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Apresuré el paso hacia la salida. ¿No se había dado cuenta de que solo podría traerle problemas? Además, que me comprendiera con una breve mirada no hacía más que avivar mis miedos. ¿Qué tal si éramos iguales? No podría permitirlo. No podría dejar siquiera que fuéramos amigas, porque si con un puñado de minutos llegó a encerrar mi mayor pánico, no quería ni imaginar cómo desvelaría todos y cada uno de mis pensamientos con más tiempo junto a mí.

Como de costumbre mis padres trabajaban hasta tarde. Subí los escalones de dos en dos y le puse seguro a mi puerta. Hoy James Blunt sonaría en mi estéreo a todo volumen. Saqué los libros de texto para hacer las tareas y de repente cayó la hoja con mi rostro plasmado en ella. Lloré sin motivos, o a lo mejor tenía uno: alejé a la posible única amiga que tendría en mi vida. Lloré tanto que no noté cuando mi madre irrumpió en mi habitación con una copia de la llave, ni cuando me abrazó fuertemente, ni cuando me recostó a su hombro cálido.

- Pensé lo peor. No vuelvas a encerrarte, Camila. – Me regañó con la voz aún temblorosa.

- No lo haré, mamá. – Barboteé con la vista perdida en mi retrato que yacía en el frío piso de mi cuarto, ahí, donde nadie lo notaba. Justo como yo: un ente sin el mínimo atisbo de atención, existiendo porque mi organismo así lo dictaminaba aunque mi alma quisiera desaparecer.

- Ahora ve a limpiarte que tienes visita.

- ¿Visita? – Pregunté confundida. Nunca nadie me había visitado, ni siquiera mis primas porque siempre había sido el bicho raro de la familia, a la que el resto temía acercarse por miedo a… No sabía qué clase de temores podría infundir una enclenque como yo.

- Sí, no la hagas esperar.  

Tenía que ser Lauren. Sólo podría ser ella. Sorbí mi nariz y sequé mis lágrimas. Bajé las escaleras en silencio hasta que la vi. Estaba sentada en el sofá, con la cabeza baja, las manos apoyadas sobre sus pantalones rasgados y los pies estirados ligeramente. Alzó la vista cuando estuve frente a ella. Me dedicó un gesto cuitado. Decidí tomar asiento, en espera de qué diría. Sonrió por un segundo, luego sus labios formaron una línea recta y mordió el inferior en una expresión de frustración. Ninguna se atrevió a hablar. ¿Qué hacía allí? Le dejé bien claro que se mantuviera lejos de mí, sin embargo, parecía ser la clase de chicas que no se detenía hasta conseguir lo que quería.

- Mira, Camila, no sé si te ha quedado claro pero desde ese día decidí que seríamos amigas. – Rompió al fin el tenso silencio que nos resguardaba.

- Eres tú la que no ha entendido: no puedes forzar una amistad. – Refuté, hastiada de sus intentos por acercarse a mí.

- ¿Por qué me cierras las puertas de tu vida? No comprendo tu actitud reservada hacia mí. – Comentó con cierto dolor.

- ¿Has visto cómo me tratan en la escuela? Si comenzamos a pasar el rato, por transitividad te verás afectada.

- ¡A mí qué, Camila! – Se revolvió el cabello azabache en un gesto desesperado, como si no entendiese una palabra que le decía. Se veía hermosa así.

- Ya arruiné mi vida, no quiero hacer lo mismo con la tuya.

- ¿Quién dice que mi vida no estuviese arruinada de antemano?

Una mueca lóbrega recorrió su rostro. La empatía acudió rauda a mi sentir. ¿Qué sinuoso camino habría transitado Lauren? Carecía de ideas sobre su pasado, e incluso, sobre su turbulento presente. Y yo, una chiquilla malcriada, no podía develar el sufrimiento encerrado en aquel enigmático ser humano. En cierto punto sí entendía los lazos que nos unían: la actitud taciturna, la carencia de compañías y, por ende, la soledad. Lo negué en un principio, pero ahora, veía que más allá del resentimiento por su interrupción, cobijaba junto a ella aspectos que nos hacían semejantes. Dejé escapar un carraspeo en busca de su atención. El verdor de su mirada me atravesó como un rayo de Sol reflejado en una esmeralda.

Can't Save YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora