspiro, no se iba a quedar con la espina de haberle mentido, ser sincero era su punto fuerte. Tomó sus cosas y mientras salía del lugar marcaba en su teléfono el número de su pecadora favorita.

—Rubia, voy a tu departamento, tenemos que hablar de un tema importante —colgó antes de que ella pudiera siquiera saludar.

Eso fue suficiente para que ella supiera que se trataba de un tema lo suficientemente serio. Cuando lo vio entrar por la puerta lo confirmó, besó sus labios de manera breve y suspiró caminando hasta el sofá.

—¿Qué ocurre? ¿Has tenido problemas? —cuestionó haciendo un puchero—. ¡Dijiste que lo tenías controlado!

—No quería que te preocuparas ni mucho menos que interfirieras —admitió pasándose una mano por el cabello—. No va a pasar nada pero debemos de ser cuidadosos a partir de ahora, creo que como mucho hablará mal de mí los domingos después de misa cuando se encuentre con sus vecinas en la puerta de la Iglesia.

—Detesto a las señoras chismosas.

—Detestamos —corrigió.

—Deberíamos de vengarnos...

—¿Por qué razón habríamos de hacerlo?

—¿Hay que tener una razón? —alzó sus cejas fingiendo sorpresa—. No seas aburrido, esas cosas no son de Dios.

—Lo que no es de Dios es lo que tú quieres hacer.

—¡No siquiera saber lo que tengo en mente! —chilló indignada.

—A ver, ilumíname —pidió.

—Lo haré después de follarte, por supuesto.

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