El 21 de diciembre de 2020 hicimos una invitación a nuestros autores destacados. Debían escribir una historia de mil a tres mil palabras, siendo este libro el resultado. Aquí expondremos las diversas historias de nuestros autores y el punto de inici...
No recuerdo qué quería estudiar cuando dejara secundaría.
O ¿quería cantar? No estoy segura. Por mi cabeza se cuelan imágenes mías cantando con mis amigas, en mi dormitorio o en un estudio. O ¿son los recuerdos de otra chica?
No puedo asegurar mi propia identidad —ni siquiera sé qué cadena de pensamientos me llevó a este punto.
¡Ah, sí! ¡Que quería ser cantante! ¿No?
—279. ¡Cállate de una vez! —exclama una voz, detrás de una puerta de acero macizo, con una pequeña ventana enrejada por la que apenas cabría mi mano.
—Pe-perdón.
Mis disculpas disparan una nueva oleada de insultos de la oficial que, al parecer, hace guardia. Callo de inmediato. Me atemoriza que la puerta se abra. No sé qué hay del otro lado. No sé cómo llegué aquí. Tan sólo desperté en la oscuridad e ignorancia. No sé si estoy aquí sola o me acompaña alguien. Sólo tengo una cosa clara: estoy aterrorizada de todo.
La pesada puerta se abre y la traspasa una mujer corpulenta, acompañada de cuatro agentes con sus rostros ocultos —salvo uno—, bastones bien sujetos y una mirada impía. Puedo sentir que están aguardando a que haga un movimiento en falso para darme una paliza. ¿Acaso soy peligrosa?
—Como estás tan parlanchina, no tendrás problema de probar la nueva versión del producto.
Algún recuerdo, oculto en el fondo de mi consciencia, hace que mis pulsaciones suban exageradamente. Me pego a la pared más lejana a ellos, tratando de colarme por entre los huecos que puedan dejar los átomos del material que la compone, sin éxito.
—Po-por favor... —musito, no muy fuerte para no llevarme un bastonazo.
—Pónmelo difícil, te lo pido. Tengo a mis amigos dispuestos a reventarte a palos si es necesario. Hay más como tú esperando su turno.
Los dientes me castañean y por mis labios se cuelan mis lágrimas, en caída constante desde mis ojos, que arden como si hubieran tirado sal en ellos. Aun así, doy un par de tímidos pasos y me pongo al alcance de la oficial que ase mi camisola gris, raída y maloliente. A parte de la ropa interior y unas sandalias, nada más me cubre.
La mujer me empuja con la punta de su bastón y me lleva por unos pasillos oscuros, de paredes, techos y suelos manchados, con un desesperante olor a heces y orín.
Veo un cuerpo tirado a un costado y tengo que evitar las arcadas al ver cómo, a través de su fina piel, se transparentan sus músculos y capilares. Esa zona hiede a muerte.
—¡Oh, dios! —exclamo.
¡Reconozco aquellas facciones! E-ella era una exitosa cantante de prestigio internacional. ¿Qué hace ahí abandonada? ¿Es ella la culpable de esos recuerdos? ¿Me espera lo mismo?