Capítulo 22

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El sacristán abandonó la sacristía cuando el sacerdote empezó a hacer el cambio de ropa, la joven al verlo fingió estar rezando para así evitarlo, lo que menos quería era tener una plática incómoda. Cruzó la puerta y lo vio alejarse, fue su momento para levantarse e ir casi corriendo al lugar donde se encontraba el culpable de que estuviera en la iglesia.

—Así que no mereceremos ser amados, ¿eh? —interrogó con tono burlón mientras cerraba la puerta tras su cuerpo.

—No hagas caso, son pensamientos de aquella época, ya sabes cómo se veían esas cosas en aquel entonces.

Hizo un gesto con la mano para restarle importancia y se acercó a él juntando sus manos detrás de su espalda.

—¿Crees que alguien podría amarme?

Él detuvo su acción para poner toda su atención en ella, incrédulo de que realmente le estuviera preguntando semejante cosa. Tomó su rostro con sus manos y la miró a los ojos manteniendo su expresión de seriedad.

—¿Por qué alguien no amaría a esta hermosa criatura? ¿Esta mujer demasiado educada, obsesionada con el sexo que rezuma inteligencia y sensualidad? ¿Esta mujer de piel blanca, labios rojos y rubios cabellos? —chasqueó su lengua contra su paladar—. Habría que estar loco para no amarte.

—¿Tú lo estás?

—¿Loco? —alzó sus cejas—. Quizá si, pero yo si sé amarte.

La mirada de la rubia se iluminó y una sonrisa se dibujó en sus labios al escucharlo decir esas palabras. Fue él quien se inclinó para besarla y dar comienzo a lo que podría ser un juego peligroso... Pero a ambos les gustaba jugar y más si se trataba de algo prohibido.

—¿Aquí? —preguntó al sentir sus labios bajar por su cuello.

—La última vez me chupaste la polla aquí, si mal no recuerdo —susurró contra su piel antes de llevar sus manos al extremo de su prenda—. ¿Puedo?

Ni siquiera lo pensó, asintió con la cabeza para indicarle que si que podía y que debía de hacerlo. Sus labios eran suaves, el simple roce le generaba pequeñas descargas eléctricas, tuvo que apretar sus piernas al sentir estas flaquear.

—Algún día me sentaré en tu cara —prometió, dejando escapar un placentero suspiro, el sacerdote sintió sus mejillas arder—. Vale, quizá todavía no estés preparado para eso.

—Hoy no —admitió por lo bajo.

No le dio demasiada importancia a las palabras, prefirió centrarse en cómo le quitaba la ropa para dejarla desnuda en la sacristía. Se despegó de ella cuando sus ojos se fijaron en el estante de madera que estaba abierto, pensó que podría agregar más fuego a la hoguera y caminó hasta allí para tomar algo en concreto.

Estos eran los aceites que fueron bendecidos durante la Semana Santa por el obispo, aceites usados solo para sacramentos como el bautismo, la confirmación y la unción de los enfermos. Escogió el aceite Crismal, y regresó con ella, evitando escrupulosamente con la mirada el crucifijo. Llevó sus manos al alzacuello, tratando de quitárselo.

—No —pidió mirándolo—. Déjatelo puesto.

Su polla se irguió. Cuando actuaba como una chica sucia lo ponía todavía más cachondo.

—Vas a matarme —susurró mientras se arrodillaba. Le hizo darse la vuelta sobre su estómago, por lo que su delicioso culo quedó a su vista, y también para que pudiera descansar su cabeza en sus brazos si lo necesitaba.

Roció un poco del aceite en su dedo índice, el que usó para hacer un círculo alrededor de su entrada menor. Tembló bajo su caricia, involuntariamente tensándose cada vez que su toque la rozaba. Pero su coño se apretó demasiado, y pudo ver cómo empezaba a presionar sus caderas en el suelo, tratando de aliviar parte del dolor creciendo en su clítoris.
Añadió más aceite a sus dedos y empezó a acariciar y probar su abertura, dándole masajes. El olor del bálsamo, un antiguo olor a iglesia, llenó la habitación.

—¿Sabes qué es esto? —cuestionó. Ella negó con la cabeza, sin siquiera escuchar con claridad que estaba preguntando—. Es un aceite sacramental. Se utiliza para los bautismos y ordenaciones.—Pasó una mano por la firme y suave pendiente de su espalda, sintiéndola suspirar contra su toque, y en ese momento, deslizó un dedo dentro.

Le folló el culo con sus dedos, consagrándola a su manera.

—He tenido sexo anal antes, pero no con alguien de tu tamaño —le hizo saber—. Va a doler.

—¿Lo hará? —llenó su palma de aceite y empuñó su polla para masturbarse y llenarla de dicha sustancia—. Si me dices que pare lo haré.

Se adentró en ella con gran facilidad, su polla estaba jodidamente resbaladiza al igual que su culo. Acarició su espalda con calma, mientras la sentía abrirse para él, dándole una grata bienvenida. Inhaló y exhaló y luego se contuvo, inhalando con necesidad mientras encontraba su clítoris y comenzaba a trabajarla.

Durante todo el tiempo, acarició sus piernas, espalda y frotó su clítoris. Temblaba mientras la follaba, cubierta de sudor. Quería retenerla hasta el final, trabajo en serio su clítoris, presionando la yema de su dedo medio contra ella y haciendo círculos en la dura y rápida manera que le gustaba.

En cuestión de segundos, gritaba, presionando su culo contra sus caderas, sus dedos escarbando en la alfombra y gemidos silenciosos desgarrando de su garganta.
La vio correrse mientras siseaba su nombre, ¿que podría haber más erótico que eso?

Agarró una de sus nalgas con fuerza hasta el punto de dejar sus dedos marcados en color rojizo sobre su blanca piel, hizo un gutural sonido y terminó corriéndose dentro de ella.

—Hostia, ya tenemos entrada directa al infierno —jadeó al caer en cuenta de lo que acababan de hacer.

—Todavía hay muchos pecados que cometer en la Tierra, ¿cuando probamos con agua bendita?

Amén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora