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No sé desde cuando se pasó por mi cabeza la idea de suicidarme, ni qué cosas me habían llevado a esto, pero lo único que sabía en ese momento era que la sangre brotaba sin control de mis muñecas, mi vista comenzaba a nublarse… me sentía ingrávida. Lo último que quería era seguir viviendo, sentía que no merecía el aire que respiraba y mucho menos significar una carga para mis padres. Mientras apreciaba cómo mi vida se escurría a través de mis muñecas abiertas, una figura irrumpió en el baño de la escuela… Luego todo se volvió negro para mí.

***

Desperté con la mirada preocupada de mi madre clavada en mí. Miré a mi alrededor un poco confundida hasta que caí en la cuenta de que había intentado suicidarme. Mi mamá se debatió entre acercarse a mí o quedarse donde estaba, hasta que se sentó en el borde de la cama. Desvié mi mirada hasta mis manos, viéndolas cubiertas por unas vendas blancas. Ayer estaban teñidas de rojo y abiertas pero hoy no, hoy estaban vendadas, acabando con mi mayor deseo. Mi único deseo.

- ¿Por qué hiciste eso?

La pregunta de mi progenitora me sacó de mi lapso mental, lo que me obligó a centrar la mirada en ella. ¿Cómo decirle a tu mamá que no te gusta estar viva? Me revolví incómoda por la situación, tratando de encontrar las palabras correctas para explicar mis emociones. Respiré profundamente y lo que dije a continuación creo que no sólo sorprendió a mi mamá sino también a mí misma.


- ¿Nunca has sentido que sobras, que no encajas? Pues así me siento yo, mamá.

- ¿Qué dices, Camila? – Su voz se quebró.

- Que no merezco vivir, que soy un error, nunca debí nacer.

Mi madre abrió tanto los ojos que creí que se le saldrían de las cuencas. Las lágrimas comenzaron a caer incontrolables y al momento me arrepentí de haber exhibido mis sentimientos con tanta soltura delante de ella. Acaricié su cabello con delicadeza, sin embargo, no sirvió de nada porque seguía llorando. Quise decirle que era una broma de mal gusto, que todo era mentira. No podía. No podía simplemente fingir que todo estaba bien cuando en realidad no lo estaba. Me odié mucho más que antes al hacer que mi madre llorara y se preguntara qué había hecho mal en mi crianza, sin saber que yo no estaba así por su culpa, simplemente vine al mundo con este sentimiento y nada podía cambiarlo. Después de que cesaran sus sollozos me abrazó con fuerza, como si así evitara que yo intentara lo mismo de nuevo. Tomó mi rostro entre sus manos para mirarme fijamente.

- Prométeme que no lo harás más. – Suplicó aún con las lágrimas resbalando por sus mejillas.

- Mamá… – Intenté explicarle que eso sería casi improbable. Era como pedirle a Chucky que fuese tierno. No obstante, preferí mantener mis mórbidos pensamientos en mi mente.

- Al menos dime que irás a terapia.

Todo menos eso. Odiaba tener que compartir mis problemas con personas que ni siquiera conocía. Estuve a punto de soltar un rotundo no pero me fijé en el brillo que desprendía su mirada, ilusionada por una respuesta afirmativa. Al final accedí a regañadientes. De repente una pregunta se formó en mi mente: ¿quién había entrado al baño para rescatarme? Bueno, a mí no es que me hubiese hecho un gran favor, no obstante, le ahorró a mi familia el dolor y los gastos de un ridículo funeral para una persona que había desperdiciado su existencia.

- Mamá, ¿sabes algo de la persona que me salvó la vida?

- Claro, ¿cómo no iba a saber de ella? Se llama Lauren Jauregui. ¿La conoces?

Busqué en mi mente los nombres de algunas chicas del Instituto pero el suyo no me sonaba de nada. Me encogí de hombros anunciando claramente que no la conocía. Luego de un incómodo silencio alguien llamó a la puerta. Junto a mi padre observé el rostro de una chica. Debo decir que me impresionó el profundo verde de sus ojos, unos ojos rasgados que a pesar de ser hermosos transmitían cierta tristeza. El cabello negro lo llevaba revuelto con un aire desenfadado y a la vez elegante. Tenía una pequeña perla negra en la parte izquierda de la nariz, lo que junto a su vestimenta (una camiseta de Metallica, chaqueta de cuero negra y vaqueros rasgados) me dieron la impresión de que era fan del rock. Mis padres me dejaron a solas con ella sin darme la más mínima explicación.

- Hola. - Dijo simplemente.

- Hola. - Respondí al saludo un poco cohibida.

- Me llamo Lauren. Fui la que…

- Sí, ya sé quién eres. - La interrumpí.

- Vine a ver cómo seguías. – Se mordió el labio inferior y no pude apartar mi vista de ahí.

- Bien. Ahora se supone que deba darte las gracias, ¿no?

- Normalmente.

Sonreí. La verdad es que estaba confundida. ¿Se suponía que le diera las gracias a una persona por haber evitado que me suicidara?  Nos quedamos calladas por un buen rato hasta que ella rompió el silencio.

- Sé que me entrometí en tus planes, que tenías una idea completamente diferente pero… no podía dejar que lo hicieras.

- ¿Por qué? - Pregunté extrañada.

- Porque eres muy joven para morir. – Respondió con la típica frase. Como si la juventud fuese sinónimo de felicidad. Pensé irónicamente.

- ¿Y te has preguntado qué me impulsó a hacerlo?

- No, sin embargo, ningún problema es lo suficientemente grande para acabar con tu vida.

Hice un mohín demostrándole que no me gustaba ni un poco que se entrometieran en mis asuntos. Era mi problema, no el suyo ni el de nadie más. Estaba a punto de salir por la puerta cuando lo que dije a continuación la hizo detenerse en seco.

- Gracias por nada.

Se giró hacia mí en total desacuerdo y antes de irse me escrutó con sus ojos verde esmeralda. Dejó escapar un suspiro de resignación antes de responder.

- Algún día me agradecerás de veras y te darás cuenta de que cometiste una locura. Hasta entonces mantente alejada de las cuchillas.

Y se fue, dejándome claramente enfadada. ¿Quién se creía para decirme que debía hacer? Tenía unas ganas horrendas de salir de este hospital, de mi cuerpo, de mi vida. Todavía debía esperar para volver a intentarlo, al menos hasta que las cosas con mi familia estuvieran en “calma”. Una calma que nunca sentiría, una calma que nunca había experimentado y jamás me acompañaría. Al fin y al cabo, así era yo: una chica de diecisiete años que no le encontraba sentido a su vida.

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Hola, bellas criaturas del inframundo...
Decirles que comencé a escribir esta historia hace unos 3 años pero quedó inconclusa a penas al inicio, así que voy a adaptarla al universo Camren y continuarla.
Aclaración: es completamente diferente a mis otras 2 historias publicadas y los capítulos serán más cortos.
Si les gusta la historia pueden votar o escribirme para saber si continúo.
Xoxo💗

Can't Save YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora