orden

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Narrador:

En la penumbra de una habitación lúgubre, un palpable sentimiento de inquietud llenaba el aire, como una neblina que envolvía los corazones de los presentes. Las palabras de Sakura resonaban con una fuerza que penetraba hasta lo más profundo de Danzo. Era una petición enmascarada por una amenaza sutil, un recordatorio de una deuda de vida que se había saldado, un pacto que había sido sellado en sangre. Aunque Danzo era un shinobi curtido en las batallas, la sombra de aquel cumplimiento pendía sobre él, impregnando su espíritu con una tensión inevitable.

Dan: ¿Y qué pretendes lograr, crees que una niña tan pequeña puede infundirme temor?

Sakura: Quizás aún no has comprendido que fui yo quien acabó con el ninja que casi te arrebata la vida. Eres vulnerable, frágil, y si no te adecuas a mi voluntad en este momento, no dudaré en eliminarte.

Danzo: Está bien. ¿Qué es lo que deseas de mí?

Sakura: Ordena a Itachi que aniquile a su propio clan.

Danzo: ¿Por qué ansías la muerte de tu propia familia, Sakura?

Sakura: Eso no es de tu incumbencia. Solo cumple con mi petición.

Danzo: Está bien, pero él no aniquilará a su clan sin una razón justificada.

Sakura: Lo sé. Por eso le dirás que están tramando un golpe de estado contra Konoha.

Sakura: Quiero que todos hayan muerto antes del amanecer.

Un silencio tenso se apoderó de la habitación, como si el mismísimo aire contuviera la respiración suspendida de aquellos presentes. Danzo, sometido a la oscuridad que se cernía sobre su conciencia, sopesó la magnitud de su dilema. Tras la desaparición de Sakura entre las sombras, Danzo convocó a Itachi con una mezcla de aprehensión y temor. En un abrir y cerrar de ojos, Itachi emergió en la estancia, su rostro reflejando una mezcla de determinación y angustia. Danzo pronunció la orden, y el peso del mundo pareció caer sobre los hombros de Itachi. Una mirada de agonía cruzó sus ojos, mientras sus manos temblaban con la carga de una elección insoportable.

El aroma a sangre y tragedia llenó la noche cuando Itachi emprendió su marcha hacia el destino que le había sido impuesto. Cada paso era un eco de dolor, cada respiración un suspiro de desesperación contenida. Su corazón se encontraba aprisionado entre el deber y el amor fraternal, un nudo inextricable que amenazaba con desgarrar su alma. Mientras avanzaba hacia el hogar que había conocido toda su vida, los recuerdos felices y los lazos afectivos se entrelazaban con la sombra de la tragedia que estaba por desencadenarse.

El corazón de Itachi latía desbocado mientras sus ojos se posaban sobre sus seres queridos. La angustia lo inundaba, una tormenta que amenazaba con arrastrarlo hacia un abismo de dolor. Sus manos, que alguna vez habían acariciado con ternura, se vieron convertidas en un instrumento del destino, en un verdugo silencioso. Cada lágrima que amenazaba con desbordarse contenía el peso de un amor inquebrantable, y cada rostro que encontraba reflejaba el reflejo de su propia agonía.

La noche se vistió de lamentos mientras la sangre se derramaba y los lazos de una familia se rompían irremediablemente. Los gritos ahogados se mezclaban con susurros incomprensibles, con súplicas que se perdían en el abismo de la tragedia. Itachi, con cada vida que se extinguía, sentía cómo un pedazo de su propia esencia se desvanecía, como un sacrificio oscuro que lo sumergía en una espiral de remordimiento y tristeza.

La aurora llegó cargada de un silencio sepulcral, y el alma de Itachi se encontraba destrozada en los escombros de su pasado. El último miembro de su familia, tembloroso y confundido, se encontraba frente a él, buscando respuestas en los ojos que antes solo conocía como un refugio. Itachi, abrumado por el peso de su propia traición, buscaba desesperadamente palabras que pudieran explicar lo inexplicable, pero solo encontraba el eco doloroso de la verdad.

Una figura emergió de entre las sombras, una niña de cabellos rosados que observaba la escena con una mezcla de satisfacción y crueldad. Sus palabras eran como dagas afiladas que se clavaban en el corazón de Itachi, recordándole que era ella la marionetista maestra de aquel macabro espectáculo. Los cuerpos inmóviles que levantaba eran testigos mudos de su manipulación, de la trampa tejida con hilos de mentiras y engaños. Las palabras finales resonaron en sus oídos como una sentencia irrevocable, sumiéndolo en la oscuridad de un genjutsu que sellaba su tormento y ocultaba la verdad en un abismo sin fondo.

La habitación quedó sumida en un silencio sepulcral, el aire cargado con el peso de la tragedia y la traición. Los corazones de los personajes se encontraban envueltos en una danza de emociones tumultuosas: miedo, remordimiento, tristeza y desesperación se entrelazaban en un torbellino de tormento interior. Los vínculos familiares se habían desgarrado y la inocencia se había perdido en el abismo de una manipulación despiadada.

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