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La silueta de Lauren se perdía lánguidamente calle abajo. No podía apartar mis ojos de ese andar grácil, elegante y a la vez despreocupado. Mi sonrisa se borró en el segundo que escuché la voz de mi madre. Era muy temprano para que estuviera en casa. Tomé un largo suspiro antes de atravesar la puerta, echando por la borda mi necesidad de refugiarme un par de horas en mi habitación para analizar todo lo sucedido en el día. Ya tendría tiempo para ello en la noche, aunque resultaba incómodo llorar en silencio para que ellos no me escucharan. Mamá hablaba por teléfono con alguien que no pude identificar y no había notado mi presencia.

- De acuerdo. Estaremos ahí el lunes, doctora Smith. – Colgó con una mueca de alivio, dándose la vuelta para toparse con la confusión plasmada en el rostro. – Camilita, no te escuché llegar.

- ¿Con quién hablabas, mamá? – Mi pregunta desarrolló un brillo inusual en sus ojos verdes.

- Me recomendaron una de las mejores psicólogas del estado. – Se apartó un flequillo rebelde con un soplido. – Tenemos cita con ella este lunes.

- ¡¿Qué?! – Exclamé ofuscada. ¿Cómo podía programar algo de tal magnitud sin mi consentimiento? – No iré.

- Esto no es negociable, Karla.

- Tengo derecho a opinar sobre este asunto.

- Prometiste que irías a terapia. – Recordó con un tono que comenzaba a sobrepasar los decibeles estándares. – La cena estará lista en una hora.

- No trates de cambiar el tema. – Me crucé de brazos mosqueada. – Dije que iría pero no tan pronto. No me siento preparada todavía para hablar de mis problemas con una extraña.

- Es lo mejor para ti. – Volvía a retirar un mechón castaño con brusquedad.

- ¿Estás segura? Haces esto porque es más fácil obligarme a mí a enfrentar una situación que me aterra solo para dormir mejor en las noches. – Vertí mi frustración en ella, conteniendo las lágrimas y subiendo las escaleras antes de que pudiese refutar.

Esa noche no bajé a comer con ellos ni mi madre fue a ver cómo estaba. Únicamente vislumbré su sombra por debajo de la puerta mientras intentaba ahogar mis sollozos contra la almohada. Dejé escalar el aire con fuerza y retiré el vendaje que cubría mi magullada piel. Hinqué las uñas en la herida cicatrizada a medias hasta notar el escozor. El dolor empezaba a abrirse paso y mis pensamientos dejaban de girar en torno a mis deseos de morir para enfocarse en las gotas de sangre que se estaban acumulando en mis muñecas. Una notificación proveniente de mi celular hizo que despegara la mirada de mi nuevo entretenimiento. Era un mensaje de Lauren que contenía una foto de una pequeña cabra con el encabezado de “Buenas noches, Camz”. Le sonreí a la pantalla con el inmensurable deseo de ser otra persona, de ser lo suficientemente arriesgada para gritarle al mundo quién era en realidad, para no sentir que me asfixiaba habitando mi propio cuerpo.

***

Las campanadas de la iglesia marcaban el final de la misa dominical, lo que significaba que en menos de una hora vería a Lauren luego de haber pasado parte del sábado enviándole mensajes y videos de Pinky correteando en su rueda. Mis padres se despedían de algunas familias latinas que asistían a la misa del padre Alberto mientras yo esperaba en el auto, con la ansiedad comenzando a apoderarse de mí.

Cuando llamaron a la puerta, mi corazón latió descompasado hasta que el rasposo tono de la ojiverde me obligó a tragar en seco. Bajé los escalones de dos en dos, tropezando en el penúltimo, por lo que caí estrepitosamente frente a ella. La vergüenza se extendió por todo mi rostro, a la espera de una carcajada o un comentario burlón. Pero ella no era como el resto.

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⏰ Última actualización: Oct 09, 2021 ⏰

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