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『𝕋𝕚𝕖𝕞𝕡𝕠』

『𝕋𝕚𝕖𝕞𝕡𝕠』

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ʙᴏʀᴜᴛᴏ

Su vista estaba fijada en el pergamino que descansaba en sus manos. Él sabía que Anzu no le guardaba ningún tipo de aprecio, entonces, ¿por qué le había dado el pergamino? A él, no a Mitsuki, quien había pasado tiempo con ellos, con quien tanto ella como Shinachiku y Hayato tenían algo parecido a amistad. No lo entendía. No le daba buena espina, así que desechó los pensamientos que eran un desperdicio de tiempo. No quería tener nada que ver con ellos, más allá de llegar a su mundo.

—Deberíamos simplemente irnos —habló entre dientes Sarada, terminando de disipar sus ideas, que quedaron encerradas, igual que el pergamino una vez lo guardó en su bolsillo—. Ellos lo dijeron.

Mitsuki levantó la vista, una ligera capa de sudor cubría su rostro, acompañando sus ojos caídos y la mueca en su rostro, que creció al escuchar las palabras de la azabache. Se incorporó.

—No vamos a hacer eso —reprendió el albino, todo cansancio convertido a una estela casi invisible en sus ojos—. Nos están ayudando, no podemos simplemente dejarlos aquí.

Sarada juntó los labios y volteó la cabeza. Ésta vez, sí levantó la vista, lo que le costó más de lo previsto. Miró a Sarada y luego a Mitsuki, quien aún mantenía los ojos fijados en la Uchiha.

En la habitación colgó el silencio, filtrándose por las paredes de madera y creando una espesa capa a su alrededor. La luz que entraba por la ventana iluminaba las volutas de polvo que soltaban las cajas de cartón acomodadas en el ático. Las palmas le picaron al estar la piel en contacto con la madera polvosa, un recordatorio de donde estaba.

Mitsuki le miró con una interrogante plantada. Al final, al peliblanco siempre le importaría más su opinión —bueno, eso sonó mal—. Devolvió la mirada al albino. ¿Quería dejarlos? La respuesta era simple, sí. No quería tener nada que ver con ellos y sus estúpidas familias (Nada en contra de Sakura, a quien guardaba respeto y a Hinata de ese mundo, quien seguro era mejor que todos los demás), pero ya no eran sólo ellos. Habían personas que amenzaban la dimensión de esos insufribles, y si los dejaba ahí estaría removiendo defensas, lo que se traduce en peligro a los civiles.  No debía hacerlo, así de simple. Asintió levemente. Mitsuki lazó las comisuras de la boca.

Finalmente, Sarada levantó la mirada, había una pequeña, pero profunda arruga en su entrecejo, signo de que, efectivamente seguía queriendo largarse de allí, mas no lo hizo.

—Primero tenemos que salir de aquí —declaró ella—. Ya saben mucho.

—Podrían ayudarnos.

Tanto él como Sarada miraron a Mitsuki. ¿Qué acaba de decir?

—Ya nos ayudaron lo suficiente —espetó Sarada.

Asintió en acuerdo a Sarada. Bien, les agradecía y lo que fuera, pero explicarles todo iba a ser un lío.

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