Capítulo 8

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¿Quien dijo que el trabajo de ser prostituta fuera fácil?

Cyara adoraba su oficio la mayoría de los días, en cambio había otros en los que se maldecía por vender su cuerpo de tal forma. Normalmente los hombres entendían las reglas allí y sabían que, por mucho que pagaran, era ella quien establecía sus límites. Otros, sin embargo, se saltaban esa norma y llevaba a finales no tan felices.

La anterior noche había sido una de esas en las que habían hecho con su cuerpo lo que les dio la real gana.

No le gustaba maquillar las marcas de su piel, sin importar que fueran chupetones o golpes. La realidad es lo que se ve y ella ante todo iba a ser real.

Ir a misa los domingos ya se estaba volviendo una costumbre y no especialmente porque fuera una persona religiosa sino porque le gustaba alegrar las vistas a las once de la mañana. Escucharlo también le causaba paz, aunque no creyese en lo más mínimo las palabras que recitaba día tras día, sentía que estaba en calma. En un principio todo le había parecido estresante, agobiante e incluso aburrido pero después de haber ido unas cuantas semanas se estaba acostumbrando.

Ese día en específico llegó media hora antes de empezar la misa, tenía en mente la idea de hablar con él pero al llegar allí se llevó una sorpresa. No había sido la única en llegar temprano, el sacerdote se encontraba hablando con una joven que aparentaba su edad y que se le veía muy salada, con una actitud similar a la de Cyara.

—¿Es muy difícil el celibato, Padre Vélez?— le preguntó con coquetería, mientras lo veía vestirse el alba y más tarde sujetarlo a la cintura con un cíngulo.

Dicha túnica representaba la pureza del corazón que el sacerdote ha de llevar al altar.

—¿No sabe que responder?

—¿Y que quiere que le responda, joven?— preguntó al tiempo que se ponía la casulla de color verde, la que se utiliza en tiempo ordinario—. El verdadero celibato es una vida sin sexo y sin una cónyuge, es lo normal entre los sacerdotes.

—¿No hay sacerdotes que pueden hacerlo...?

—Uhm, si, aquellos que no hacen el voto de...— su explicación fue interrumpida por la chica que tenía enfrente.

—Con eso es suficiente.— fue rápida en decir.

En un movimiento que él no se esperaba, llevó sus manos a sus hombros y tiró de  su cuerpo hacia delante para estampar sus labios con los suyos.

A Cyara se le escapó un jadeo de sorpresa desde la puerta, suficiente para que los ojos de Christopher chocaran con los de ella e intentara apartar a la chica con la mayor sutilidad posible.

—Esto no es lo que parece.— aclaró, pasó saliva por su garganta antes de carraspear.

—Uhm, tiene razón... Yo fui una desubicada.— admitió ella con las mejillas sonrojadas, en su mente había quedado muchísimo mejor esa escena. No todos los días tenías la oportunidad de estar a solas con el sacerdote caliente del que todas las mujeres hablaban—. Yo no debí hacer eso, supongo que iré al infierno.

Había intentado bromear pero no había resultado, la situación estaba cada vez más tensa entre las tres personas allí presentes. Compartió una mirada apenada con el sacerdote antes de retirarse de allí, dejándolos a ambos solos en la sacristía.

—Lo que viste...

—Ya sé lo que vi.— asintió con la cabeza dando unos pasos adelante para acercarse a él—. Me sorprendió que alguien en esta estúpida parroquia tuviera los ovarios de hacer algo similar a lo que hice yo.

—Lo tuyo fue más allá de esto... Quisiste confesarte y terminaste soltándome frases incoherentes.— una sonrisa se dibujó en los labios de Christopher al recordar su primera conversación con la pecadora.

—Todavía me mojas las bragas, Vélez.— admitió con malicia—. Pero eso ya es otro punto, ahora me gustaría hablarte de un tema un tanto importante para mí.

Él asintió mientras la miraba, Cyara no solía hablar con tanta seriedad. Los temas de conversación con ella solían ser de todo menos serios.

Fue entonces cuando su mirada bajó a su cuello, los chupetones no le sorprendieron pero si el moretón que se estaba formando allí.

—¿Qué te ha pasado?

Por acto reflejo se llevó una de las manos al cuello para acariciar la zona dañada.

—Me han ahogado.— respondió restándole importancia.

—¿Que han hecho que?— sacudió su cabeza al escucharla—. Por el amor de Dios...

—Christopher, solo se trata de sexo salvaje, no todos los hombres tienen los mismos gustos en la cama... A unos les va lo vainilla y a otros les pone cachondo la idea de golpear mientras llegan al éxtasis.

—Cyara...— le advirtió que se callase de la forma más correcta, mencionando su nombre.

—No, es la puta realidad, que tú seas un sacerdote que solo quiere hacer lo correcto es algo totalmente diferente.— soltó—. Es por eso que voy a tomarme unos días para mi, lejos de este maldito lugar. Por primera vez en mi vida quiero respetarme como mujer, respetar también mi cuerpo...

De los labios de Christopher no salió ni la más mínima palabra, él no era quien para opinar con respecto a su vida privada. Si ella iba a alejarse él no sería un impedimento.

Amén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora