Tonos dorados

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Tonos dorados por NaiiPhilpotts

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Tonos dorados por NaiiPhilpotts

Premio otorgado: "El saxofón dorado".


Me despierto enterrado en un mar de tuercas y arandelas mientras de fondo suena una canción que es de 1950. Sé cuál es porque mi madre la vivía escuchando; no había un día en que no sonara en casa. Es una canción de amor, de desamor, de dolor y la posibilidad de un renacer. ¡Oh, cómo la amaba! Siempre que podía, me obligaba a bailarla con ella. Es un tema en donde el saxofón destaca entre todos los instrumentos de la melodía, inclusive por sobre las voces, y me llena de una calidez que supera los tonos dorados que me rodean. El sol reflecta contra los metales que me aplastan y genera una luz cálida que me sabe a casa. Como cuando la luz entraba a través de las cortinas de mi habitación cada mañana.

Mis labios se dejaban llevar por la melodía y tararean al son del compás. Saboreo la nostalgia que está presente en cada instante de mi despertar. Solo falta que mamá venga por mí y sería un momento perfecto.

Me es imposible no recordar cuando desayunábamos huevos revueltos con tocino y café: la combinación perfecta para iniciar el día, y la más sabrosa también.

«El truco está en el tiempo de cocción», me decía y, pronto agrega en un tono confidente, «y en el queso que pongo a escondidas».

El olor de la fritura me despertaba y hacía rugir mis tripas. Y, mientras me alistaba para ir a la escuela, mamá ponía la mesa, dejando las cosas listas. Yo bajaba hambriento y devoraba lo que ella me sirviera en mi plato. Al fin y al cabo, la comida no me importaba, lo hermoso era pasar tiempo con ella. Verla feliz, verla reír, abrazarla, oler su perfume de frambuesa, mirarla. Con ella, siempre compartí los mejores desayunos. Solo nosotros dos, por el resto de los días.

También, recuerdo que cada domingo íbamos a pasear a Fluffy al parque ese que tenía un lago y en el cual, durante las primaveras, podíamos ver cisnes con sus pequeños bebés. Allí, nuestra perrita de color blanco correteaba por todos lados. Siempre lanzaba ladridos ensordecedores que irritaban a alguna que otra persona que pasar cerca, sin embargo, era tan cariñosa y buena que solía ganarse galletas de los demás visitantes que paseaban por el parque. ¡Oh, qué bellos eran nuestros domingos! Lo hicimos durante tanto tiempo... No sé cuándo fue que nuestra preciosa Fluffy, eventualmente, envejeció y murió. La lloré mucho; pero mamá me consoló y me explicó que así era la vida. Nunca entendí por qué debía ser tan cruel cuando se supone que es bella y maravillosa.

Creo que aún no lo comprendo.

Recuerdo que con mamá pasé los mejores momentos, sin embargo, ahora no sé dónde está. Creo que se ha ido. Tampoco recuerdo cuándo es que dejamos de desayunar juntos. O dejé de ir a la escuela. Me temo que mi cabeza parece estar dañada y las memorias a las que puedo acceder son limitadas para lo que sucedió en los últimos años. Es curioso cómo funciona mi mente: cuanto más lejano el recuerdo, más nítido y claro. Cuando más cercano, más difuso y doloroso.

¿Lo habré hecho yo de manera intencional para no recordar?

¡Pero, oh, la canción! La canción. Eso sí que recuerdo. El saxofón me encanta; mis labios se curvan en una sonrisa involuntaria y se dejan llevar por un tarareo que se torna cada vez más intenso y mi cuerpo quiere responder a la melodía, dejándose sucumbir ante algún bailecito ridículo. Mis dedos índices quieren moverse al compás del tono y...

... y no puedo hacerlo.

Porque las arandelas y los tornillos me aplastan. El metal no me deja respirar y no tengo espacio para que mi cuerpo pueda moverse con libertad. De pronto, el dorado se vuelve enceguecedor y me lastima los ojos sin siquiera percatarse de mi dolor físico. Muevo un poco mis hombros, solo un poco, pero nada más logro que los metales se entierren en mi piel. Lastiman y cortan sin piedad, como ese saxofón que opaca a todos los demás instrumentos que suenan en la canción y los acalla con potencia.

Intento liberarme de mi prisión metálica, sin embargo, mis posibilidades son limitadas al darme cuenta del estado en el que está mi cuerpo. Mis piernas no están en el lugar en el que deben estar, y mis brazos apuntan en ángulos antinaturales. Uno está para allá y el otro... ¡Un momento! El otro no está.

El shock de la verdad coincide con el tempo de la canción y con el dolor que transmite la voz del cantante al saber que su amor no correspondido se ha marchado. Está destruido, al igual que yo. Ambos hemos vivido tanto dolor que, por fin, dejamos de sentir y en algún punto notamos que perdimos esa capacidad que tanto nos lastimaba. La voz de la canción se rinde y opta por no luchar por su amor. Mamá me decía que, en realidad, estaba siendo valiente por dejarlo ir. Yo siempre sentí que no, que al hombre le faltaba valentía para continuar adelante.

Pero yo no quiero ser como él. No me rendiré. Continúo haciendo vagos intentos, forcejeo, tironeo, me desgarro y grito hasta que mi torso se libera de la presión y logro moverme, aunque sea un poco. El mar de tuercas se aparta lo suficiente como para que pueda respirar y así cambiar mi posición, para reposar de una manera diferente que me da una mejor visión de mi panorama.

El dorado ya no lastima mis ojos y la luz se opaca por las sombras que genero por la nueva postura...

Y recuerdo.

Recuerdo que mi madre envejeció tanto que su rostro bello y joven se volvió irreconocible a causa de las nuevas grietas que adornaban su piel. Al igual que a Fluffy, a ella también la vida natural a ella se la llevó. Luego, unas personas vinieron por sus cosas y pusieron la casa en venta. En esos días, me encontraron encerrado en mi cuarto a la espera de mi desayuno, un desayuno que nunca llegó porque ellos nunca me lo sirvieron.

Tampoco me llevaron a la escuela.

Ni me dijeron qué hicieron con mi mamá.

Ni siquiera me apagaron para irme con ella.

Solo me trajeron aquí, y me arrojaron en este mar de trozos obsoletos, para que mis partes fuesen aprovechadas por mecánicos que pudieran necesitarlas para androides más nuevos.

Pero, oh, la canción, la canción. Es demasiado hermosa y desoladora en partes iguales que me hace sentir menos desechado.

Oh, la canción, la canción. Con su saxofón ensordecedor, con su letra cargada de tristeza, con sus tonos dorados. Oh, la canción, la canción. La canción me recuerda a mamá.

Antología: Un viaje a lo desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora