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La clase me resultó interesante pero el reloj parecía haberse detenido. Después de llenar de garabatos mi cuaderno, escuché el sonido del timbre acompañado del rechinar de cientos de sillas. Bajé las escaleras parsimoniosamente. En cuanto salí del edificio vi a Camila. Un corrillo de animadoras la rodeaba. Me acerqué con cautela, a la expectativa de qué estaría sucediendo. Una de ellas, supuse que sería la capitana, sostenía una de las muñecas vendadas de Camila. Le gritaba con rabia. Todas se giraron hacia mí al unísono e intentaron alejarme. Respiré profundo, me ajusté la mochila al hombro e irrumpí en el círculo que tenían formado. Liberé a la castaña del agarre de aquella tonta y caminé sin importarme las ofensas que me lanzaron.

- ¿Por qué hiciste eso, Lauren? – Protestó mientras se alejaba de mí.

- ¿No es obvio? Sacándote de las garras de esas arpías.

- No necesito que me salves. – Se cruzó de brazos, aún enojada. ¿Por qué tanta repulsión hacia mí? Yo sólo la estaba ayudando.

- Pues ya ves, acabo de hacerlo. – Por segunda vez, quise agregar, no obstante, tragué mis palabras antes de empeorar la situación. - ¿A dónde iremos?

Suspiró resignada. ¿En qué lugar estaría su mente? Caminamos casi un kilómetro sin hablarnos, lo que provocó un leve cosquilleo en mi lengua. Quería saber en qué pensaba. De verdad necesitaba una respuesta. Ante mis ojos se alzó un enorme cartel que daba la bienvenida al Jardín Botánico de Miami Beach. La belleza de las plantas me deslumbró. De aquel lugar emanaba una paz casi surreal, que se vio interrumpida por el tintineo de unas monedas sobre la taquilla de entrada. Camila compró los tickets de acceso sin darme tiempo a reaccionar. Pasamos por un puesto de comida mexicana y tomamos unas quesadillas rellenas de queso y jalapeño. Ya sentadas en una mesa para picnics, decidí que era momento de romper el silencio.

- ¿Qué querían esas Barbies humanas?

- Molestar. - Gruñó por lo bajo.

- No tienen derecho de hacerlo.

- ¿A quién le importa lo que yo piense? – A mí. Pensé, un tanto sorprendida por la empatía que sentía hacia ella. - Sólo soy la idiota que intentó suicidarse.

- Pues deberías cambiar la situación porque sigues siendo humana.

- Déjalo estar, Lauren.

Le di un mordisco a la masa picante, terminando de masticar con algo de dificultad por el escozor que desató el pimiento en mi paladar. Camila pareció darse cuenta. Me tendió una botella de agua que vacié en tres largos sorbos. Ella seguía callada, casi inaccesible. ¿Cómo podría ganarme su confianza? Iba a ser difícil, tal vez nunca lo conseguiría, pero valía la pena intentarlo: éramos dos almas que varaban desamparadas en la tormenta de la vida. De repente fui sometida a un intenso escrutinio por su parte. El color chocolate de sus luceros recorrió las facciones de mi rostro. Me sentí incómoda y tranquila a partes iguales. No sabría explicar la bipolaridad que esa mirada desató sobre mí. Pasó a limpiarse las comisuras de los labios en un gesto premeditado. No apartó sus ojos de los míos. Debería estar sopesando las palabras que usaría en su próxima ofensa. Siempre a la defensiva.

- Gracias. - Murmuró. Quedé atónita. - Tampoco es para tanto, que “gracias” se le dice a cualquiera.

- O yo no pertenezco a ese afortunado grupo o tú eres de las que prefiere no utilizar muy a menudo esa palabra.

- Tienes razón, no la utilizo con frecuencia. ¿Sabes por qué? Porque no todos lo merecen y cuando lo dices le dan poca importancia. Vivimos en una sociedad cansada de las normas de cortesía.

- No debería ser así.

