Mi amigo Mehro por LeonKudell
Premio otorgado: "Mejor amigo".
Cuando veas una estrella fugaz, pide un deseo. Fue lo primero que recordé de los Antiguos.
Las estrellas, esas que en algún momento habían ornamentado el infinito del universo, dejaban de hacerlo. Los meteoros, aquellas partículas que producían un trazo luminoso, que se desplazaban veloces en el cielo, estaban siendo erradicadas por los Scruga ZEP-092, una raza de humanos más evolucionada que la nuestra. Sin embargo, tampoco habían aprendido del caos ocurrido mil años atrás, donde la contaminación había aniquilado gran parte de la foresta, provocando que el oxígeno escaseara, produciendo la muerte de la mayoría de los seres vivos. Estos, pese en haber ayudado a destruir los regalos de la Creación, una parte de nosotros se encargaba de sembrar los granos conservados por nuestros Antiguos. El siglo XXXV era el retroceso hacia los primeros hombres que habitaron la Tierra, que por más fuésemos los únicos depredadores de nuestro propio ecosistema, necesitábamos contrarrestar los daños cometidos.
La luz escaseaba, debido a que la Luna se había visto damnificadas por la sustracción de las estrellas, las cuales eran intervenidas por nuestros némesis, coartando el proceso de estas. Sagaces habían extraídos los minerales que generaban luego del proceso de sus elementos más ligeros como lo eran el helio y el hidrógeno, consiguiendo que formaran distintos componentes, no obstante, algunas producían metales preciosos y diamantes. Por supuesto que estos últimos habían desembocado la locura dentro de sus comerciantes, expandiendo sus ventas hacia otros planetas, sin importarles que las estrellas fuesen la única fuente de luminosidad para nosotros. Según la cláusula de la Confederación de satélites, solo se podía interferir dos veces al Año Lunar la excavación de los luceros y en contadas dosis, pero los Scruga ZEP-092 se rehusaron en cumplir, o brindaban cifras alteradas al Antiguo Mandatario, Bhif 'a. Los ciudadanos de los diferentes países lunares, preferían cerrar sus ojos y pasar de largo, por miedo a ser enfrentados por estos tiranos.
La noche estaba oscura, solo atisbos de rayos solares, que permanecían como una nebulosa, mas al contemplar algunas de ellas, estas explotaban, desencadenando temblores en toda la faz de la Tierra.
Padre seguía concentrado en su sistema de geolocalización planetario, el cual le brindaba la oportunidad de localizar e identificar cualquier objeto astronómico que fuese visible e invisible a grandes magnitudes, incluso con las naves de los Scruga. Al día siguiente, tanto él como su equipo de expedición, les tocaba otra ronda de pesquisa de estrellas, que aún podían ser salvadas y devueltas a su lugar. Debían ser cautos, pues si eran localizados por nuestros enemigos, no solo se vengarían de ellos, sino también de los habitantes de la Tierra.
—Prométeme que regresarás como siempre, padre.
—No hay duda en ello, mi pequeña Phoenix.
Confiaba en él, sin embargo, no en los Scruga, ni en nadie que osara transgredir nuestras Escrituras.
Lo abrace fuerte y apretado, pidiendo al Altísimo que lo cuidara tanto a él como a sus acompañantes. Por más tecnología y simpleza existiera para nosotros, era otro quien decidía hasta cuando daríamos nuestro último respiro.
Era uno de los pocos que poseían aquel gadget, de manera que estábamos siempre rodeados de guardias. Quien se responsabilizaba de mí era Mehro, una criatura mitad humana y Scruga. Aunque eran juzgadas y malmiradas las relaciones entre estas especies, sobre todo, por ser enemigas, podían coexistir, pese a que eran desterrados de la Tierra y ZEP-092, no obstante, en caso de procreación, sus retoños debían ser sacrificados por orden del Antiguo más longevo, Pharos, quien a su pensamiento, empañaban y transgredían los mandamientos de las Escrituras, debido a que los genes humanos, más los alienígenas, producían una mutación agresiva y de difícil convivencia, pereciendo de por sí siempre el más débil, siendo en este caso, el humano. Muchos de ellos asesinaban desde las extrañas de la propia madre, de forma que, si una mujer terrícola osaba en formar una familia con un Scruga, era un suicidio. En cambio, mi amigo, había sobrevivido gracias a que su padre era humano. Después de todo, fue desprotegido y abandonado en uno de los planetas más cercanos a la Tierra llamado Ferno, en el cual la mayoría de las estrellas agonizantes, daban su último fulgor. Luceros y criaturas inocentes, entregaban el terminante hálito de vida.
Mehro, mi amigo, solía recorrer los escondrijos de Ferno, al menos, los que estaban permitidos transitar. Le gustaba juntar lo poco y nada que quedaba de los astros sustraídos, como dar sepultura a todos esos seres desprovistos de oportunidades, pereciendo en el lugar. Lo admiraba por eso, además, gracias a su genética, podía desenvolverse sin problema alguno en cualquiera de los planetas autorizados a visitar, en cambio mi raza, debíamos protegernos con cascos de oxigenación de alto flujo.
—Este es el último. —Mehro, con un dejo lastimero, se sacó una flor marchita de uno de sus bolsillos, depositándola sobre una tumba—. Por más esté marchita, Phoenix, existe, y si existe, habrá vida.
—Ojalá fuera así con las estrellas. —Me acerqué para rendirle mi respeto a la criatura que él tanto sentía—. Ya casi no quedan, y si las hay, no brillan como antes.
Mehro me abrazó y consoló. Me hizo una seña para que abandonáramos el lugar. Tenía el don de la premonición, por lo que me advirtió la presencia de algunos seres.
Nos alejamos con cierta amargura, con ese mismo dejo de impotencia, como lo habíamos sentido apenas ingresamos a ese camposanto que había elaborado mi guardia y amigo. Aun así, Mehro me pidió que no bajara los brazos, que el futuro mejoraría, lo mismo con dichos seres. Que tendrían un porvenir mucho mejor que el presente. Me recomendó leer la Escrituras, porque así, comprendería a cabalidad sobre las razones y hechos que afectaban nuestra cotidianeidad. Y así lo hice, apenas ingresé a mi morada.
Me tapé los ojos, pensando en las Escrituras brindadas por los Antiguos, guardando dentro la sabiduría de sus códigos, que más allá de las ambiciones, siempre reinaría la esperanza. Entre más me aferrara en mis anhelos, mayor sería mi recompensa.
Tanteé con mis dedos una de las ilustraciones que contenía la Simbología sagrada de las estrellas, afirmando que, si pedía con fuerzas, el cielo se abriría para liberar a todas aquellos astros que eran despojados de sus verdaderas funciones: el de proteger el firmamento y esclarecerlo.
Rogué por ello.
Pasaron unos minutos, y abrí mis ojos, observando una de ellas. Esta no había explotado, significando que la bóveda celeste renacería nuevamente. Después de todo, mi amigo Mehro no estaba equivocado.
FIN
Frase escogida como punto de partida: Mehro, mi amigo, solía recorrer los escondrijos de Ferno, al menos, los que estaban permitidos transitar. Le gustaba juntar lo poco y nada que quedaba de los astros sustraídos, como dar sepultura a todos esos seres desprovistos de oportunidades, pereciendo en el lugar.
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Antología: Un viaje a lo desconocido
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