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                                        『 𝕃𝕒 𝕝𝕦𝕟𝕒 𝕢𝕦𝕖 𝕤𝕖 𝕒𝕡𝕒𝕘𝕠́ 』

                                        『 𝕃𝕒 𝕝𝕦𝕟𝕒 𝕢𝕦𝕖 𝕤𝕖 𝕒𝕡𝕒𝕘𝕠́ 』

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                                                       Hinata Hyuga

                                   Distingida kunocihi y amada madre

La respiración se le cortó y apreto los puños; una escamosa sensación invadio su pecho. En esa dimensión esperaba que su madre se viese más feliz, como su padre, porque ella lo merecía...pero en su lugar tenía a una lápida en frente de él.

Soltó una risa irónica y miró el ramo de crisantemos y rosas blancas que sobresalían frescas y solitarias dentro de un jarrón de cristal de lo más delicado.

La imágen de su madre se posicionó detrás de sus párpados. La expresión simpre amable, los brazos cálidos y la acogedora sonrisa. Su madre era tranquila y callada, pocas veces se quejaba sobre algo que él, su padre o su hermana hiciesen y no recordaba ningún castigo severo que le haya dado, y siempre estaría preocupada por ellos (especialmente por su padre, no importa qué). Era un ángel, y aquí a nadie pareció importarle.

Pero, se repite, ese no es su mundo, y esa no es su madre. Su madre está en la residencia Uzumaki, sana y salva.

Aun así se sienta en frente de la lápida, con los rayos de sol impactandole rudamente contra la piel y el cabello, y se queda allí durante un tiempo, con los brazos abrazando sus rodillas y los orbes azules, iracundos y vacíos, escaneando las letras grabadas en piedra.

¿Cómo murió Hinata? Se repite en su mente, ¿habrá sido doloroso? o quizá fue rápido y sin dolor. Era una kunoichi, observa, así que lo más probable es que haya muerto en combate. Aunque también se pregunta cómo es que su madre acabo siendo kunoichi allí, es decir su amdre también lo era, pero no sería realmente mencionado allí porque ella dejo el cargo.

Boruto no está seguro cuánto tiempo se quedó allí, pero sabe en qué momento notó al presencia de alguien detrás suyo. Se levantó rápidamente, con los músculos ya tensados sólo para encontrarse con el rostro vagamente sorprendido de Anzu.

Lleva ropa de entrenamiento, el cabello atado en una coleta alta y la katana colgada a la espalda. Ni siquiera luce agitada a pesar de los rasguños en la piel y la tierra adherida en algunos lugares. Es dolorosamente parecida a su madre, el rostro delgado, la misma forma del cabello (aunque sólo tiene flequillo del lado derecho de la frente), la mandibula triangular y la complexión física, quizá músculos más firmes. Pero también era parecida a Sasuke.

— ¿Qué quieres? —preguntó, sin destensar los músculos. No se sentía cómodo -ni seguro, pero no es como que vaya a admitirlo- con la presencia de la azabache.

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