- Adaptarse o fracasar, Lauren. Tú escoges.

- Pues escojo la educación ante todo. – Respondí resolutiva.

- Nunca entiendes nada, ¿verdad? – Cabeceó negativamente.

- Me es imposible entender por qué dejamos de apreciar el mundo exterior para estar más pendientes de nuestros teléfonos; por qué cambiamos la agradable sensación de sostener un libro en las manos por unas horas frente a un ordenador; por qué no le sonreímos a la vida sin motivo y dejamos de quejarnos por nuestros problemas. Esas son las cosas que no entiendo, Camila.

- Puede que nadie tenga las respuestas a tus interrogantes. – Sus orbes brillaron luego de mi monólogo. ¿Había logrado conmoverla o sólo eran ideas mías?

- Tal vez, pero tal vez alguien comparta mi opinión y ya no seré la única soñadora.

- El mundo está lleno de inadaptados sociales. Seguramente encuentres a tu alma gemela muy pronto. - El sarcasmo impregnó sus palabras.

- ¿A ti de qué te ha servido ser igual al resto?

- ¿A mí? - Un largo suspiro se adueñó de su aire. - No creo que sea igual a los demás.

- Yo tampoco lo creo. – Apoyé su planteamiento.

- ¿Entonces por qué preguntas?

- Quería saber cómo te veías a ti misma.

- No muy bien que digamos.

Una leve brisa se desató a nuestro alrededor. Las hojas secas que yacían en el césped se arremolinaron y nos cubrieron de imprevisto. Bajo aquella manta marrón divisé unos ojos llenos de temores. Unos ojos pertenecientes a un alma corrompida. Mi corazón latió de prisa, tanto que me dolió el pecho. Calma. Las hojas volvieron a esparcirse por el suelo, mi cabello cayó sobre mi frente, pero esos ojos oscuros siguieron profanados por el miedo. Temblé por el nexo que compartía con ellos. No quise indagar a qué temían, sin embargo, ellos me respondieron con lágrimas invisibles: miedo a vivir. Las personas le temían a la muerte. Camila le temía a la vida. ¿Cómo convencer a alguien tan roto de respirar? Sacudí la cabeza internamente. Apreté mis párpados en un gesto de confusión. Aquella chica era un enigma.

Sólo tuve oportunidad de sacar mi cuaderno de dibujo para eliminar el escalofrío que recorrió mi cuerpo. Capté la atención de ella en cuestiones de segundos. Tracé unas líneas desiguales sobre el papel, fui moldeando los retazos con descuido, rellené un poco y obtuve lo que buscaba: capturar la tristeza de esos ojos. Camila asomó la cabeza por encima de la mesa. Sacié su curiosidad cuando giré el cuaderno en su dirección. Bajo su máscara de indiferencia brilló un leve destello de asombro. Tomó el dibujo entre sus manos, lo recorrió con las yemas de los dedos, lo analizó en silencio, volvió a deslizarse por el contorno y al final murmuró:

- Soy yo, ¿verdad? - Asentí en respuesta. - Gracias.
¿Por qué me agradeció? ¿Por qué se conmovió tanto? Arrancó el retrato del cuaderno, lo dobló y guardó cuidadosamente en su mochila. Abrió mi mano para depositar unos billetes sobre esta. Ya estaba marchándose cuando pude reaccionar.

- Espera, Camila, ¿a dónde vas?

- Me ha encantado pasar el rato contigo. – El tono de su voz empezó a quebrarse.

- Respóndeme. – Exigí, desesperada por encontrar las razones detrás de sus cambiantes actos.

Adiós. – Murmuró con la cabeza gacha.

- Deja al menos que te acompañe.

- Terminarás lastimada si sigues a mi lado. – Sentenció, dejándome en medio de aquel idílico paraje a solas.

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Hola, bellas criaturas del inframundo...
Perdón por no haber actualizado, es que he estado cargada de estudio.
Xoxo

Can't Save YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora